Este trabajo te enseña y aprendes cosas nuevas a diario… no solamente se trata de manejar

Alejandra

Martes en la ce-de-eme-equis. Van a dar las dos de la tarde y, contrario a otras ciudades (más pequeñas, claro), donde el ritmo se detiene por ser la hora de la comida, acá todo es movimiento ininterrumpido.  En medio del bullicio cotidiano, un microbús se abre paso por Isabel la Católica. Desde Portales hasta Tepito, recorre diversas caras de la ciudad al volante de una mujer: Alejandra.

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Ya desde niña, cuando veía a su tía conduciendo su propio auto, le había llamado la atención eso de la “manejada”. Fue hasta que tenía diecinueve años cuando ingresó al mundo del transporte público.  Un día, al subirse a la combi de Ciudad Universitaria-Politécnico, vio que la manejaba una muchacha igual de joven que ella. Meses después, la volvió a encontrar pero ahora conduciendo una micro. Esa vez Alejandra se animó a pedirle trabajo.

Pero primero tuvo que aprender a manejar. No fue fácil, pues siempre hubo gente que creía que por ser mujer no podría hacerlo. Un compañero de la base le comenzó a enseñar. Algunos inconformes lo acusaron con su patrón (el dueño de la micro) y éste lo condicionó: o le dejaba de dar clases de manejo a una mujer, o lo corría. “Al principio yo decía bueno, es su modo de pensar, yo vine a hacer algo, yo quiero estar aquí. Lo único que hice es echarle ganas”. Pero no tiró la toalla. Acudió con Norma, la muchacha a la que le pidió trabajo en un principio. Resulta que toda su familia era de choferes, lo cual explica por qué desde muy chavita comenzara a manejar. Así fue como Alejandra hizo muy buena amistad con Norma, aprendió a conducir un vehículo motorizado y consiguió que le prestaran microbuses para comenzar a trabajar.

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“Mi trabajo es una forma de vida en donde se viven experiencias gratas y no tan gratas. Está lleno de emociones y matices que te enriquecen como persona. Este trabajo te enseña y aprendes cosas nuevas a diario… no solamente se trata de manejar. Como choferes tenemos una gran responsabilidad a cuestas, empezando por nuestra vida, la unidad y el pasaje. Debemos de tener tolerancia, pues convivimos con muchísimas personas con carácter muy distinto todos los días. Enfrentamos los contratiempos que implica un trabajo como éste. La calle no es fácil. Alomejor aguantamos todo eso por… por el volante. A mí me gusta mucho manejar. Me fascina manejar. Llegas a querer tu trabajo y a querer tu unidad (imagínate: me escucha, me aguanta, aguanta mi genio, no me reprocha y todavía me da de comer, ¿cómo no la voy a querer?)”.

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Veinticinco años la separan de la muchacha que fue en 1991, cuando comenzó a ser chofer. En ese entonces, cuenta, ella  era inocente y creía en la gente. Poco a poco fue aprendiendo de las  vicisitudes de la vida laboral, más en un ambiente típicamente masculino. Aunque en algún momento fueron 4 mujeres en la ruta, la mayor parte del tiempo sus compañeros han sido sólo hombres. Tuvo que hacerse respetar, enfrentar comentarios desagradables, incluso evitar a ciertas personas. “No es fácil”, advierte a las chicas que se han acercado a ella porque también quieren manejar.

En la actualidad, se lleva bien con sus compañeros. La cotorrean, platican, pero con límites; “no se pasan de listos”. Ese es el respeto que se fue ganando con el tiempo y la experiencia. Forma parte de esa comunidad de choferes; entre ellos se apoyan cuando se les descompone la micro o cuando alguno tiene un accidente. En momentos difíciles le han dado ánimos, incluso a veces la regañan porque trabaja mucho.

Y, aunque dice que antes había más machismo, aún sigue recibiendo comentarios de desconfianza por parte de los pasajeros por el simple hecho de ser mujer. Como cuando se suben y le dicen: “¿Qué onda, sí llego?”, “¿Me puedo persignar?” o una vez que un conductor de carro le gritó: “Vieja tenías que ser. Deberías estar cocinando los frijoles en tu casa”.

Ella considera que las cosas han cambiado “Yo siento que la mujer ha avanzado mucho, al menos en el transporte. En microbuses somos pocas, pero en taxis ya hay más mujeres. Incluso hay pasajeros hombres que te dicen “felicidades”, “si se puede”, hasta las mismas mujeres te echan porras. Llegan, te felicitan, también te sientes bien”.

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Una vez que llega a Tepito, la micro se instala en una fila para volver a salir. Espera un rato y va de regreso a Portales. Son las 3:30. La calle que ahora guía al sur es Bolívar. Pasamos el Eje 1 norte, Garibaldi, la Asamblea Legislativa y cuando vamos llegando a la altura de las tiendas de instrumentos musicales, se suben 3 hombres bien vestidos con guitarras y maracas que saludan a Alejandra y comienzan a tocar. Ella les pide “Gema”, dedicada a un ser querido quien, aunque falleció hace 4 años, la acompaña en una fotografía que cuelga en una ventanilla de la micro. El vehículo es invadido por una ola de nostálgica felicidad. Un par de mujeres de la tercera edad se emocionan y buscan en sus monederos la contribución a tal muestra artística. Una adolescente con uniforme de escuela secundaria técnica cierra los ojos y escucha con atención. Yo me siento muy afortunada de estar ahí y de haber conocido a una de tantas mujeres fuertes y admirables que andan por el mundo trabajando, sonriendo y abriendo paso a las mujeres que seguimos.