La destrucción de estas capas es silenciosa. Un día desaparecen y sólo unos pocos se duelen

Un día cualquiera entre semana, Centro Histórico/histérico.

República de Cuba, a la altura de Santo Domingo, es tomada por la destrucción. Del asfalto agujerado no queda más que el recuerdo; en su lugar, un suelo de tierra disforme. Pronto será una calle lisita, muestra de la llamada revitalización del Centro. Ya me la imagino en unos meses: República de Cuba reluciente, bien iluminada, concurrida, galante con sus edificios antiguos, apreciada, valorada por nuevos ojo$. Dicen que las mejoras en el espacio público son para beneficio de sus actuales usuarios, pero muchas veces terminan siendo motivo de expulsión y creación de nuevos usos (me niego a usar la palabra gentrificación, aunque ya la escribí). Como pasó con la calle de Dr. Mora, al costado poniente de la Alameda Central.

Todo esto pasa por mi mente mientras miro cómo el mundo sigue funcionando alrededor de la destrucción. Las personas atraviesan la obra y las ventas en los puestos de garnachas no paran. La gente come a un costado de la polvareda. Será que ya nos acostumbramos a ver hoyos por todos lados, o que el hambre apremia.

República de Cuba casi esquina con República de Brasil, noviembre 2018

República de Cuba casi esquina con República de Brasil, noviembre 2018

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El transcurrir del tiempo se materializa en las capas que recubren la ciudad. Algunas son claramente visibles, como los graffitis, los baches tapados o las banderitas de colores que anuncian la venta de nuevos y flamantes departamentos hechos de tablaroca. Hay otras que pasan desapercibidas hasta que algo extraordinario sucede, como cuando, al arreglar alguna vialidad, se retira el asfalto dejando a la vista los rieles que alguna vez guiaron una ruta de tranvía.

Existen, por otro lado, capas temporales que están ahí pero no las vemos. El cotidiano y ajetreado transitar de la urbe las invisibiliza. Viejos edificios escondidos, ruinas urbanas que se mantienen en pie a pesar de los sismos y de la especulación inmobiliaria, trazas de calles que recuerdan a la ciudad lacustre que permanece dormida: importantes avenidas que alguna vez fueron ríos.

La destrucción de estas capas es silenciosa. Un día desaparecen y sólo unos pocos se duelen: vecinos, académicos, puristas culturales. Pero de ellas permanece la memoria: fragmento de estabilidad en una ciudad desestabilizada.

San Pablo el nuevo y al fondo San Pablo el viejo, diciembre 2018

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Es 11 de octubre, casi  Día de la Raza. “A más de 500 años de la conquista de América, ¡no permitiremos que el cártel inmobiliario conquiste nuestra ciudad!” se leía en la convocatoria para participar en la marcha que desde el Hemiciclo a Juárez hasta la Asamblea Legislativa de la Ciudad de México exigió el cese de las mega-construcciones en esta urbe.

La gente fue llegando poco a poco. Vecinos y vecinas de distintas alcaldías hermanados por un mismo problema: nuevas y ambiciosas construcciones han llegado a sus respectivas colonias. Se saludan entre ellos, charlan. Algunos llevan luchando varios años, otros apenas empiezan. Los miro con admiración y mucho respeto.

Somos apenas una marcha perdida en una de las ciudades más grandes del mundo, ¿qué porcentaje con respecto de la población total de la cdmx somos? Y a pesar de ello se siente la fuerza del caminar, del defender al barrio donde se habita frente al negocio inmobiliario, del evitar la compra de una casa donde viven 4 personas para convertirla en un edificio de 8 pisos con capacidad para 15 familias o más. La lucha contra gigantes plazas comerciales que rompen con negocios locales como fonditas, tiendas, tintorerías, fruterías.

La destrucción tiene nombre de empresarios.

Asamblea Legislativa de la Ciudad de México, 11 de octubre del 2018

En un mundo neoliberal, globalizado y líquido es cada vez más difícil organizarse, encontrarse y generar comunidad. Pero la lucha no está perdida, lo constato al ver reunidas a estas personas.

Días después, en el periódico, encontré una nota donde se hablaba de la suspensión de permisos para estas obras. Qué raro, en mi colonia las construcciones no pararon. Conté 5 nuevos edificios que hoy ya están siendo vendidos al mejor postor.

 

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“Qué bonita será la ciudad cuando se acabe de construir” le escuché decir a José Emilio Pacheco en una conferencia por ahí del 2012. Viene a mí esa frase cuando pienso en las múltiples demoliciones que a diario suceden en éste, el lugar que me tocó habitar. Acostumbrados al caos, miramos las transformaciones de reojo mientras corremos al trabajo o a la escuela. Algunas duelen más que otras, pero igual las dejamos pasar.

Añorar el pasado, oponerse a la destrucción es mucho más que mera nostalgia. Es reivindicar nuestro lugar político como ciudadanos, como vecinos, habitantes de esta urbe. El decidir cómo se transforma la ciudad es un derecho que nos corresponde a todos, no sólo a los empresarios, a las constructoras y a los gobiernos que solapan sus intereses.

De cambios, destrucciones y memorias: estos breves apuntes de libreta chilanga.

Charco urbano donde duerme el recuerdo de la ciudad lacustre que fue

La fotografía principal pertenece a la colección Villasana-Torres y muestra las obras de la línea 1 del metro en el cruce de las avenidas Bucareli y Chapultepec, 1967.