Desde que fue inaugurado a principios de los sesenta, el cine Latino se convirtió en una de las principales salas de la capital mexicana, categoría que conservó hasta que dejó de existir. Estaba en la Zona Rosa, sobre Paseo de la Reforma, a la altura de la calle Génova, donde hoy se encuentra la Torre Reforma Latino. En ese lugar se proyectó La guerra de las galaxias (Star Wars) por primera vez en México, en una ocasión que resaltaba su importancia: como clausura del entonces máximo evento cinematográfico, la Muestra Internacional de Cine, en su octava edición, el 23 de noviembre de 1977. Un mes después, el 23 de diciembre, se exhibiría comercialmente.

Acudí al estreno de la muestra atraído por la publicidad que resaltaba los originales e innovadores recursos de producción de la película, los cuales le habían hecho ganar fama tras su estreno en Estados Unidos, el 25 de mayo de 1977. La función fue un total acontecimiento. Había unas dos mil personas ocupando el foro a toda su capacidad, incluso en los pasillos. Se percibía en el ambiente un murmullo incesante que daba cuenta de una asistencia ansiosa, expectante. Qué bullicio antes de que empezara a correr el telón, parecía que estaba por comenzar un concierto de rock. Qué imponente silencio cuando se apagaron las luces, como ese que se produce cuando el jefe militar ordena al pelotón de fusilamiento: “¡Preparen, apunten… ¡”.

Tan repentina quietud fue interrumpida con una atronadora exclamación de júbilo, tan pronto como empezó la película el púbico recuperó su disposición a participar. A medida que transcurría la historia, la gente hacía ruido de la manera más desinhibida y desmadrosa, con exclamaciones de sorpresa, silbidos o gritos que apelaban a los personajes, como la princesa Leia, Han Solo, Obi-Wan Kenobi o Luke Skywalker. No contó el protocolo del espectador pasivo, quietecito. Quién diría que lo ocurrido esa noche no era sino una muestra a pequeña escala de cómo se extendería dicho entusiasmo por todo el mundo, y que este sentimiento perduraría a lo largo de más de cuatro décadas, marcando un hito en la historia cinematográfica.

Uno de los aspectos que más me llamaron la atención fue el que se refiere a una noción conocida como la sombra, a la que el director recurrió con el fin de acentuar la fuerza psicológica de los personajes. La sombra, arquetipo estudiado por Carl Jung como parte de su teoría del inconsciente colectivo, comprende los aspectos negativos de nuestra personalidad que rechazamos inconscientemente, y que es necesario confrontar y reconocer para tener un mejor equilibrio personal. Darth Vader es el máximo exponente de ese lado oscuro. El personaje representa para el espectador una intensa experiencia reflexiva, de confrontación no intimidante con sus propios aspectos sombríos, siniestros, y motivo de una profunda identificación.

George Lucas, como se sabe, retomó el marco de referencia junguiano a través de Joseph Campbell y su libro El héroe de las mil caras, divulgándolo como parte de un trasfondo mitológico más general, y poniéndolo a la vista de audiencias masivas en el tránsito del siglo XX al XXI. Este fenómeno de masificación funcionó para que el público conociera otras vertientes psicológicas, además del conductismo – y su rotunda negación del inconsciente- que tenía gran influencia en el ámbito educativo en la década de los setenta, gracias a su principal propagandista, B.F. Skinner. El psicólogo estadounidense, con su modelo de condicionamiento operante, pregonaba una sociedad regulada por medio del aprendizaje programado a partir de premios y castigos. Desde esta perspectiva, privada de cualquier sentido simbólico, resulta impensable la concepción de una película como La guerra de las galaxias.

Durante dos horas los asistentes pasamos de sorpresa en sorpresa. Seguimos los sucesos acompañados por efectos especiales nunca vistos y por la majestuosa música de John Williams, insuperable hasta hoy, en especial las fanfarrias del tema principal que todo mundo conoce. Personajes como los robots C-3PO y R2-D2, y el peludo de Chewbacca, con sus extraños gruñidos, provocaron risitas de simpatía. Temor, el antagonista Darth Vader. Y de plano la carcajada, el humor insólito de la escena en el bar, con el monstruoso grupo de jazz, de integrantes circunspectos y estrafalarios a la vez.

El uso del Dolby Stereo fue un punto clave. Es un recurso tecnológico entonces innovador que para el espectador implicaba una vivencia del sonido inaudita, que hacía vibrar a todo el cuerpo, creando la ilusión de estar ahí, donde ocurre la acción. Si bien toda la película se escuchó de manera magnifica, hubo un pasaje en especial alucinante: cuando se desata el combate aéreo entre las naves intergalácticas, el imperio contra los rebeldes. El efecto del sonido fue estremecedor. Nunca había sentido algo así, que me hiciera vivir el cine de manera tan realista. De pura casualidad encontré un lugar en la segunda fila, desde donde sentía la pantalla encima de mí. Por eso hubo un momento en que incluso me agaché, por pura acción refleja, para evitar que las naves me pegaran en la cabeza, cuando las vi pasar a gran velocidad. Es irónico que el escéptico estudiante de psicología que yo era entonces estuviera comportándose como si estuviera bajo el influjo de la magia.

En cuanto a recursos de producción, La guerra de las galaxias está a años luz de Flash Gordon, el histórico filme que vi cuando era niño en un cine de segunda, en compañía de mis hermanos y de mi padre, quien solía llevarnos a las matinés dominicales. Nos reíamos cada vez que las naves espaciales hacían un gracioso chaca-chaca cuando recorrían el espacio, sin imaginar que el comic que inspiró Flash Gordon sería tomado en cuenta por Lucas para elaborar un influyente concepto de futurismo. Por su afición a las películas bélicas y de ciencia ficción, a mi padre le hubiera encantado La guerra de las galaxias.

En la VIII Muestra Internacional de Cine también se exhibieron filmes de Carlos Saura, Miklós Jancsó y Federico Fellini, entre otros notables maestros de la cinematografía. Yo tenía diecinueve años y de George Lucas no sabía nada, asistía por segunda vez a una muestra y estaba introduciéndome en el así llamado cine de autor, a partir de haber visto Taxi Driver, de Martin Scorsese.

Fui a ver la cinta de Lucas haciendo caso a un impulso interno, y pese a mis reservas respecto al cine de entretenimiento. Si bien asistí por curiosidad, a la postre resultó que tuve toda una experiencia. Además, irrepetible, al grado de que para conservar la impresión original perdí el interés en conocer los siguientes capítulos de la saga. Situación que hice extensiva hasta la novena entrega, El ascenso de Skywalker. Se estrenó en diciembre de 2019, dando por concluido el ciclo iniciado en 1977 por George Lucas, y también me abstuve de verla.

No me sumé a la legión de fans, sin embargo, luego de aquel estreno en el cine Latino, sí conservé un recuerdo perdurable y significativo, porque tiene que ver con el cierre de un ciclo vital. Estaba convirtiéndome en un joven adulto y la cinta de Lucas marcó un antes y un después en mi afición: fue la última película que vi con un cierto espíritu infantil, inocente y lúdico. Luego me volvería un espectador serio e inquisitivo, para quien el cine se revela a través de la visión de los directores. Debido al efecto expansivo de La guerra de las galaxias hacia ámbitos distintos al cinematográfico, la cultura pop es otra. Igual me pasó: no volví a ser el mismo después de verla.


Imágenes

1. Cine Latino, México, D. F., 1965.

2. Inserción publicitaria de La guerra de las galaxias, página completa en la sección de espectáculos del diario El Universal, 23 de diciembre de 1977.

3. Escena de La guerra de las galaxias, 1977.

4. Poster publicitario de Flash Gordon, 1936.