Fotos: Brenda Martínez

 

Miles de mujeres cantaron, gritaron, bailaron, abrazaron, lloraron y se apropiaron de las calles, desde las periferias marcharon hasta el Monumento a la Revolución para terminar en el Zócalo de la Ciudad de México.

Tomé el metro en Canal de San Juan, línea A, escuché bulla. Mi corazón se emocionó, me asomé y era el contingente de CCH Oriente y algunos grupos que venían de manifestarse en el monumento de Nezahualcóyotl. Unas encapuchadas, otras mostrando el rostro. Comenzaron a pegar letreros de “Se busca”, pero es estos no eran comunes y corrientes, eran las caras de violadores y feminicidas. Decidí sacar la cámara e irme con ellas. “Señor, señora, no sea indiferente, se mata a las mujeres en la cara de la gente”. Me sentí poderosa y solo me mantuve al margen viendo la reacción de los usuarios que se sorprendían al ver las pintas feministas.

Realizamos el transbordo hacia la línea 9. Entramos en los espacios exclusivos de mujeres, había algunas pasajeras. Entre la estación Pantitlán y Puebla una chica preguntó “¿Me puedo ir con ustedes?”, “Por supuesto”, contestaron todas. Resulta que varias somos vecinas y vivimos muy cerca una de la otra. Me sentí tan acompañada.

Llegamos a Chabacano y ya había pintas en las paredes, vidrios y vagones. En el camino se fueron adhiriendo más y más mujeres. En el vaivén de la gente perdí de vista a mis compañeras. Los vagones estaban llenos de mujeres con pañuelos verdes y morados. Mujeres riendo, mujeres emocionadas.

El tren tardó más de lo normal y cuando llegamos a Revolución descubrí la razón. No cabíamos, éramos tantas. Según las cifras oficiales 80.000 mil asistentes a la Marcha del Día Internacional de la Mujer.

Todas formaron sus contingentes, apretadas pero juntas. Algunas con zancos, otras al ritmo de los tambores. Contingentes de maternidades feministas, contingentes mixtos, contingentes pro vida, contingentes pro aborto. Contingentes de todos colores, preferencias pero todas por la misma razón: ser mujeres.

Una hora y media para llegar a la antimonumenta, después, encontré a mujeres reunidas contando sus experiencias, porque es verdad, te vuelves feminista por tu propia historia.

“Fui violada sexualmente a los 17 años, tengo 21 y tengo que pagar miles de pesos en tratamiento psicológico porque sufro de estrés post-traumático mientras que mi agresor sigue libre”. “Fui manoseada cuando era una niña, y siempre creí que era mi culpa porque estaba en la playa”, compartían conmovidas. “Las niñas no deberíamos crecer creyendo que las agresiones son nuestra culpa”. Una no puede más que gritar, llorar y desear que esto se termine. Que no se ejerza ningún tipo de violencia contra las mujeres.

Más vidrios rotos, gas pimienta para calmar a las “encapuchadas”, pintas. Mujeres gritando “Sin violencia, sin violencia” mientras que las otras responden: “No es  violencia es autodefensa”.

En la plancha del Zócalo las mujeres derribaron un escenario como un performance en el que sueñas que tú y todas tus compas tumban al Patriarcado. Prendieron fuego a algunas tablas como recordatorio de las miles de mujeres que fueron quemadas vivas por sus conocimientos en herbolaria, porque se rebelaron, porque no fueron sumisas. 

Quemaron fotos de sus desaparecidas porque el dolor y el llanto no cesan y se han convertido en ira ante la injusticia y la falta de políticas públicas que respalden a las víctimas. Otras se pintaron el cuerpo para denunciar la hipersexualización de la niñez y el consumo masivo de pornografía infantil.

Otras rompieron todo porque la rabia ya no cabe en el cuerpo.