Crónica de una jornada de vacunación contra el virus SARS-CoV-2, el 31 de marzo de 2021 en la Alcaldía Benito Juárez, Ciudad de México

Texto: Rodrígo Farías Bárcenas
Fotos: Fernanda Rojas

Ambiente festivo

Por fin, hoy cumplí con la cita que tenía para recibir la vacuna contra el virus SARS-CoV-2, causante de la enfermedad infecciosa COVID─19, convocatoria a la que seguirán atendiendo millones de personas más. Me correspondió la segunda etapa del Plan Nacional de Vacunación, dedicada a personas mayores de 60 años. Es posible que para el próximo mes de junio toda la gente de la tercera edad que vive en la Ciudad de México habrá sido vacunada, y que para el primer trimestre de 2022 pase lo mismo con toda la población del país mayor de 16 años. Estamos hablando de casi ciento treinta millones de personas.

Había sospechado que, por su propia naturaleza, se trataría de una jornada extraordinaria, pero nunca imaginé que sería tan abrumadora, no en el sentido negativo de la palabra, sino por el cúmulo de impresiones que experimenté mientras tanto. La más inmediata tuvo que ver con un aliento esperanzador, relacionado con la disminución de fallecimientos debidos a la pandemia. Recordemos que fue declarada como tal por la Organización Mundial de la Salud el 11 de marzo de 2020.

Por ser habitante de la colonia Nativitas, perteneciente a la alcaldía Benito Juárez, me asignaron la unidad de vacunación instalada en la Alberca Olímpica Francisco Márquez, al sur de la capital. Llegué cerca de las 10:30 am, acompañado por mi hermano Andrés. Los convocados ingresamos a las instalaciones por la Avenida Río Churubusco, esquina con Avenida División del Norte. Cuando vi la gran cantidad de gente que estaba haciendo fila para recibir su turno (ficha), mis ojos se humedecieron por la emoción. El ambiente era festivo, de celebración.

Sin embargo, se apoderó de mí una ambivalente mezcla de sentimientos, alegría y pesar al mismo tiempo, cuando recordé en medio de ese regocijo a seres queridos, compañeros de trabajo o gente admirada por mí ─sin conocerla personalmente─ que han fallecido en el contexto de la pandemia o debido a ella. Cuánto hubiera querido haber tenido viva a mi madre, de nombre Aurora, también a mi tía Josefina o a mi tío Isaías. Se fueron por distintos padecimientos. Ellas cercanas a los 90 años, él con esa edad ya cumplida. Sentí una profunda nostalgia por mi hermano Roberto y por mi amigo Miguel Ángel, a quienes el virus les quitó la vida. Todos estos seres queridos partieron en los últimos seis meses. Ha sido una temporada devastadora.

La triste alegría

Las estadísticas de personas fallecidas durante la pandemia, por estas fechas registran una cifra de poco más de 200 mil. El primer caso de enfermedad se remonta a fines de febrero de 2020. La primera defunción se confirmó el 18 de marzo del mismo año. Desde entonces, han fallecido más de 120 mil personas adultas, es decir, mayores de 60 años. Es un sector muy vulnerable, por eso la campaña de vacunación les ha dado prioridad; pero para mí esos números adquieren un cariz de experiencia concreta, cuando sé que entre esas personas están varios de mis vecinosgente grande, como se dice─ a quienes solía saludar por las mañanas y ahora ya no. Cuando paso frente a la casa de mi hermano Beto, en la calle Don Juan, no lo veo lavando su automóvil, como solía hacerlo a mediodía. La vida cotidiana se altera sin reversa con cada ausente. Y mi memoria va perdiendo los asideros vivos que le han dado consistencia. Por eso la doble naturaleza de mis sentimientos. Qué paradoja, la triste alegría.

Pasamos a la mesa de registro sin dilación. Una voluntaria me indicó la ruta. Otra, la mesa que me tocaba. Una tercera registró mis datos. Era una mujer joven, muy atenta, al igual que las otras dos. Me dijo al entregar mi comprobante: “Aquí tiene, don Rodrigo”. Sobresale la gentileza en el trato, por eso hay que hacerlo notar. Enseguida, y casi casi de la mano, fuimos guiados por otros voluntarios a las mesas de vacunación. No hay manera de confundirse, la guía es clara. Una enfermera me hizo algunas preguntas de rigor respecto a mi estado de salud, mientras que otra aplicó la vacuna, la primera dosis de la marca AstraZeneca. Esperamos algunos minutos antes de pasar a la sala de observación.

El inútil sabotaje

Durante esa breve espera cerré los ojos y empecé a sollozar silenciosamente, sentado en una silla con actitud meditativa, experimentando el flujo de sensaciones que me estaba llevando a un momento de síntesis cognitiva y emotiva, de la que emergieron algunos acontecimientos relevantes para mí en los meses previos. Cito uno como principal ejemplo: pensé en todo el esfuerzo invertido ─por parte de ciudadanos y gobierno─ para llevar a cabo exitosamente esta campaña de seguridad sanitaria, y en la forma en que la sabotean las grandes empresas de comunicación y sus empleados, actores políticos sin escrúpulos, pero sí con intereses, y demás alimañas a quienes tu vida y la mía les importa un comino. Esas intentonas de desestabilización llegaron a un punto culminante, cuando Javier Alatorre, conductor de TV Azteca, incitó al público a desobedecer aquella noche del 17 de abril de 2020, con una arenga que se recordará por lo absurda que es: “Ya no le haga caso a Hugo López-Gatell”, refiriéndose al Subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud del Gobierno Federal.

El sabotaje consiste en confundir a la audiencia, introduciendo un omnipresente ruido comunicativo que induce desconfianza hacia las autoridades médicas e impide la comprensión de la estrategia sanitaria, orillando a actuar de manera inconsecuente con ella. Por lo tanto, vulnerando el derecho a proteger la salud y poniendo en riesgo la vida. Está pendiente estimar la magnitud del mortífero daño causado a la población por los pugnaces atentados de ese tipo, que se han acumulado hasta la fecha en vista de la impunidad reinante.

Semanas antes, el 28 de marzo de 2020, el doctor López-Gatell había hecho un urgente llamado a la sociedad, exhortando a seguir las medidas de seguridad sanitaria de manera “enérgica, sincrónica y consistente”. Puso énfasis en las disposiciones relacionadas con la inmovilización masiva ─reducir la actividad laboral y escolar, y evitar la concentración de personas en el espacio público─ para bajar la intensidad de la epidemia.  Memorable su manera de pedir que nos resguardáramos, con aquella frase repetida que ya es clásica de la comunicación social: “¡Quédate en casa! ¡Quédate en casa!¡Quédate en casa!”.

Sinergia impecable

Nos encontramos ahora en uno de los puntos cruciales de la estrategia para mitigar la pandemia: la campaña de vacunación, luego de haber pasado por algunos intensos meses de investigación científica y de gestión diplomática. Y mira qué contraste, la cruel insidia de los saboteadores no vale nada, no aporta nada, comparada con toda esta organización planeada y ejecutada para salvar vidas. Funcionarios del gobierno federal y capitalino, de la Alcaldía Benito Juárez, personal voluntario, así como los trabajadores de la salud que pertenecen a las diferentes instituciones que manejan el sector, todos merecen nuestro reconocimiento por su labor, hecha bajo tres premisas: eficacia, eficiencia y calor humano. La sinergia resultó impecable. Al terminar la etapa dos en su totalidad, vamos a estar vacunadas alrededor de 15 millones de personas mayores de 60 años.

Una nueva consciencia

El último punto de nuestro recorrido consistió en pasar aproximadamente media hora en la sala de observación, con el propósito de ser atendidos en caso de que se presentara alguna reacción adversa a la vacuna. Afortunadamente no pasó mientras estuve ahí. Cuando me dirigía a la salida, a las 11:15 am, con perspectiva panorámica contemplé a todas esas mujeres, a todos esos hombres de pelo encanecido mayores de 70 años, y en particular a los que parecían haber nacido entre 1950 y 1960, que es la población de adultos mayores más numerosa, con más de 8 millones de personas. Dije para mis adentros: “Esa es mi generación”.

Sí lo es, sin duda, por la edad; pero viéndolo bien, con un criterio distinto al de los años cumplidos, todos ─incluso los menores de 60─ hemos llegado a conformar la misma generación por un simple motivo: nos ha tocado vivir esta singular e insólita época. No sé qué nombre ponerle, lo que sí sé es que se trata de una época que nos ha marcado, por habernos llevado a examinar con más minuciosidad, con mayor atención, cómo estamos experimentando nuestra vida. Quiero pensar que en este examen común está germinando una nueva consciencia, que tendría que manifestarse en un mayor cuidado de nuestra salud física y psicológica, aspecto que debe ser prioritario en nuestra convivencia. ¿No es así, con esa visión, como lidiamos con la incertidumbre?

Comprender para actuar

Desde que se declaró en México el estado de alerta sanitaria, el 30 de marzo de 2020, me quedó claro cuál es la misión que quiero llevar a cabo: contribuir a evitar que se propague la pandemia y sus devastadoras consecuencias. Es necesario mantener activado mediante la comunicación un proceso psicológico clave, que consiste en elaborar colectivamente lo que pasa: comprender para actuar. Hay que salvar vidas. Me uno así a una misión social de inmensa magnitud en todo el mundo que tiene el mismo propósito ético, protegernos mutuamente, cuyos beneficios incluyen -irónicamente- a quienes por ignorancia, indolencia o la razón que sea, deciden no tomar las precauciones necesarias.

Sigamos cuidándonos, aún vacunados, practicando las medidas preventivas el tiempo que sea necesario. En particular, pongamos mucha atención en nuestros mayores, procurándoles una vida digna, y en las criaturas, niñas y niños que merecen crecer sin traumas. La campaña de vacunación para combatir la COVID-19, inició en su primera etapa el pasado 24 de diciembre de 2020. Es un acontecimiento esperanzador, sin duda histórico por su trascendencia para la humanidad, pero hay que seguir enfocados, no distraerse. Vienen meses difíciles. Hay mucho por hacer.