En esta ciudad existen tianguis de todas variedades de productos; desde los clásicos donde se vende fruta, verdura, carnes y otros ingredientes para preparar la comida, los de antigüedades (llamados tianguis de pulgas o chácharas), hasta los fashion que uno se encuentra, por ejemplo, en la colonia Roma, donde se vende ropa casi casi a precio de almacén. También existen los que contienen en su inmensidad todas las clases de tianguis, como “el Salado” en Iztapalapa (kilómetros de puestos que conforme avanzas van cambiando el giro de venta). El que nos ocupa en esta ocasión tiene un poco de todo, pero lo que lo identifica es ser un tianguis de ropa.

Son las nueve de la mañana. Lo que antes era una calle amplia medio vacía, medio abandonada de la colonia Jardín Balbuena (JB)[1], va adquiriendo poco a poco forma de tianguis. Todo es movimiento, personas inmersas en un ir y venir desde las camionetas estacionadas en los alrededores al lugar donde se instalan los puestos; barras de metal bien embonadas, tablas de madera, lonas blancas que pronto servirán como protección del sol, letreros que anuncian el precio de los productos que están por ser ofertados.

Mientras unos se instalan, otros aprovechan el tiempo para desayunar: tamales, pan de dulce y un café servido en vaso de unicel con tapa de plástico y un palillo que es usado como popote. Por su parte, los puestos de comida van calentando motores; se van acomodando las mesas con sus manteles y su kit de salsa/cebolla/cilantro, se prende el fuego para poner el cazo lleno de grasa que espera la carne cruda, se acomodan los recipientes que tienen dentro deliciosos postres con altos contenidos de azúcar.

Aunque el tianguis aún no está preparado para la llegada de todos los compradores, ya se pueden adivinar las mercancías que llenarán de color los pasillos; pantalones de marca, calcetines, cinturones, celulares, juguetes, productos de medicina tradicional, bolsas para mujer, películas pirata, tenis, barnices para uñas, diademas… todas siendo acomodadas en las mesas improvisadas o en rejas a los costados del puesto. En algunos sitios en lugar de mesas hay catres o bases de unos 80cm de alto con grandes bultos de ropa envueltos en sábanas, son las pacas.

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Cecilia sale de su casa a las 11 de la mañana con dirección al “tianguis de Mixiuhca”, también conocido (sobre todo por los vecinos de la JB) como “tianguis de los jueves”. Va vestida con una playera sencilla, no muy holgada, pantalón de mezclilla y tennis. Al hombro lleva una mochila con una botella de agua dentro y doscientos pesos en el bolsillo. Está lista para un día de compra en las pacas del lugar. Para quien no sabe qué es una paca, se lo explicamos. Se trata de montones de ropa revuelta, puede ser usada o nueva, que son expuestos en el mercado. Para elegir, el comprador debe buscar, revolver y descubrir entre todas las prendas, aquella que sea de su agrado. Los montones varían de precios y por lo tanto de tipo de ropa o de calidad de ésta.

En cuestión de veinte minutos caminando, Cecilia llega al mercado cuando éste ya está instalado. La hora que eligió no es arbitraria. Es, asegura, el momento perfecto para encontrar variedad, poca gente y los puestos ya listos. Camina por entre los pasillos observando qué hay de nuevo. Sus pasos, sin embargo, tienen un destino concreto; la zona de catres que sostienen los bultos de blusas/suéteres/pantalones a la venta por 60, 40 o 70 pesos.

Aunque, cabe mencionar, este tianguis se pone también los lunes, Cecilia prefiere venir en jueves pues, a su parecer, la ropa que se puede encontrar es mejor y más interesante. Busca un rato en una paca, encuentra una blusa que le agrada pero como no está segura, se la cuelga en el brazo y sigue buscando. Ésta es una de sus estrategias, mantener consigo todas las prendas que le hayan llamado la atención, aún si no está segura de comprarlas (si las deja, alguna otra persona podría tomarlas). Además, el que le guste una prenda, quiere decir que es casi seguro que en el mismo lugar encontrará más cosas de su agrado.

Una vez que se decide, paga y guarda la ropa en su mochila (elemento importante para que no se confunda la ropa que lleva y la que seguirá buscando). Continúa el recorrido que a veces es largo. Cecilia dice pasa aproximadamente media hora en cada paca, siempre y cuando ésta sea “prometedora”.

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Son cerca de las 12 del mediodía. Presenciamos la fiesta del comercio. Los olores de la comida se entremezclan entre los gritos de los vendedores y las salsas, bachatas y reggaetones que suenan en las bocinas de los muchos puestos que ambientan el lugar. Cada pasillo tiene su personalidad. Algunos son amplios, otros tan estrechos que no se mira la luz del sol pues las lonas crean un microecosistema. Gente, muchísima. Muchos jóvenes, señoras y algunos señores. Muy poquitos niños y niñas. En general las personas van acompañadas (y digámoslo así, arregladas). Además de los puestos hay vendedores que van caminando todo el mercado ofreciendo trapos de cocina, paletas, churros, pinzas, panques, espejos y otros.

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Cecilia comenzó a comprar ropa en lugares de este tipo porque uno de sus pasatiempos es hacer dance cover. Necesitaba ropa para diseñar sus vestuarios, con la cual pudiera experimentar sin el remordimiento de cortar y combinar prendas caras. Así llegó a las antiguas pacas de Pino Suárez y después a las que están en la colonia en la que vive desde hace algunos años. Va al mercado cada que necesita algo en concreto (este es otro consejo, ir con un objetivo en mente, ya que es probable que al encontrar buenos precios, compres lo que después no vas a usar) y cuando busca no solo piensa en la prenda, sino en su potencial. Poco a poco ha ido ganando experiencia cortando, cosiendo y decorando para hacer la ropa a su gusto.

Entre sus recomendaciones están la de ir con zapatos cómodos, no perder mucho tiempo en una paca donde de primera no encuentras algo que pueda gustarte, nunca dejar tus pertenencias sobre los montones de ropa (corren el riesgo de revolverse), ser consciente de tu propia talla para saber si una prenda te queda o no con solo verla, fijarse en los puños y en el cuello de las blusas/camisas para saber si son usadas o no, y  recordar que las otras personas, especialmente las señoras, son las mejores aliadas para preguntar por su opinión; si te va una prenda

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Son las seis de la tarde. El sol ha cedido; se adivinan apenas unos rayos naranjas en el poniente y pequeñas gotas de agua amenazan con una lluvia espontánea. Además del tránsito de los aviones en el cielo, lo que se escucha es el chocar de los fierros al desmontar los puestos del tianguis. Una que otra bocina sigue alegrando el ambiente que en general se nota cansado. La jornada laboral terminó y solo quedan los restos de aquella fiesta de medio día. Quienes se notan felices son 4 niños de unos 6 años que corren entre la basura que quedó regada en el piso. Ajenos a las actividades de sus padres (guardar, acomodar en cajas, doblar, desarmar, cargar), juegan con los lazos que pronto servirán para atar las lonas.

Si usted acaba de llegar al lugar en este momento, no se preocupe. El próximo jueves la fiesta comenzará de nuevo, con distintos modelos, colores, texturas y diseños, pero con el mismo deleite a los ojos que implica recorrer los pasillos de un tianguis de ropa y pacas.

 

1 Nos encontramos entre las estaciones Mixiuhca y Velódromo de la línea 9 del metro, frente a la puerta 2 de la Ciudad deportiva.