El famoso sueño americano nunca pareció un “sueño” para mí, y obviamente fue desde mi privilegio, nunca lo tuve todo, pero definitivamente nunca me faltó nada. Con veintitrés años, sin una familia que me obligara a ayudar económicamente y tampoco con un trabajo que me apasionara de verdad, me fui a los United, a vivir un sueño que nunca fue mío pero que se asomaba como una opción viable antes de dedicarme toda mi vida a desarrollarme profesionalmente en una jornada de “Godínez” de ocho horas al día por lo menos cinco días a la semana.

Terminé -no aleatoriamente- en una ciudad que está a media hora en metro de la capital, Washington D.C. Buscaba irme a una ciuda donde pudiera mejorar mi inglés (California estaba descartado desde que es el estado con mayor porcentaje de latinos en el país) y que estuviera relacionada con mi carrera, así que la ciudad capital de los Derechos Humanos fue la definitiva. Para mi sorpresa, llegué a uno de los lugares más diversos del país, no solo encontré muchísimos latinos en mi día a día, sino a una variedad impresionante de personas de todos los lugares imaginados en el mundo.

Impresionada en cada experiencia en el metro y en mis largos trayectos a D.C., no dejaba de admirar la cantidad y la diversidad de las personas que se concentraban en ese espacio pequeño del transporte público, gente de lo más diversa hablando idiomas que jamás escuché y otros que podía reconocer.

México en el extranjero ¿hay algo más que tacos, salsa, tequila, fiesta y narcos?

Creo que además de los mexicanos, solo existen contados extranjeros que tienen una experiencia y opinión diferente a la que generalmente he escuchado en Estados Unidos.

Durante poco más del año y medio en el que viví allá y desde mi experiencia personal, pude concentrar algunas impresiones generales que escuchaba después de la clásica pregunta: “¿Where are you from?” Es posible generalizar y dividirlas entre la emoción y el miedo.

Las opiniones de la emoción se concentran en el paradisíaco Cancún, los mexicanos sabemos que hay muchísimos lugares más que visitar que solamente la pequeña isla artificial, pero inclusive entre nosotros es un destino muy codiciado. Este paraíso mexicano es el destino más famoso, deseado y visitado de los estadounidenses con los que entablé conversación. La típica impresión se concentra en el mismo diálogo: “Oh yo me muero por ir a México / Yo ya he estado en México.” Y yo al principio, siempre preguntaba sorprendida -y después ya no tanto: “¿De verdad?”. La respuesta automática: Cancún.

Sin embargo, me resultaba imposible dejarles creer en la ilusión del hermoso Cancún cuando en mi opinión, el lugar está sobrevalorado. Aunque no me preguntaran, orgullosa  recomendaba visitar otros lugares menos sonados que el Caribe mexicano, pero que también vale la pena visitar en lo largo y ancho del país, en mi lista de consejos siempre estaba el hermoso Guanajuato, la emblemática y caótica Ciudad de México o el colorido Chiapas. Sin embargo, lo cierto es que cuando uno vive en el extranjero, cualquier lugar de la patria, parece digno de visitar.

Dentro de los temas agradables, no falta la comida, la bebida y la fiesta. El comentario de cajón: “Ah, entonces te gusta el picante” “Me encanta Chipotle” (un restaurante “mexicano” de comida rápida aquí) “Amo los tacos“La corona es mi cerveza favorita” y como regularmente estas son las primeras impresiones de la gente que acabo de conocer, me limito a asentir y a sonreír ligeramente, me quedo pensando cómo sería ver a estas personas comer en una taquería auténtica en México, en el carrito de la calle, o la experiencia de vivir la Feria de San Marcos, tomando en la vía pública por casi todo un mes, o lo surrealista que puede parecer tomar un litro de cerveza por dos o tres dólares cuando allá, tomar una corona draft, no baja de los cinco (¡qué robo! ¿cierto?). Y sin embargo, no puedo evitar sentirme orgullosa cuando chulean la gastronomía de mi país porque en eso llegamos a un consenso: es deliciosa.

Por otra parte, parece que la palabra fiesta es la doble cara de la palabra “mexicano”, una de las primeras impresiones que seguido escucho es “Entonces, tú sabes festejar” y la palabra que a veces lanzan así solita: “mariachi”. Qué bueno que es la primera impresión, porque me daría pena decepcionarlos cuando se enteraran que siempre regreso a casa temprano y que no soy precisamente la mexicana más fiestera.

Otro de los temas recurrentes, que a uno no le gusta escuchar nada como mexicano en el extranjero, es el narcotráfico y la inseguridad. “¿México? Ahhh el Chapo” “Yo vi narcos en netflix” “No quiero ir, me da miedo visitar y que me secuestren” Y pues, bueno, a mi también me da miedo que me pase algo así, pero la verdad es que estamos extremadamente acostumbrados a vivir con él, no estoy segura si los medios de comunicación lo hacen ver realmente peligroso, o sí hemos aprendido a andar con cuidado y creer que no es tan grave. Creo que nunca fui consciente de mi miedo o de lo alerta que siempre estamos en la calle, hasta que me vine a vivir aquí, donde la gente no cierra sus carros, deja las carteras en las mesas de los restaurantes mientras va al baño, o camina tranquilamente en la calle con su celular en la mano. Lujos que, en la mayoría de los lugares públicos de México, no nos podemos permitir. Sin embargo, me gusta desmentir un poco el mito, lugares peligrosos en todos lados hay, inclusive aquí, aunque en menor cantidad.

Por último, me encuentro con una reacción de sorpresa cuando digo que terminé la universidad, y quizá es porque muchos inmigrantes latinos se dedican a labores que no requieren un título universitario, o quizá porque la opinión pública pinta a México como un país de poca educación, ciertamente desconozco la raíz de tanta sorpresa. Tampoco entiendo porque existe tanto énfasis cuando me preguntan “¿Pero por qué no te quieres quedar aquí? ¿Para qué quieres volver?” Dando por sentado que no hay mejor lugar para vivir que el país que erróneamente llaman “América”. Pero quizá sea porque es un país con muchas oportunidades, mucho trabajo y de muchas libertades. Es probable que sea porque la mayoría de la gente que viene a Estados Unidos, lo hace en la búsqueda de mejor calidad de vida que la que tenía en su país, y es difícil imaginar que una persona deje lo más por lo menos; pero no lo puedo ver así, no logro verlo así. Sin embargo, no todo es tan maravilloso, el sueño americano también tiene algo de pesadilla, hay un precio caro que pensaba no estar dispuesta a pagar por prolongar la comodidad: vivir lejos de la familia y de las raíces.

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Ahora que he regresado a mi casa, al hermoso “pueblito hidrocálido” en el que he pasado la mayor parte de mi vida, y a lo que yo evidentemente llamaría “hogar”, puedo ver que mi visión de México no se inmutó en absoluto; pero mi visión de Estados Unidos sí lo hizo. La patria siempre fue un lugar colorido en mi memoria de extranjera, pero me olvidé que dentro de esos colores de fiesta, comida y cerveza también está el gris de la pobreza extrema, de los niños en los cruceros, de las noticias extremas y desgarradoras que uno dice “solamente en México”.

Comparando, México es un lugar de personas cálidas pero también de atrocidades bárbaras, Estados Unidos es un lugar donde las personas son menos amigables pero también donde tu vida privada es una historia que a nadie le incumbe. Aquí todo es barato, pero es difícil encontrar un trabajo, y todavía más complicado es encontrar uno bien pagado, allá la vida es muy cara -en comparativa a lo que significan los gastos aquí-, pero hay muchas oportunidades laborales que te permiten vivir sin tantas preocupaciones, aunque no tengas un título que respalde tu nivel educativo.

Antes pensaba que no podría cambiar mi país por nada, pero ahora, después del contraste consciente, de alguna manera entiendo a los que se quedan. Hay una certidumbre que quizá valga la pena de la distancia. Es la certidumbre de la tranquilidad, de la privacidad, de la estabilidad laboral en un trabajo que no te demanda más de la mitad de tu vida, la certidumbre del dinero, de las vacaciones que se extienden por más de seis días al año, de la buena educación pública, de la recreación en el espacio público. Supongo, que es la certidumbre de mejores posibilidades.

Recuerdo que cuando aún vivía allá, juzgaba a los que querían quedarse. Ahora, el volver, me ha permitido entenderlos y quizá, hasta podría ser uno de ellos.

Fotos: Daniela Vázquez