Decía Tarkovsky que el cine es el arte del tiempo; quizá lo sea también de una lucha permanente contra el olvido

Estamos en plena campaña electoral en el país. Eso lo sabe cualquiera, aunque no quiera. Pareciera como si el tiempo estuviera suspendido y en los noticiarios no se pudiera hablar de otra cosa. A pesar de que el año pasado fue el más violento en toda la historia del país, y de que la seguridad y el estado de derecho es de carácter primordial para la próxima administración, lo que ningún político promete en sus campañas es una cura contra la apatía generalizada a nivel nacional. Pudiera parecer que la apatía no tiene relación alguna con la seguridad, sin embargo, si volteamos la cara al dolor ajeno, estamos perdidos.

Decía Tarkovsky que el cine es el arte del tiempo; quizá lo sea también de una lucha permanente contra el olvido. Un ejercicio de memoria colectiva a veinticuatro cuadros por segundo. El pasado 19 de marzo, en medio de un gran bullicio, se hizo viral la desaparición de Salomón, Daniel y Marco; tres estudiantes de cine que estaban haciendo una tarea escolar en Tonalá, un municipio de la zona conurbada de Guadalajara. Poco más de un mes más tarde, la Fiscalía General del Estado dio a conocer públicamente que habían sido torturados y asesinados a mano del crimen organizado.

Sus cuerpos fueron disueltos en ácido como un último intento por desaparecer todas las evidencias de tortura. Sin embargo, este intento tuvo el efecto contrario. Nadie logró apaciguar a las multitudes que salieron a marchar a nivel nacional por su desaparición y la de miles de mexicanos más. El cine es eso, vida. Un traguito de agua a mitad de un desierto, lo más parecido a la magia.

Aquí, Aguascalientes, una ciudad chiquita, donde “no pasa nada”; no se quedó atrás y hubo una pequeño pero significativo miting. Durante un silencio un tanto incómodo, en el que ninguno de los presentes se atrevía a hablar, se subió al estrado una señora, dijo su nombre, y pronunció aún más fuerte el de su hija: Andrea Noemí Chávez Galván, lo repitió: Andrea Noemí Chávez Galván. Yo no la conozco, pero si conozco su nombre, hasta su cara, la he visto en fotos y en carteles. Andrea Noemí causó un gran revuelto un par de años atrás cuando se hizo pública su desaparición a plena luz del día y a unas cuantas cuadras de su preparatoria. Dentro de tanto infortunio, Daniel, Salomón, Marco, Andrea; tienen el privilegio de tener un rostro y de tener gente que hable por ellos; porque en este país, desafortunadamente miles de familias viven bajo la incertidumbre que queda tras la desaparición de un ser querido. Por cada caso que sale en las noticias de desaparecidos, feminicidios, homicidios, hay un centenar que no sabremos nunca que están en el olvido; y el olvido es peor que la muerte.

En el umbral de la última edición de los Arieles, máximo galardón para la industria cinematográfica mexicana; recordemos que el año pasado, ganó mejor dirección y documental Tempestad, una desgarradora historia sobre la injusticia y la incertidumbre de tener a un familiar desaparecido. El increíble desgaste emocional que implica vivir en el limbo de no saber si tu ser amado se encuentra con vida o no.

Lamentablemente la apatía es un rasgo de carácter común en nuestros días. Parece inofensiva, silenciosamente inofensiva, pero en dosis peligrosamente altas quiebra el espíritu y lo anula todo. Sus primas hermanas, la indiferencia, el valemadrismo, el aquí no pasa nada y aquí todo está bien; son los males contra los que deberíamos de luchar. Que si el TLCAN, que si la gasolina, que si Venezuela…  de nada sirve mientras tengamos que vivir con la incertidumbre constante de, si al final de la jornada, regresaremos a casa, o no, de si lo harán aquellos que amamos.

Foto: Campamento de familiares de los normalistas de Ayotzinapa frente a la PGR en la Ciudad de México. Por PetrohsW [CC BY-SA 4.0 (https://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0)], from Wikimedia Commons