Mi madre viajaba cada tercer día a diferentes partes la Ciudad de México hacia su trabajo como empleada doméstica. Me llevaba con ella porque no tenía quién cuidara a su hija de 5 años.

Usábamos la línea 9 (Pantitlán – Tacubaya), “la café”, esa que va de las banderitas de colores a la pecera. Sí, así fue como me aprendí las estaciones. “Má’, ya vamos en la señora que tiene un bebé”, era Mixiuhca. “Agárrame fuerte y no me sueltes, no metas las manos en la orilla de la puerta”, me decía mi mamá. 

Ella me apretaba fuerte contra su cuerpo de 1.45 metros principalmente en Pantitlán. Yo veía a muchas personas. Gigantes. 

Un día se me olvidó una de las reglas básicas: “no agarrarme de las puertas al entrar” (saltársela es peor si mides menos de un metro). Sentí cómo mi mano  fue apresada junto con una de ellas cuando se abrieron en Pantitlán

Para colmo eran las 7:30 de la mañana. Comencé a gritar al sentir la presión sobre mis dedos. La gente pidió ayuda. Bajaron la palanca. Trataron de sacar mi mano. Sentí dolor y miedo, me iba a quedar ahí, me quedaría sin extremidad. Mi mamá me lo había advertido. ¡Siempre me agarraba de los peores lugares! Una vez también me sostuve del aro con el que se abrían las puertas de la combi. 

Presión, presión, presión, deseperación ¡Mi mano! Comencé a llorar.  

Cerraron con cuidado mientras unos señores empujaban la puerta de lado contrario a dónde me encontraba atorada.

Por fin salió. Mi mamá me sobó. Nos preguntaron cómo estaba y al parecer no me rompí los dedos, aunque quizá por eso los tengo chuecos o simplemente herencia de mi abuela paterna…

No sé pero el metro siempre ha sido mi escuela de supervivencia en esta selva de asfalto. 

En fin, tal vez sus padres o ustedes llegaron tarde a su destino, una mañana de hace 20 años porque a una niña se le atoró la mano en la puerta del metro. Me disculpo.

Después de un rato me tranquilicé.  “Má, ya vamos a llegar a la manzana”. Era un chabacano. “Mira estamos en la abeja”, volvía a decirle a mi mamá en Chilpancingo, dos estaciones antes de bajar en la pecera de aguas movedizas.

 

 

 

Corrección de estilo: Andrea Villagomez