Muchas cosas han cambiado y otras no. Jane Campion sigue siendo la única mujer en ganar la palma de oro a mejor dirección, y en Afganistán y en los altos de Chiapas los hombres siguen casando a sus hijas con el mejor postor

 

Hay una frase que dice algo así como que una película nunca es la misma cuando la vemos por una segunda vez. Cambia el tiempo, cambia el espectador y cambia la película misma, como el agua en un río. 

No había pensado mucho en esa frase, sino hasta hace un par de meses, cuando vi por segunda vez El Piano de Jane Campion. Habían pasado fácilmente unos diez años desde la primera vez que la vi, en una sala casi desierta del Museo de la Muerte, en uno de los ciclos que programaba la Universidad Autónoma de Aguascalientes. La verdad es que no recordaba muchas cosas, pero tenía una imagen bastante optimista de la película. Recordaba casi sensaciones, la música preciosa de Michael Nyman, el momento en el que Baines toca el muslo de Ada a través de su media rota: fue un momento que no se me olvida y que me acompañó durante toda la adolescencia como uno de los momentos más sensuales y eróticos que había visto en el cine. Así que cuando me encontré con el DVD en casa de mi amiga Aída, no dudé en volverla a ver, y más después de que me dijo que ella no la había visto.

 

El piano es una película neozelandesa estrenada en 1993 y multipremiada alrededor del mundo, le dio la palma de oro del Festival de Cannes a Campion, convirtiéndola en la primera mujer en ser acreedora a este premio. Holly Hunter y Anna Paquin, las protagonistas, también cosecharon premios, entre ellos el Oscar a mejor actriz principal y mejor actriz de reparto. Paquin se convirtió en la segunda más joven en haber ganado la estatuilla, con tan solo 11 años. 

La película empieza cuando Ada (Holly Hunter) es casada (no se casa, es casada por su padre) con un terrateniente llamado Alisdair y enviada a la isla en donde vive, en compañía de su pequeña hija Flora (Anna Paquin) y de su piano, que es en realidad la única posesión valiosa que tiene y que le importa. Ada es muda desde pequeña, no se sabe por qué, aunque usa el piano como extensión de su voz, y único medio de comunicación con el mundo exterior, aparte de la lengua de señas que sólo entiende Flora.

El conflicto de Ada está servido cuando Alisdair (Sam Neill) se niega a transportar el piano desde la playa donde desembarcan hasta su nueva casa, que queda en lo alto de una colina atravesando la selva. Alisdar ve la operación muy complicada y sin objetivo, así que lo deja abandonado en la playa,  sin siquiera consultarlo con Ada y peor aún, a pesar de las súplicas que ella hace cuando ve lo que él pretende hacer. Es entonces cuando entra a juego Baines (Harvey Keitel), la mano derecha del esposo, a quien convence de cambiarle el piano a cambio de unas tierras, de nuevo, sin consultarlo con Ada. “En una familia todos hacen sacrificios, y ahora te toca a ti”, le dijo a ésta última, olvidándose por completo que fue ella quien dejó a su país y toda su vida, para irse a vivir con un completo desconocido al otro lado del mundo.

Baines le propone a Ada ir a su casa a tocar el piano, y más tarde llega a un “acuerdo” en el que le devolverá el piano a cambio de pequeños favores sexuales que comienzan con pequeños toqueteos que van subiendo poco a poco de tono hasta culminar con el acto sexual. Queda claro que esta parte es un completo descubrimiento y revelación para Ada. Lo que al inicio parece ser la única opción para recuperar su piano, termina siendo un momento de placer y de goce para ella, que regresa continuamente con Baines; incluso después de que éste le regresara su piano. 

La película es considerada como un “despertar sexual” y todas esas secuencias están filmadas con absoluta maestría y sensualidad, tomando siempre el punto de vista de Ada. Baines, aunque al principio abusa de su posición de poder con respecto a Ada, se termina enamorando de ella, y “queriéndola bien”, si es que tal cosa existe, y  Ada también le corresponde a su propia manera.

Todos los personajes de la película son complejos, y están construidos para mostrar sus escalas de grises: Alisdair se da cuenta (aunque quizá muy tarde) de lo que está pasando entre Ada y Baines, así que encierra a Ada y a Flora; pero parece ablandarse cuando Ada se muestra cariñosa con él, y le demuestra un poco de lo que ha aprendido con Baines. Flora tampoco es ninguna niña mensa, y comienza a mostrar cierta lealtad con su padrastro cuando su madre se aleja de ella. Ada le pide entregarle a Baines una tecla con un mensaje escrito; pero Flora  se desvía a mitad del camino y le entrega la tecla a Alisdair; quien regresa lleno de ira, y mutila con un machete a Ada cortándole el dedo índice enfrente de Flora, y la obliga a mandárselo a Baines, como recordatorio de que se quede lejos de su mujer”.

Después de este momento, la película podría haber tomado muchas direcciones, pero sorpresivamente algo cambia en Alisdair, y decide dejar libres a Ada y a Flora.

Ada parece tomar la primera decisión de su vida, irse con Baines. Empacan todas sus cosas pero ya en altamar Ada se da cuenta que el piano es demasiado pesado y que la única solución para no naufragar es aventarlo al mar. Es entonces que Ada toma otra decisión, que para mí es lo único que decide enteramente libre y por ella sola en toda su vida: mete el pie en medio de la soga que sujeta al piano, con lo que se hunde ella también en el fondo del mar. 

La película pudiera haber terminado ahí, y quizá sería un buen final, un poco triste eso sí. Pero los happy endings made in Hollywood hacen recapacitar a Ada, quien se quita la bota para subir a la superficie. El epílogo es para Ada una vida tranquila y amorosa, al lado de Baines, como maestra de piano en alguna otra ciudad, y con un dedo de madera hecho por él. 

Y ahora sí, todos vivieron felices para siempre. 

El Piano es una película preciosa, pero es también la lamentable historia de una mujer en una cadena interminable de abusos, que termina con el final feliz que muchas mujeres no tienen y que solo existe en la pantalla grande. Pasa de la opresión de su padre, a la de Alisdair y Baines, decide, pero siempre condicionada y limitada por sus posibilidades. 

Jane Campion no deja de ser una excelente cineasta, como muestran sus más recientes premios y nominaciones por su última producción El poder del perro, con la que se convierte en la única mujer en estar nominada este año a mejor dirección en los premios Oscar, y muy probablemente la gane, con lo que habría por segundo año consecutivo una mujer ganando ese galardón, después de Chloé Zhao en 2021. 

Muchas cosas han cambiado y otras no. Jane Campion sigue siendo la única mujer en ganar la palma de oro a mejor dirección, y en Afganistán y en los altos de Chiapas los hombres siguen casando a sus hijas con el mejor postor. El cine hecho por mujeres sigue siendo la excepción y no una regla; y aunque más lentamente de lo que debería, la industria cinematográfica comienza a cambiar los ideales románticos que han sentado las bases para las relaciones sexoafectivas entre hombres y mujeres prácticamente desde su existencia; sigue estando en poder de unos cuantos (el masculino aquí es intencional) las historias que son dignas de ser contadas, y las que no. 

Nosotras mismas como mujeres seguimos estando en constante cambio y aprendizaje. Me pregunto si lo que hace 30 años se consideraba un ejemplo de emancipación y liberación femenina es lo mismo de lo que pensamos hoy en día. 

Si Ada hubiera podido tomar otro camino, quizá fueran los hombres que la rodeaban los que tuvieran que estar en el fondo del mar con la disyuntiva de si vivir o no. Quizá ella hubiera podido vivir sola, sin nadie que le dijera qué hacer. Sola con su hija y con su piano. 

 

Imágenes: Frames de El Piano (1993).