El lugar ideal para la difícil tarea a la que se enfrentan año con año los Reyes Magos es la calle Girón. Especializada en juguetes y peluches, se ubica entre la zona más turística y la más peligrosa del Centro Histórico de la Ciudad de México. Para llegar recomiendo usar transporte público (ni pensar usar auto). Metro Zócalo es la estación más cercana, se debe salir frente a Palacio Nacional y caminar sobre la calle Moneda en donde los puestos ambulantes comienzan a ocupar gran parte de la vialidad. Luego dar vuelta sobre Correo Mayor, aquí ya es difícil transitar.

“Lo que gustes aquí lo puedes encontrar”, rezan los letreros de los locales, mientras los comerciantes gritan: “¡De a cien el lente de realidad virtual!”, “¡De a treinta la cartera!”,“¡De a ochenta la barbie!”. Sigo sobre la calle del Carmen. Mientras cuido no chocar con alguien, voy inspeccionando la calidad y el precio. Los productos hechos en China abundan y el material que predomina es el plástico. Sólo uno entre cientos de puestos es de juguetes tradicionales: trompos, roperos de madera, jengas o casitas de muñecas, pero a nadie le interesan. Estos vendedores tienen cara de decepción.

La zona está resguardada por elementos de Seguridad Pública pero para cruzar República de Venezuela un “viene, viene” se convierte en policía de tránsito: dirige el tráfico, detiene el metrobús que va con dirección a San Lázaro mientras los transeúntes pasan.

Del otro lado, un puesto con Jack´s, de Los Increibles (dos en doscientos pesos), almohadas, chamarras y armas estilo AK-47 que disparan bolas de hidrogel.

-¿A cómo está?-, le preguntan a la marchanta. – A trescientos-, responde. -¿Puedo verla?- inmediatamente un niño de aproximadamente 11 años salta dentro del puesto que está cercado por una reja blanca. –¡Huevón levanta la chamarra que la estás pisando!-, le grita quien al parecer es su madre. El niño obedece y muestra los productos.

La cantidad de gente es descomunal: puestos con pilas de carritos, scooters al por mayor, tenis, armas, muñecas que comen y hacen del baño, mochilas, puestos de comida con hot dogs: “Tres por veinticinco, sincronizadas cuatro por veinte, hamburguesas de a veinticinco”. Y yo que no he comido. Para dar un paso hay que esperar entre treinta segundos y cuatro minutos.

El espacio es tan reducido que las personas caminan casi cachete con cachete. “¡No empujen!”, “¡Una sola fila!”, “¡No hagan desorden!”, “¡A comprar mi gente, a pasear a la Alameda!”, gritan los que parecen ser dueños de la calle parados sobre bancos desde donde observan lo que sucede abajo. Los policías vociferan: “¡Cuiden sus pertenencias!”.

Los precios son dispares pues el ambulantaje no sigue normas; aquí opera la oferta y la demanda. Por ejemplo, un scooter,  plataforma alargada sobre dos ruedas en línea con una barra de dirección en la que los patinadores se deslizan mientras se impulsan con un pie en el suelo, se puede encontrar desde doscientos hasta mil ochocientos.

“En mi época le llamábamos patín del diablo, me di unos buenos golpes por los topes, tiene mucho que no veía tantos, la verdad se me hace algo muy padre porque no contamina y los niños pueden salir a jugar a la calle” comenta Carlos, quien supervisa la compra útil y responsable de Los Reyes Magos.

Ya casi llegamos, solamente falta el tramo de República de Colombia sobre el cual hay más muñecas, pistas de coches, balones, tortas estilo cubanas y de postre rebanadas de pastel.

Oye, te paso tu comida- le dice un comerciante de figuras de acción a una mujer detrás de la reja que delimita su puesto. Ella está sentada sobre un diablito mientras carga a una bebé, de meses, que llora. Otra niña, de un año aproximadamente, espera sentada dentro de una caja de plástico, está inquieta. El ruido, sentir tanta gente encima de ella, el calor, la sed, la desesperación la hacen sentirse abochornada, claro que se pone de malas.  

-Espérame-, le contesta la joven, mientras intenta ponerse de pie en un espacio de medio metro cuadrado. El comerciante le extiende una charola. Estoy parada esperando poder avanzar entre las escenas, tomo el unicel entre mis manos y se lo entrego a la señora, ambos me dan las gracias.

Si alguien se detiene a preguntar o comprar crea un efecto dominó que detiene a cientos de transeúntes. Para salir de la zona lo mejor es continuar caminando y no retroceder. Más puestos, hay tanto para escoger: peluches gigantes, avalanchas, patines, bicicletas, coches a control remoto, drones con cámara, autos con mp3 para los niños, motos eléctricas para las niñas, antes de llegar a Manuel Peña y Peña.

Pero para salir de este nudo humano lo mejor es caminar por avenida Aztecas hasta Eje 1 que resulta ser lo más cercano al Oasis. Sobre esta avenida se venden juguetes, ropa, calzado, pero sobretodo “Hidratación para los camellos”: Los Reyes, sedientos se sientan en la banqueta con las compras y beben gustosos un litro de cerveza. Hasta a mí se me antojó, después de dos horas cincuenta minutos salí de allí y ni siquiera compré nada.

Por el momento he decidido que no quiero ser reina por un día durante los siguientes diez años.