Llegan con los años y las experiencias, con el pasar del tiempo. Aparece un destello blanco entre la negra melena que se multiplica a ritmos distintos; a veces por toda la cabeza, a veces un mechón definido. Las canas.

Símbolo inequívoco de envejecimiento y madurez, el paulatino blanqueamiento del cabello afecta de diferente manera a mujeres y a hombres. Para nosotras, quienes socialmente somos valoradas en tanto bellas y jóvenes, las canas representan una amenaza,  algo que ocultar.

Las primeras canas se arrancan. Pero la sabiduría popular dice que por cada una desprendida nacen tres, así que pronto se hace necesario pintarlas. Ahí comienza el eterno ritual de teñirse el pelo, el que incluye desde tintes, colores, brochas y salones de belleza, hasta remedios caseros para componer el cabello reseco por los químicos. 

Algunas de estas mujeres renuncian; aceptan frente al espejo la imagen de una persona mayor, acaso parecida a su madre, su abuela o su tía. Porque las canas nos conectan con nuestra genética.

Las fotografías que se presentan a continuación retratan cómo viven su relación con las canas 3 mujeres, mis tías, todas ellas en la sexta década de su vida. Silvia Moya, Graciela y Raquel Colin.

Cada 15 o 20 días Silvia encuentra raíces blancas en su cabello, especialmente en las sienes. Ella comenzó a pintarse las canas a finales de los años 90, cuando tenía 38 años.

 

Con el pasar del tiempo, pintarse el cabello se hizo un vicio: “ya no lo puedes dejar […] se convierte en algo que es parte de ti”. Silvia no se imagina sin pintar su cabello. Ella misma se aplica el tinte una vez al mes.

 

Graciela comenzó a tener canas a los 45 años. Los pocos destellos blancos se multiplicaron después de la muerte de su mamá. Aunque ya se solía pintar el cabello, las canas implicaron un ritmo obligatorio, al menos cada 2 meses. Dejó de teñirlas hace 5 años.

 

“Me molesté, ¡las canas son bonitas”, dice Graciela al recordar el cansancio y desgaste que implica vigilar las raíces y teñirlas constantemente. Ella recordó que las canas le parecen de “señoras elegantes” como la actriz Angélica Elizondo. No le fue difícil adaptarse a tener todo su cabello blanco.

 

Raquel comenzó a pintar sus canas a los 30 años porque pensó que a esa edad aún no debía tenerlas y porque le daba curiosidad el tinte. Después de 7 años, le dio flojera teñirse el cabello y se lo cortó chiquito. Ella piensa que heredó las canas de su madre, a quien desde siempre conoció con el cabello blanco.

 

“Antes pesaba más lo que la sociedad decía que debías hacer”, dice Raquel. Ella considera que hoy las canas están de moda. “Me han dicho que se me ven bonitas”, comenta y agrega que no siente que te hagan ver mayor pues la edad se nota en la cara.

 

Hablar de las mujeres más allá de los clásicos estereotipos femeninos implica profundizar en prácticas y sentimientos poco dichos que, aunque casi ocultos, persisten y nos atraviesan. Desde niñas se nos enseña la importancia que el corte de cabello, el cuidado de la piel y la forma en que vestimos  tienen para nuestra convivencia y aceptación por los otros en la sociedad.

¿Qué representa para nosotras apegarnos a estas reglas? ¿Cuánta aceptación y cuánta negación nos cuesta? ¿Cómo vivimos el cuidado de nuestra apariencia detrás del espejo? Responder a estas preguntas nos acerca a una reflexión sobre nosotras, nuestro cuerpo y nuestra forma de vivir esa feminidad aprendida.

Sigamos cuestionando estos temas en compañía de nuestras madres, primas, amigas, tías, vecinas y compañeras.

 

 

Agradezco el apoyo de Silvia, Raquel y Graciela. Hablar de ellas es hablar también de mi yo del pasado y del futuro.