Ilustración: Mariana Núñez

 

Ahora que empezó Año Nuevo, entre otros rituales muy típicos en estas fechas para tener abundancia, amor dinero y otros, pude notar muchas personas que salieron de su casa con las maletas, deseosas de poder viajar durante el año.

Esto me hace pensar en las personas que viajan, algunas lo hacen para conocer lugares, culturas y tradiciones nuevas, otras para aprender idiomas, o mejor aún para estudiar en el extranjero, otras más para visitar a sus familiares …

¿Y yo por qué viajo?

Hace muchos años decidí vivir fuera de mi país, y ahora cada que viajo es para regresar a mi lugar de origen, mi México querido, mis raíces.

Esta vez me tocó viajar en medio de una pandemia, en tiempos donde no se podía, se trató de un asunto de extrema importancia. Sufrimos la pérdida de un ser muy importante en la vida de todos los integrantes de la familia, mi hermana mayor, Lulú.

Este viaje fue una sanación para mi alma, un tiempo para estar con mi familia natal, mi mamá, mis sobrinos, mi hermana, y nada más. Me hubiera gustado mucho ver también a otros parientes, pero es la época de covid, y por precaución evitamos vernos.

Este fue un tiempo sobre todo de aceptación y superación ante esta nueva situación.

Gracias a mí por esta oportunidad de estar aquí en mi México para despedir sentimental y espiritualmente a Lulú. Me agradezco por haberme dado la posibilidad de pasar las fiestas navideñas (aunque fiestas no fueron) en compañía de mi familia natal mexicana.

Y después de más de un mes de estancia, ahora es el viaje de regreso y aunque mi familia sabe que no entrarán al aeropuerto, están contentos de acompañarme: mi hermana y mis sobrinos. Durante el viaje de casa al aeropuerto, en el auto, se escuchan las canciones de mi época.

Bajo del coche para ver si esa es la entrada del aeropuerto, sí, sí es. Me despido de ellos con un nudo en la garganta, empiezo a caminar y me digo en mi mente “No, no te voltees” y justo en ese momento volteo y en el fondo los veo dentro del auto sonriéndome para decirme adiós con sus manos. Yo también les sonrío y les digo desde lejos adiós, sé muy bien que pasará mucho tiempo, no sé cuánto, para volverlos a ver.

Sería muy fácil decir “hice el check in y subí al avión”, pero esto siempre es más complicado. Me sucede cada vez que hago el check in, mi maleta pesa más de cuanto es permitido (y es que siempre quisiera meter todo lo que no tengo fuera de mi país, aparte de la fruta que no me es permitido llevar), menos mal que tengo un plan y saco algunas cosas y las meto en otra maleta chica que puedo llevar en la mano.

En la sala de espera, antes de subir al avión, nos organizan en 4 filas, no entendí muy bien por qué, pues al hacerlo no hubo sana distancia. Nos piden boleto y pasaporte, todos tenemos cubrebocas, y aún así la compañía aérea nos regala uno más a cada pasajero. El avión va muy lleno.

Espero que no que no me toque nadie a lado para no viajar por 13 horas cerca de alguien. Pero no es así, a mi derecha está una familia de Portugal, y a mi izquierda una familia de Brasil, así que los niños están hablando portugués y se hacen compañía al inicio del viaje.

Siempre me toca la ventanilla, sin embargo esta es la primera vez que no; esta vez no veo mi México en el momento en que despega el avión y no puedo despedirme de todas esas lucecitas que se van haciendo cada vez más pequeñas.

Seguramente habrá un motivo por el cual en esta ocasión no me tocó ventanilla.

Con el paso de las horas desde el interior del avión se puede ver el tardo amanecer gris y nublado y mucho más tarde una hermosa puesta de sol maravillosa con colores anaranjados y una tonalidad que va de azul claro a azul profundo.

En cada partida he dejado algo de mí, de mis raíces, de mi familia, esta vez agradezco porque ha dejado en mí mucho aprendizaje, y sobretodo la importancia de la familia que va más allá de las palabras: esta vez aprendí que gracias a la unión de la familia se pueden sanar heridas muy, muy profundas.

Cada vez que los kilómetros aumentan, me acompaña esa sensación de alejarme más de mi tierra y por eso cada vez deseo con todo mi corazón no olvidar, no desconectarme de esos latidos que deja el corazón en el lugar donde ha sido muy feliz, en donde nací, crecí y  formé mis raíces.

Al regresar a la isla en el sur del continente europeo en donde decidí vivir aprendo día a día que también se puede estar lejos en la distancia y siempre cerca en tiempo y en sentimiento.

Llevo en mi corazón a mi país y a mis seres queridos.

Así que, venciendo el desamor, la distancia y el tiempo, aquí estoy otra vez lejos , pero más cerca que nunca de mi gente.

Alejandra Cervantes Macías

Me dicen japonesa pero soy 100 por ciento mexicana y aunque me haya ido a vivir al extranjero amo las tradiciones y los colores de mi tierra.  Soy mamá de Juan Diego y Giancarlo. Estoy aprendiendo a vivir un día a la vez, mi nombre es Alejandra.