De: andreafotoestudio@gmail.com

Para: sonialajacarandosa@gmail.com

Asunto: ¡No lo vas a creer!

Sábado 28 de marzo de 2020

0:23hrs.

Querida amiga:

¿Cómo estás?, ¿Cómo les va a Javi y a ti en la cuarentena Brasileña? Te escribo este  mail, porque aunque llevamos tres semanas de aislamiento por esto del coronavirus,  hasta ahora tengo un momento para platicarte lo que me sucedió a principios de este  mes. Y es que el trabajo que tengo ahora en casa se ha duplicado, por eso me ha sido  imposible llamarte para contarte todo con detalles, pues además con Pepe, Gaby y Ruy  en casa todo el tiempo, sólo me es posible estar tranquila en la madrugada mientras están dormidos.

El jueves 5 para ser exactos me reencontré con Alexander. De hecho, esa no fue  la primera vez que nos vimos después de tanto tiempo. Más bien fue una semana atrás,  cuando lo redescubrí a través de mi lente en el concierto de presentación de la gala de  temporada. Fue una de esas casualidades que no esperas que sucedan, sobre todo porque como bien sabes, hacía mucho que dejó de vivir y tocar aquí en México. Y además, se supone que yo ya lo había superado. Recuerdas que cuando regresaste de  tu gira por los escenarios del norte, justo antes de que te aceptaran en la maestría de  dramaturgia en Río, te conté por demás orgullosa, cómo “lo había mandado al diablo”, por segunda vez, pero supuestamente ahora sí para siempre. ¡Ay, querida! cuándo lo vi toda nuestra historia se volcó de nuevo en mí. De inmediato, sentí fuego en el centro de  mi vagina, y una especie de ola de calor que se iba expandiendo por todo mi cuerpo, pasando por mis senos, hasta mi cara y mis labios, pero no podía demostrar emoción  alguna pues ¡estaba trabajando! Sin embargo, su sonrisa como la de aquella vez en  nuestro primer encuentro sin su hermano, ni el resto de la familia, fue suficiente para  volver a acorralarme. Y es que todavía no puedo entender por qué en esa ocasión tenía una expresión tal que parecía que estaba saludando a la mujer más guapa que hubiera  visto en su vida, y no a su alcohólica ex cuñada, que para colmo estaba al borde del  colapso nervioso, flaca como un perro callejero y fumando sin parar, por el definitivo  abandono de su siempre conflictivo e impredecible baby brother Alexeí.

Pero, ¿te acuerdas cómo lloramos, reímos y nos emborrachamos el día que  supimos que me iba a casar con tu medio hermano? ¡Sólo faltaban tres días antes de  mi boda!, y eso porque tu mamá finalmente tuvo el valor para decírnoslo, pues  inevitablemente se encontraría con mis suegros. ¡Ya no sabía qué pretexto  inventar!…Por eso dicen que nada es casualidad. Lo bueno fue que no hubo ningún  problema pues todos en la familia de Alexeí ya sabían de tu existencia, y al final ni su  papá ni Alexander asistieron. “Que porque tenía concierto con la orquesta de Berlín”.  Fue hasta la muerte de mi suegra que se animó a regresar de Europa y que por fin lo  conocimos en persona, ¿te acuerdas?, y no por las innumerables fotos e historias que  mi esposito, familia y amigos contaban sobre él. Por cierto que me cayó tan mal ese  día, pues lo primero que preguntó al llegar fue que dónde estaban los tamales si  estábamos en un funeral mexicano. Todavía no sé si fue el jet lag o qué fue lo que le  hizo decir algo tan estúpido, pero supongo que nunca sabemos a ciencia cierta cómo  vamos a reaccionar ante pérdidas tan significativas.

Bueno, pero regresando a lo que te estoy contando: habían pasado ya casi cinco  años desde que lo había visto por última vez. Y a pesar de mi supuesto temple de fotógrafa en  acción, su guiño coqueto lleno de confianza desde el escenario, terminó por  desarmarme y arrancarme una sonrisa. Esa noche, en el coctail, no recuerdo cómo  terminé hablando con él, ni mucho menos cómo es que acepté que lo vería antes de la presentación de la siguiente semana en su hotel. Quizá fue por querer  romper con el tan buen comportamiento que había tenido desde que me casé con Ruy, y que de sobra sabemos ya que no se lo merecía. O porque no había bebido nada de  alcohol desde que me enfermé de este cáncer, (Maseosare mi extraño enemigo, como  yo le digo), que aunque como ya te he dicho, es benigno, ha estado castigando mi  tiroides de tal forma que me ha dejado sin lívido, sin fuerza, un tanto asmática y con  sobrepeso. Pero como mi tratamiento a últimas fechas ha avanzado bastante bien (¡Dios!, ¿hace cuánto que no hablamos?) y me he estado sintiendo mucho mejor, esa noche me bebí al hilo dos copas. Al final creo que más bien fue porque aunque lo deseara, no podía siquiera imaginar que realmente pasaría algo nuevamente entre  nosotros como lo que tuvimos hace poco más de seis años, antes de siquiera conocer a Ruy. Además, para acrecentar mi desazón, debo confesarte que yo y mi ropa interior en estos días no somos nada especial. He estado utilizando de esos calzones sosos y  grandes de algodón, muy típicos de las mamás entradas en carnes y en años. Mi  cuerpo está francamente rollizo, aunque según me dijo él ante mis ácidos comentarios hacia éste: no me notaba nada raro, ni poco agraciado, porque de todas maneras a él siempre le han gustado las rellenitas. Una más de esas mañas que compartía con su  hermano, quién alguna vez, cuando aún éramos novios, me confesó que tenía la idea de que este tipo de mujeres, “sexualmente eran insaciables”. Lo cual siempre pensé que era de lo más pendejo y  desagradable que había escuchado pues en aquel  entonces, como bailarina de profesión, tú sabes que siempre había tenido que mantenerme por debajo de la talla siete, que de por sí en mi medio ya era considerada  una talla de gorda. Pero ahora, por mi enfermedad, parece imposible que algún día  pese menos de 80 kilos y deje la talla 13, pues hacer ejercicio todavía no está en mis  posibilidades y mucho menos bailar.

¡En fin! Primero nos vimos en una cafetería cercana al hotel. Pedí un frapuchino para esperarlo, que galantemente pagó al llegar, pues a los hombres Black siempre les  ha gustado ostentar cierta opulencia económica y abolengo, aunque en realidad sus únicos valores importantes son sus instrumentos antiguos que ¡eso sí! han dominado  con gran maestría desde muy temprana edad.

El día estaba sumamente abochornado. Llevaba vaqueros y una camisola suelta  de algodón, pero aún así tenía mucho calor. Estaba sudando y quizá hasta más de lo  normal por los nervios de encontrarme con él a solas. Cuando por fin estaba ahí, con la  luz del día, pude verle mejor. Muy al contrario que yo, estaba flaco, pero con su  característico cabello revuelto y medio largo. Algo que siempre me ha parecido sexy en  los hombres, aunque para ti, Sony, ya sé que más bien te parece hippie y desaliñado.

Estuvimos platicando un rato, aunque supongo que de trivialidades y no mucho  tiempo. Esa vez, como  muchas otras, más que escuchar lo que me decía, me perdí en sus ademanes suaves y elegantes y en el tono inconfundible de su voz que a veces todavía me asusta un poco, pues al parecer Alexeí trataba de imitarle en eso también. Supongo que habrá sugerido que  estaríamos más cómodos y menos acalorados arriba. Hacía tanto tiempo que no estaba  en un hotel con alguien que no fuera mi esposo y mis hijos, que todo parecía una especie de película o sueño del cual no podía yo ser protagonista. Antes de abandonar la mesa, una súbita brisa trajo consigo una lluvia de florecillas moradas de una hermosa jacaranda enorme que nos estaba haciendo sombra, lo que nos hizo reír fresca y francamente como si fuéramos un par de adolescentes. Por cierto que aquí este año se adelantó la floración de estos árboles, ¿qué tal allá? Lo he comentado con otras personas, y pensamos que es efecto del calentamiento global. Pero, a decir verdad, durante la marcha del día 8, fueron un sorprendente acompañamiento para nosotras. Era como si se hubieran solidarizado con la ola morada que ese día inundó la ciudad.

Tomó un capullo entre sus dedos y sin dejar de mirarme con sus hipnóticos ojos  aceitunados, lo puso en mi mano. Esto me encantó. Tomé otro y lo puse en su oreja,  con lo que le robé una carcajada. Sabes, ese gesto lo aprendí de su hermano pues, cada año lo hacía para recordarme que ¡era época de jacarandas! Además, solía traer ramilletes completos a casa que ponía en un pequeño florero de nuestro escritorio y  nunca me reveló el secreto de dónde los alcanzaba.

Ya en el hotel, para retomar mi papel de estoica mujer en control de la situación, me puse a hacer unas cuantas tomas desde el ventanal. Llevaba mi cámara pues por la noche tomaría las fotos de la orquesta  nuevamente. Aunque ese alarde de inspiración artística, en realidad fue más bien un torpe intento de retrasar mi entrada al  cuarto. ¡Estaba nerviosísima! Dentro el lugar era muy austero, un tanto viejo y con  alguna de esas absurdas y más bien feas pinturas de decoración sobre la cabecera de  la cama. Abrimos la ventana para aliviar el calor y el encierro. Prendió un cigarrillo de marihuana, mientras yo continuaba con mis fotografías desde esa nueva perspectiva. Ahí, en cambio, el atardecer de la ciudad se mostraba magnífico, y parecía que estaba  luciendo su mejor lencería morada con tantas jacarandas en flor. La multitud de ventanas de los edificios aledaños, también me hizo pensar en todas las historias que, como la nuestra, podrían estar floreciendo en aquel momento. Me senté en la cama a  tomar la bebida que no había terminado en la cafetería y a refrescar un poco mi frente con el vaso, una costumbre de borracha que siempre he tenido y que tanto a él como a Alexeí les parece decadentemente sensual, con lo que por supuesto ya no tuve escapatoria. Comenzó a  besarme y ya no hubo más pensamientos. Éramos de nuevo esos viejos conocidos e  increíbles amantes que se entregaron muchas noches sin recato en ese sobrevaluado estudio de la calle de Regina. Me encantó volver a andar la vereda de desabotonar su  camisa y que él hiciera lo mismo. Mi brassier cedió al momento, y sus besos como  cálidas olas marinas se desbocaron en mis pechos, que ahora tienen por lo menos dos  tallas más que cuando fueron suyos por completo. ¿Te acuerdas que en aquellos días a  veces ni siquiera usaba sostén?, pues a pesar de haber amamantado a mi primer hijo  por todo un año, se encontraban tan firmes y pequeños como casi siempre lo habían  estado.

Estaba boca arriba mirando el tirol del techo, cuando se aventuró por fin a abrir  mi pantalón. Me lo quitó con dificultad, pues gorda o flaca, siempre lo he utilizado ajustado como es costumbre de la hembra norteña, ¡sí señor!

Por suerte, rápidamente se deshizo de mis horribles bragas, mientras seguía descubriendo y “disfrutando” mis nuevas curvas. Entrelazó su mano en la mía y  finalmente hundió su cara entre mis piernas para hacerme uno de eso orales ¡de  antología, amiga!, que inauguré con un ronco gemido, muy parecido a una prolongada nota de cello, y casi de inmediato, junto con un torrente sin fin del líquido producto del  primer orgasmo, vinieron lágrimas de gozo y liberación. No lo podía creer. ¡Hacía tanto  que no me sentía viva, plena, hermosa! Me vine copiosamente, como siempre lo hacía  (y lo hice muchas otras veces también contigo), pero he de confesar que ésta fue una  de las más asombrosas. Parecía que podíamos ahogarnos, naufragar de deseo,  convertirnos en agua, en arena y sal hasta desaparecer. Pero fue valiente, bebió ávidamente y continuó lamiendo suave y de pronto arduamente para que lo volviera a  hacer. Cuando pude recuperar un poco de aliento, le pedí que me penetrara con esa  magnífica verga que hasta su hermano me llegó a presumir, mezcla de orgullo y envidia que siempre tuvo por él. Esta vez, creo que más por cortesía que por ganas me  lo hizo por delante primero y mirándome a los ojos, aunque la verdad no sé por qué empezó así, pues tanto a él como a mí eso no nos prende tanto. En realidad como más nos gusta es por detrás; en actitud completamente animal, con una de sus manos en mi hombro y la otra en mi cabello. Y es que, en eso tiene la misma opinión que nosotras: que para coger, no nos importa quiénes somos y si nos amamos o no: el mayor éxtasis del sexo no está en el amor, sino en perdernos en el momento, en ese inmenso universo que vive en el infinito de nuestra piel y nuestra  pasión. O al menos, creo que por eso nunca hemos tenido problemas para disfrutar a un hombre o a una mujer, pues como nos decíamos tú y yo cuando empezábamos a descubrirnos y a darnos placer hace mil años: A falta de pan… ¡tortilla!

Después me lo hizo de lado y aunque puede sonar aburrido, funcionó de  maravilla, pues volví a venirme por lo menos unas tres veces más. Eso sí, cómo hace  tanto que no nos veíamos, yo no quise hacerle oral, pues aún en mis épocas más  promiscuas he tratado de cuidarme y no terminar con alguna enfermedad. Aunque esto que te digo es completamente absurdo, pues fue lo primero que hizo, ¿verdad?. Qué  paradójico es que ahora estamos en peligro de morir sin siquiera tener un estilo de vida  lleno de lujuria y excesos. Pensándolo bien, creo que esto fue más una resistencia a  someterme por completo a él. De alguna manera tenía que castigarle, o por lo menos  dejar algo inconcluso para el siguiente encuentro.

Para poder terminar, finalmente decidió tomarme por detrás. Comenzó suave y  rítmicamente, hasta que con cierto frenesí y otra ronca nota me anunció que se vendría  y lo hizo sobre mis nalgas, mi espalda y hasta mi cabello, pues tiene esa extraordinaria cualidad de proyectar el chorro de su esperma hasta el techo, que a mi parecer lo hace  algo así como un dios de la fertilidad, y que me excita tanto que no pude evitar  acompañar su venida con otra tibia cascada, pero esta vez, con un potente grito. ¡Ya te había contado antes su proeza!, y aunque ese día te hizo reír mucho y hasta ruborizarte  un poco, sé que te fascinó, porque si algo heredaron Alexander, Alexeí y tú de su  padre, es esa perversa y vampírica capacidad de seducción.

A pesar de que después de tanto éxtasis no podía ni hablar, por un momento  deseé que nada hubiera sucedido, pues ahora tendría que lavar mi cabello y en muy  poco tiempo debíamos estar en el trabajo. Él deleitando al público y yo registrando. A pesar de mis bobas preocupaciones, al sentir su abrazo nuevamente, todo dejó  de importarme si se me notaba o no lo bien cogida que estaba. ¡Es más!, ahora esperaba que así fuera, pues francamente no podría sentirme mejor. Antes de irnos a bañar, nos asomamos a la ventana de nuevo para compartir un cigarro normal, todavía  risueños y desnudos. Nos tendimos en la pequeña parte que quedaba seca de la cama para descansar. Me recosté en su pecho y me tapé con la sábana hasta los hombros, pues  mi trastorno hormonal de pronto todavía me hace sentir demasiado frío. Ese gesto tan  poco erótico no le importó en absoluto, y más bien me acarició dulcemente el cabello mientras dormitaba un rato. El cuarto poco a poco se fue oscureciendo y por una pequeña eternidad solo el olor dulzón de las jacarandas de la calle se distinguía más allá de la oscuridad. Sonó la alarma de su teléfono y sin decir nada nos fuimos a bañar. El agua estaba un poco fría, por lo que nos pusimos a platicar en la regadera de chismes del mundo del arte, más como un matrimonio de años que como amantes; supongo que queríamos olvidar lo romántico del encuentro lo más posible, pues toda la comunidad nos conoce, conoce nuestro antiguo parentesco, y por si fuera poco, podía aparecer de improviso algún otro conocido de su prometida o de Ruy por ahí. Mientras él terminaba de vestirse y de dar brillo a sus zapatos, tomé unas fotos más desde la ventana para despedirme por siempre de aquel momento y de aquella habitación que  probablemente no volverá a vernos, ni a respirar al unísono de nuestra música. No sé  por qué, pero como si presintiera algo de lo que estamos viviendo ahora, sentí nostalgia  porque tampoco volveríamos a inhalar pronto juntos ese inconfundible perfume de la  primavera de la Ciudad de México, extraña mezcla de smog, deseo y luces de la calle. Al cerrar la puerta de ese lugar sin tiempo en el que las ventanas todavía pueden abrirse por completo sin temor al vacío, no todo era pérdida, pues algo había cambiado en mi, y al igual que Alexeí hace siete años, yo me había liberado. Me sentía liviana y  confiada de que de ahí en adelante me curaría. Y por fin entendí que no necesitaba esperar a nadie para vivir plenamente, que el sexo aunque sea increíble es tan efímero y eterno como cuando las jacarandas visten de morado. A pesar de las dificultades, equivocaciones, pasiones y los adioses, yo soy sencilla y cotidianamente feliz. Y aún a  pesar del Covid-19, que obviamente me ha dejado sin trabajo por el momento, sigue siendo época de jacarandas y la magia de la transformación está en el aire.

Bueno, pues espero que te hayas calentado tanto como yo al recordar y contarte  con lujo de detalle lo que me ha pasado. ¡Jajajaja! Y ni te vayas a hacer la espantada  porque sé lo mucho que te gusta Alexander a pesar de sus pelos y de su parentesco.

¿Sabes cuántas veces llegué a fantasear contigo y con ellos? ¿Nunca lo pensaste,  friend?

 

Besos y escríbeme pronto.

Te extraño.

A.

 

***

A casi un año y medio de la pandemia y con el virus todavía pululando en todo el  mundo —aunque con la esperanza de ir aminorando su fuerza por las vacunas y  medidas sanitarias—, muchas cosas cambiaron. Por ejemplo, el correo solo llega a las  viviendas una vez por semana, por lo que en esa ocasión, además de algunas cuentas  que todavía se imprimen en papel (aunque cada vez está más en desuso), Andrea  recibió tres cartas. Dos de ellas, a primera vista parecían ser del mismo remitente. Sin  embargo, al abrirlas se dio cuenta de que una era de su querida Sonia, y las aparentemente iguales eran de Alexander y Alexeí. No cabía en sorpresa y dicha porque de las tres caían flores de jacaranda cuidadosamente desecadas, y además cada una contenía también una foto de las calles de Río, Madrid y Melbourne, respectivamente, salpicadas de esta envolvente y mística tonalidad.

 

Este relato tiene un complemento audiovisual que puede verse aquí: https://www.instagram.com/tv/B_iCjxsDi-j/?utm_source=ig_web_copy_link

 

 

Ariadna Rodríguez MAR comenzó su romance con la fotografía mientras trabajaba en prensa en oficinas de gobierno y estudiaba Etnología en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH). Aunque sus primeras series fotográficas son de corte documental con el tiempo ha ido migrando a la fotografía artística, y hoy en día se considera una Artista Visual pues busca expandir los límites de ésta, experimentando y combinándola con otras técnicas.

Sus trabajos más importantes son: Por si no regresamos (clic acá), Flores en el Desierto (clic acá), La muerte está vestida de recuerdos y Era época de Jacarandas. Actualmente se encuentra realizando un proyecto con el concepto de Body Positive, y otro con la temática de la pandemia.

 

Pueden conocer el resto de su trabajo y trayectoria en su página:

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