Los actos y las palabras de los hombres están hechos de tiempo: son un hacia esto o aquello, cualquiera que sea la realidad que designan el esto o el aquello, sin excluir a la misma nada.

Octavio Paz

Fotos: Susana Colin, Humberto García; Archivo familiar Fernández

La literatura es el espejo donde el ser humano ha descubierto su identidad, cada una de las historias que hemos leído, escuchado, inventado, o incluso me atrevería a decir, a pesar de que pueda saltar para muchos esta afirmación, soñado o recordado, nos demuestran que la identidad está en otra parte, en la otredad, en la ficción.

Al leer por primera ocasión Cien años de Soledad de Gabriel García Márquez no pude dejar de sorprenderme con Úrsula Iguarán. Entiendo las distintas posturas ante la obra, para muchos el protagonista de la historia que Gabo relata, no sé si peco de confianza al llamarlo así, es Macondo; ciudad con la que tantos hemos soñado. Pero al hojear de principio a fin la obra mis ojos sólo vieron un Norte, el de Úrsula. En ella se encuentra el eje y motor espiritual de aquella enorme familia, que con tantos nombres repetidos a más de uno nos quebró la cabeza.

Así, mi casa (y aquí quisiera que se entienda “familia” por “casa”) se sostuvo gracias a un matriarcado evidente de tres heroínas, pero con el Norte claro, un eje en el cual nos reinventábamos y que incluso en la actualidad sigue guiando desde un aquello que no comprendemos pero que por fe aceptamos. Aquel punto al que mirábamos tenía por nombre Mamá Tere, bisabuela; abuelita Tere para mí.

Tere fue, como Úrsula, aquel centro donde nació y se sostuvo todo.

¿Qué tiene eso que ver con la literatura? Todo y nada, dependerá, tal vez, de formas subjetivas de visión y entendimiento. Pero a mí siempre me ha atraído la forma de ver a la misma y hablar de ella, de la literatura, como un recuerdo. Del recuerdo de mi bisabuela, del recuerdo tal vez infiel a la verdad, inventado por las historias de Úrsula, de nuestra Teresa; que nos hizo, que nos ha bautizado, y nos empuja.

Cuando vivimos no pensamos en que tenemos que vivir hasta el momento en que lo hacemos, ¿suena tonto? Puede que lo sea. Pero es en ese instante cuando miramos hacia atrás, al presente, y al futuro y le ponemos letras. Es en aquellas historias donde nace y se completa la literatura. Me gustaría tener la posibilidad de recuperar fiel y conscientemente cada momento que viví con mi abuelita Tere, no puedo. Pero puedo contarlo porque invento, lo sueño, y lo recuerdo. Y así, como con aquella obra cumbre de la literatura mundial, al leer sobre Úrsula, también puedo volver a sentir, vivir, recordar, y entender aquella realidad de mi familia, de nuestra Tere.

Para mí la literatura es, entonces, El Recuerdo de una realidad más frágil de lo que creemos y difícil de entender. Recordamos-leemos-escuchamos pizcas desde la invención de la memoria para poder, luego, explicarnos y entender lo que somos. Usamos esto para saber nuestra vida, conocerla, entenderla. La ficción se vuelve dicotomía: vida y escritura: La vida (ficción) rescatada por la ficción (escritura).

Y así, Úrsula Iguarán de Buendía fue/es la madre y eje fundamental de su familia, se preocupaba más por ellos que por sí misma. Mujer dedicada, con autoridad, y generosa. Guio a cada uno de los suyos en asuntos cotidianos. Abrió el camino de Macondo con el mundo. Entrando a la vejez fue apartada, mi Bisabuela Tere, nuestra Tere, Mamá Tere por la demencia senil, un trastorno, al parecer común en personas mayores. Los recuerdos, sus recuerdos, a causa de neuronas deterioradas, se confunden; pero la sabiduría y dirección siempre la acompañan. En una lamentable ocasión se enteró de la muerte de su hijo, el Tío (mi Tío) Beto. Al llegar a la casa después del funeral me dijo: Ahora tú eres mi Beto. Y desde ese momento me re-bautizó: para siempre, para ella y los demás, como su Beto.

La literatura es un recuerdo que no conoce el tiempo, incluso lo contradice. La imagen del mundo, su humanidad, y sus enigmas se desvelan en las historias que con cada palabra le dan un poco de sentido.

Es entonces al releer las páginas de Cien años de Soledad donde, gracias a las características de Úrsula y una excelente narración, nace la magia: Recuerdo y literatura se entienden como uno, y yo, su Beto, puedo volver a ver y abrazar a mi bisabuela, mi Tere.