Texto: Berenice Quirarte

Mi labor docente se ha convertido en mi lucha, mi resistencia como mujer, humanista y trabajadora. Ser profesora pasó de ser una “chamba” temporal a ser, además de mi ocupación principal, prácticamente mi día a día: despierto y entro a juntas, capacitaciones, doy clases, reviso tareas, preparo mis sesiones, respondo correos de lunes a viernes y los fines de semana- Por lo regular, tengo esa pequeña catarsis donde expongo con mis escuchas la regular falta de empatía de parte de varios de mis estudiantes, sus entregas tardías, la imperante solicitud de mi empatía por las crisis socio-afectivas tan propias de la edad y ahora, del encierro que sufren, además de mi tedio por las largas horas frente al computador que provocan mi relación de amor-odio con mis alumnos (calma, es solo que a veces puede ser muy complejo).

Para no hacer la historia muy larga, abordaré solo dos elementos de mi pasado que han marcado mi camino laboral. El primero es el recuerdo de todos esos maestros que fueron mi cobijo durante mis clases regulares y aquellos que me compartieron sus saberes por las tardes mientras mis padres trabajaban. La escuela ha sido, y es, mi primer hogar. Sí, el primero.

El segundo elemento se remite a una de mis clases en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM: Enseñanza de la historia. Siendo muy honesta -y estoy segura que varios de mis colegas coincidirán conmigo- subestimamos esa clase. “¿Para qué aprender a dar clases cuando lo que quiero es ser investigador?” , “Si esa fuera mi opción, hubiera entrado a Pedagogía o a una Normal”, eran algunos comentarios que hacíamos.

En el caso de las humanidades, que es el gremio al cual pertenezco y re-conozco, son pocas las opciones que se nos presentan para ejercer nuestra labor, y quizás la más viable y potente es la de la docencia. Además de tener como obstáculo la escasa atención tanto de los programas como de los estudiantes hacia la rama educativa, nos enfrentamos a un reto mayor: la violencia sistemática al magisterio y la idea de homogeneizar la experiencia del educando.

Tratar de exponer aquí la lucha docente tan solo en nuestro país sería una tarea titánica, y hasta poco ética, sin embargo lo sería más pasar de largo algunas cuestiones. Los maestros han sido, desde varios siglos atrás, una parte fundamental de la constitución social, y por tanto, política, del desarrollo de la humanidad: pasando desde los grandes maestros griegos,  los que fundaron universidades en la Edad Media, aquellos que enseñaron como hoy en día, oficios de generación en generación, los maestros combatientes en las revoluciones,  en las independencias, los que han resistido guerra tras guerra, los que han sido perseguidos, los rurales, los guerrilleros, los que están en las aulas, los que ahora no estamos con nuestros alumnos y aquellos de los cuales no tenemos conocimiento pero sí conciencia.

“Manifestación del Movimiento Revolucionario Magisterial”, 6 de septiembre de 1958. Fundación Archivo Héctor García.

Sin dejar de lado a quienes se han dedicado a pensar el camino epistemológico, el cómo compartimos con los otros ese poco o mucho conocimiento que gesta una comunidad, porque la enseñanza va más allá de un ego personal sobre lo “que yo sé”: es parte de esa búsqueda incansable por la dignidad de todos, al menos, para mí la educación es eso.

Hoy día se han puesto sobre la mesa algunos problemas que detonaron con esta llamada “educación a distancia“, pues varios se percataron -porque insisto, el camino docente es complejo y con diversos tropiezos desde hace tiempo atrás – de las cuestiones en torno al medio capitalista de homogeneizar la experiencia educativa convirtiéndonos a los maestros de obreros a “godínez” de la educación (en tanto que antes que todo, muchos somos trabajadores antes que profesores “por el mero gusto”). Aunque varias escuelas se han esforzado por integrar visiones pedagógicas que al fin reconocen el valor y papel de los estudiantes, donde se nos propone como sus guías, compañeros y escuchas, la sistematización de la institución que nos rige nos ha llevado a una  en la capacidad con nuestra labor al privilegiar la exposición constante de pruebas de que estamos trabajando que se traduce en burocracia: papelería que sustenta que el estudiante está preparado porque produce y no por que conoce.

Otras vivencias que se me vienen a la mente en este ejercicio de pensar la labor docente son el clasismo y el racismo que están presentes en el gremio y en el ejercicio institucional, las marcadas diferencias entre ser docente en el campo o la ciudad, claro, si podemos marcar esas diferencias tan tajantes, pero vaya , finalmente el espacio es condición de posibilidad de la comunidad educativa. ¿Cómo olvidar la escena de Cantiflas en El Profe donde éste, con sus alumnos y los padres de familia construyen una pequeña aula al aire libre después de un ataque a su salón por alzarse contra el gobernador del pueblo? Y bueno, ya retomando este ejemplo, también nos muestra varias cuestiones: la educación separatista que aún mantienen algunas escuelas, la idea de que solo los hombres pueden asistir a ellas, que el maestro es una especie de ente superior en la comunidad y, por tanto, puede tener ciertas exigencias con las familias.  ¡Vaya, el profesor se llama Sócrates! …

Escena de la película “El Profe”, 1961

En fin, más allá de caer en algún juicio de valor y retornando a la problemática de la espacialidad, no podemos dejar de lado una cuestión política y fundamental que es la médula argumentativa de la película: la escuela es una cuestión comunitaria, donde los agentes involucrados necesitan relacionarse más allá de la adquisición de saberes, por eso, nunca Youtube, ni las clases remotas, ni la TV o la radio van a sustituir el espacio de intercambio, vivencias, diálogo, juegos, encuentros que es la escuela como lugar.

Y a todo ello, ¿dónde queda el racismo y clasismo? Prácticamente en toda la estructura que sostiene al ámbito educativo. Desde quiénes tenemos la posibilidad de enseñar, el acceso de las personas racializadas y de escasos recursos a educación media y superior hasta los contenidos que abordamos como parte de los programas educativos nacionales. Éstos últimos abordan con cierta condescendencia la historia, la memoria y la resistencia de los indígenas, de los negros, de las llamadas “minorías”, de las periferias: el otro es objeto de estudio, más no una voz de construcción de conocimiento.

Por eso la docencia es una vía de resistencia. Soy profesora a nivel básico y medio superior, y vaya que es una edad difícil, además de las diversas distracciones que parecieran fungir como competencia: las redes sociales y el internet como un contenedor infinito de información a la mano donde todo es rápido, todo es líquido. Soy maestra de Historia. Las humanidades día tras día deben sustentar su valor ante el ímpetu tecnócrata y la imposición cognitiva y epistemológica del conocimiento occidental, que busca que los estudiantes hablen inglés -para sustituir su construcción del mundo en una lengua que no es la suya, sino la de la globalización- que manejen tecnologías y las herramientas que los preparen para el mañana (capitalista, por supuesto) además de impulsar una mirada paternalista casi caritativa hacia los problemas que los rodean en instagram, facebook, tik tok, allá donde el hecho tenga visibilidad en tanto que sea tendencia.

Es aquí donde yo encuentro la motivación por mi oficio, donde luchar “desde mi trinchera” es hacerlo junto con ellos, mis alumnos, al reforzar el pensamiento crítico, empoderarlos sobre sus conocimientos y capacidades, visibilizar a las mujeres en la historia y en el estar cotidiano, incluyendo a mis alumnas y a mis compañeras; empatía, escucha y sensibilidad ante su posición como sujetos históricos que accionan en una realidad que pareciera cada vez más caótica, mediática y conflictiva.

Como toda lucha, y no quiero comparar mi cotidianidad con otras miles que resisten de diversas maneras, la docencia es agotadora, me genera conflictos internos y con otros pero el escuchar a mis colegas, a mis alumnos, son motivación para seguir construyendo desde la palabra y la escucha para hacer y cambiar.

Berenice Quirarte

Caminante antes que historiadora, maestrante en Estudios Críticos de la Cultura (Ibero), miembro de Giroscopio: cuerpo, comunidades y cuestionamientos. Profesora de Historia de tiempo completo.