La cuarentena trajo consigo la posibilidad de encuentro y reflexión en familia. En mi caso, representó la oportunidad de mirar películas “viejitas” los fines de semana con mi abuela Guadalupe Macías Abrego. A sus 84 años recuerda muy bien sus filmes favoritos, ella hace las recomendaciones, entre los dos las escogemos y yo me encargo de buscarlas y proyectarlas en su televisión.

Por meses hemos visto desfilar por la pantalla a los actores y actrices más destacados del Cine de Oro, aquel producido en el México de bonanza de los años 40 y 50 del siglo pasado. Las décadas de la infancia, adolescencia y juventud de mi abuela.

Si bien me emociona mucho conocer su repertorio y suelo disfrutar cada una de sus elecciones, tres películas se me quedaron particularmente grabadas: María Candelaria (1943), Río Escondido (1948) y El rebozo de Soledad (1952). Al finalizar cada una de ellas en mi cabeza solo podía pensar: ¿Qué acabo de ver, por qué me siento tan (con)movido?

Las tres provienen de un México distinto, de un país que, tras las divisiones sociales que estallaron en la lucha revolucionaria, buscaba una identidad nacional conciliadora y propia de un nuevo periodo de paz y progreso. Mientras algunas cintas optaron por la vía de re imaginar eventos de la historia mexicana para rastrear el origen de la patria y del amor que como ciudadanos-espectadores se le debía, otras prefirieron una vía distinta, bosquejando por aquí y por allá sentimientos y pensamientos de lo que el México moderno debía ser, o debía dejar de ser. Todo a través de historias inspiradas en la realidad misma.

A continuación reseñaré y analizaré las tres películas que me dejaron reflexivo.

María Candelaria y las “creencias de pueblo”

María Candelaria (Dolores del Río) es una joven vendedora de flores de Xochimilco que vive marginada por el resto del pueblo por ser la hija de una prostituta. Sus esperanzas están puestas en casarse con Lorenzo Rafael (Pedro Armendáriz) para poder obtener el reconocimiento local. Entre la mezcla del odio hacia María por parte de la población, el deseo del cacique de poseerla y el interés de un joven artista por pintarla, las cosas se complican al punto en que Lorenzo Rafael termina encarcelado y María apedrada luego de que los habitantes de las chinampas encontraran un cuadro en el que aparentemente se encuentra posando desnuda.

En la visión de la película el México Moderno es un espacio complejo. En él conviven y chocan fuerzas que son muy distintas entre sí. La belleza, riqueza y antigüedad de las tradiciones de los pueblos cercanos a la Ciudad de México esconde también creencias ilógicas y sostiene el poder de caciques caducos. El encuentro con visiones ajenas, como la del pintor que busca plasmar la belleza humana y natural de Xochimilco, desde un sentido citadino, no religioso y “artístico”, llega a desatar malos entendidos que despiertan conductas brutales como la que terminó con la vida de María Candelaria. Ni el pintor ni el pueblo se comprenden mutuamente porque son demasiado diferentes, y en el jaloneo de ideas y fuerzas, María Candelaria paga los malos entendidos con su vida.

Río Escondido y la cruzada educativa

La película inicia con una voz masculina guiando a la profesora Rosaura (María Félix) por la historia de México contada a través de los murales de Palacio Nacional. En el edificio le espera el presidente -a todas luces una representación de Lázaro Cárdenas- quien le encarga la misión de abrir una escuela en el remoto y olvidado municipio coahuilense de Río Escondido.

Apoyándose en el pasante de medicina Felipe (Fernando Fernández), Rosaura logra conseguir la aprobación del presidente municipal (Carlos López Moctezuma) para instalar su escuela y poco a poco se hace con la confianza de la población. El amor enfermizo del gobernante local hacia la maestra termina llevándolo a que busque obligarla a corresponderle por medio de afectaciones al resto de habitantes y finalmente a intentar poseerla a la fuerza, situación que le juega en contra puesto que Rosaura termina matándole.

Pese a haber eliminado al principal mal que aquejaba a Río Escondido, la enfermedad del corazón de la maestra se agrava y termina falleciendo sin alcanzar a escuchar las palabras de agradecimiento del presidente, siendo enterrada por la comunidad en la escuela que ayudó a levantar.

Lejos de la Ciudad de México, las poblaciones continúan sometidas al abuso de gobernantes impuestos por los levantamientos revolucionarios del pasado reciente. La pobreza e ignorancia son males que sobreviven pese a los avances alcanzados por los gobiernos posrevolucionarios, para liberarlos, el presidente envía a sus emisarios: profesores y médicos, a llevar los beneficios del progreso a todos los rincones del país. En el norte, donde la naturaleza es hostil para los foráneos y donde los viejos caudillos de la Revolución continúan gobernando a beneficio personal, la única manera de hacerse entender es mediante la violencia.

Aunque el progreso de la educación y el orden mantenido a puño de hierro parecen aliarse por un instante, no pueden existir el uno a la par del otro, y el triunfo de la educación no puede darse sin sacrificios, que para Rosaura, significa dar su vida.

El rebozo de Soledad y el papel del médico rural

El Dr. Alberto Cruz (Arturo de Córdova) se instala en su pueblo natal Santa Cruz para ejercer su profesión. En un contexto rural lleno de pobreza, el médico, con ayuda de su amigo el Padre Juan (Domingo Soler), se enfrenta a la autoridad despótica del cacique local (Carlos López Moctezuma) y a las tradiciones de los habitantes que los llevan a acudir al chaman para curar sus enfermedades.

Cuando salva la vida del hermano de la joven Soledad (Estella Inda) ésta le queda profundamente agradecida y decide ayudarle en su consultorio. Ambos se enamoran a través de la convivencia, sin embargo, el enamoramiento de Roque Suazo (Pedro Armendáriz) de Soledad le lleva a violarla luego de ver que nunca le corresponderá. Una serie de infortunios se suceden cuando Roque y Soledad deben escapar de la persecución del cacique, a quien Alberto Cruz se vio obligado a salvarle la vida en cumplimiento de su deber como médico. La vida de fugitivos debilita a Soledad quien termina muriendo luego de dar a luz con la ayuda de Alberto. Los sucesos llevan a que el médico, pese a recibir la oferta de trabajar en un importante hospital de la Ciudad de México, la rechace por la falta de moralidad de la institución y decida volver a Santa Cruz.

En la película hay un claro contraste entre el México urbano representado por la Ciudad de México y el México rural encarnado en Santa Cruz. Un joven que sale de un contexto de pobreza y atraso, va a la ciudad para prepararse y escapar de la barbarie. Al regresar a su tierra natal lucha contra la opresión inhumana que los caciques ejercen sobre los campesinos, respaldados por los políticos corruptos en turno.

La ciencia tiene poca cabida en un contexto “salvaje” como Tierra Caliente, los enfermos acuden a los saberes ancestrales para aliviarse, por desconfianza de una ciencia médica que les es ajena. Por otro lado, en la película la ciudad no aparece pintada como el símbolo, sino como la ilusión del progreso. Alberto Cruz descubre que, en la cima de las instituciones médicas, la moral médica sucumbe ante el brillo del dinero y la influencia de los poderosos y prefiere continuar con su compromiso de médico rural.

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Para el cine de oro, la construcción de una identidad nacional fue un proceso complejo. Al final de estas tres historias queda una sensación de intranquilidad ante la tragedia que día a día se vive en las diferentes regiones del país, aunque en el fondo subyace un sentimiento de que, pese a todo el sacrificio hecho, los cambios que el México moderno está trayendo consigo valen la pena. Al menos imagino que ese debió haber sido el mensaje para un espectador o espectadora de los años 40’s y 50’s del siglo pasado.

A casi 80 años de distancia de los años de estreno de estas tres grandes películas me queda la responsabilidad de, luego de haberme dejado conmover, cuestionar los ideales que subyacen a las visiones de las tres películas. ¿No es acaso el paternalismo sobre lo indígena, lo rural y los pobres, lo que ha llevado a que se niegue su existencia y su capacidad de utilizar su propia voz?

¿No es acaso la mirada centralista, en la que la Ciudad de México emana su luz civilizadora sobre el resto del país, lo que llevó a que desde esta urbe se simplifique al resto del país bajo la categoría homogénea de “provincia”, y a que a su vez, desde fuera, no haya un verdadero interés por comprender la dinámica de un lugar lejano e invasivo como la CDMX? Y aún más importante, ¿no es acaso todo el machismo que este cine refleja un indicio de que las mujeres nunca fueron incluidas en esta visión moderna de México? Rosaura, Soledad y María Candelaria son protagonistas de sus respectivas películas y, sin embargo, sus papeles no dejan de ser secundarios en el proyecto del nuevo México de los años 40’s y 50’s, con respecto de sus contrapartes masculinas. Todas terminan muriendo por ideales que no las incluyen y en el jaloneo de fuerzas masculinas que solo las miran como trofeos y musas.

No deja de ser valioso e importante que como espectadores del 2020 no dejemos de preguntemos ¿qué tanto nos reconocemos en las películas del cine de oro? Y cuestionarnos el trasfondo de muchos de los valores e ideas nacionalistas que hemos interiorizado.