Es bien sabido que las tradiciones se transforman y adaptan con las personas; cuando éstas salen de su lugar de origen y echan raíz en otros lugares, las tradiciones son sembradas en otra tierra y crecen para convertirse en algo un poco distinto de lo que habían sido en un principio. Mis papás vivieron esto en carne propia cuando, al migrar de la Ciudad de México a Aguascalientes en los últimos años de la década de los noventa, se encontraron con un lugar en donde los Reyes Magos que conocieron desde niños no tenían mucha presencia.

Mi hermano y yo pasamos buena parte de nuestras infancias relacionándonos con niñas y niños a quienes el Niño Dios les traía sus juguetes en la noche del 24 de diciembre. Aprendimos a convivir con este choque cultural intentando comprender sus costumbres y compartirles las nuestras. Con el tiempo le tomé mucho cariño al lugar que pude ocupar en medio de dos tradiciones tan ricas.

Para mi mamá y mi papá, ambos con una vida entera arraigada a la Ciudad de México, la historia fue un tanto diferente. A continuación les comparto estas memorias para que puedan imaginar los encuentros y desencuentros entre estos personajes del imaginario cultural mexicano.

Los Reyes Magos dentro y fuera de la Ciudad de México

La infancia de Patricia Cervantes, mi mamá, transcurrió entre la colonia Guerrero y la colonia Portales. Ella recuerda el 6 de enero con mucha alegría, como una niña emocionada y agradecida con los juguetes que le llegaban. Sabía muy bien quiénes le traían los regalos: los tres Reyes Magos. De ellos conocía “que eran reyes magos, que ellos les trajeron sus regalos al niño Dios, que viajaron mucho y por eso se le los llevaron hasta ese día. Como representación de eso cada 5 les llevan juguetes a los niños”.

Desde pequeña sus papás le explicaron a ella, a sus hermanas y a su hermano que tenían que poner su cartita en sus zapatos, y que éstos debían estar muy presentables “para que vieran que éramos niños ordenados y limpios”. Platica que sus papás “eran de los que en la mera noche del 5 andaban fuera comprando”. Guadalupe Macías, su mamá y mi abuela, se acuerda muy bien “nos esperábamos [ella y su esposo] a que todos se quedaran dormidos para salirnos, agarrábamos el metro para el centro y allá caminábamos entre los vendedores buscando las cosas que nos habían puesto en sus listitas”.

Por otro lado, Humberto García Sánchez, mi papá, quien pasó su infancia en la colonia Obrera, recuerda que de niño, por ahí del 2 de enero los llevaban a su hermana y a él a la Alameda, del lado de avenida Juárez, a ver a los Reyes Magos que se ponían ahí para que los niños y niñas se tomaran una foto. Recuerda que mis abuelas y mi abuelo eran también “de los que se iban en la noche y compraban todo en el mercado Hidalgo que para la fecha era un mar de juguetes, y el mero 5 hasta cerraban las calles para los coches”.

Comparte que en la noche del 5 dejaban su carta en su mejor zapato. “Era una emoción de que ya venían los Reyes Magos, para hacer nuestras cartitas, las reescribíamos hasta que quedábamos satisfechos”, cuenta.

Después de que venían los Reyes, todo era alegría. “Al otro día era jugar, las clases empezaban después del 6, hasta el 7. Era tradicional que era un día de puro juego”, cuenta Patricia.

Para ambos convertirse en Reyes Magos fue muy diferente de la experiencia de sus papás, los juguetes ya no los compraban en la Lagunilla ni en los mercados, sino en centros comerciales. A finales de los años noventa, cuando nos mudamos a Aguascalientes, los dos se encontraron con una tradición muy distinta. “Yo estaba muy echo a la idea de que los Reyes Magos les traían juguetes a todos los niños en el país. Cuando llegamos a vivir aquí me doy cuenta de que no había Reyes Magos”, cuenta mi papá. “Como llegamos en agosto, nos confiamos a comprar juguetes en enero y nos vamos dando de topes porque en los centros comerciales ya no había nada. Anduvimos buscando en todos lados”, platica por su lado mi mamá.

Para el siguiente año estaban ya tan preparados que hasta se aventaron a vender juguetes en el tianguis de la Purísima, uno de los más importantes de Aguascalientes. “Me iba a comprar juguete al Distrito Federal al barrio de El Carmen, el resultado fue tan bueno que tuve que hacer dos viajes para resurtirme porque en la primera semana vendimos casi todo”, “el 24 a las 12:30 pm y seguíamos vende y vende pero llegó un momento en que la gente dejó de pasar, acá, a diferencia de la Ciudad de México, la vendimia se terminaba temprano, lo que interrumpía era el compromiso de la cena navideña”, cuenta mi papá.

Por común acuerdo decidieron conservar la tradición de los Reyes Magos con mi hermano y conmigo. “No entendíamos muy bien lo del Niño Dios. No me imaginaba un Día de Reyes sin comprarles juguetes a ustedes, no era fácil dejarlo”, dice mi mamá. “Para nosotros era una tradición muy bonita. La historia de los Reyes Magos se quedó grabada en nuestra mente y en nuestro corazón y quisimos mantenerla viva en ustedes, mantener esa ilusión” cuenta a su vez mi papá.

No fue siempre fácil, tuvieron que acostumbrarse a comprar con mucho tiempo de anticipación los juguetes o comprarlos en la Ciudad de México y tratar de pasar la fecha con el resto de nuestra familia. Como solíamos entrar el 6 de enero a clases nos daban permiso de faltar ese día para que pudiéramos quedarnos a jugar con lo que nos había llegado. “Dicen ‘al lugar que llegues has lo que vieres’, pero sí cuesta, te adaptas a unas cosas pero otras las traes ya muy arraigadas”, dice mi mamá.

La otra cara de la moneda: el Niño Dios de Aguascalientes

La infancia de Eréndira Aguayo, amiga y cuñada, transcurrió de manera muy distinta, entre las colonias Morelos y Casa Blanca en la ciudad de Aguascalientes. Recuerda muy bien que quien le traía sus regalos en época navideña era el Niño Dios. “Como el 24 nació por un milagro, es él quien nos mandaba los regalos. A diferencia de Santa Claus que los trae en su trineo y baja por la chimenea, o de los Reyes Magos que los cargan en un elefante, un camello y un caballo, el Niño Dios los envía del cielo. La explicación que nos daba mi familia era que él como yo, era un niño y por eso quería que tuviéramos también regalos”, platica. Andrea Moncada, su hermana, comparte que su abuelita le contaba que el Niño Dios “traía los regalos a manera de celebración por su nacimiento. Era una manera de unirnos todos para festejar”.

Desde un mes antes Eréndira iba acompañada por sus papás a los centros comerciales para escoger las cosas que le iba a pedir al Niño Dios. “Las cartas las hacía bien creativas y las dejaba en el árbol. Me emocionaba mucho y las decoraba bien bonitas, les ponía diamantina y más cosas. Mi familia me hace burla porque ponía las imágenes de los juguetes que quería. Siempre le escribía agradecida al Niño Dios y le prometía portarme bien, pensando que él me veía siempre desde el cielo”, cuenta.

El 24 en la cena navideña platicaba con sus primas y primos sobre lo que cada quien había pedido, a todos les andaba por irse a dormir. “En casa de mi abuelita, algunos primos se iban y nos llamaban para decirnos que el niño Dios ya había llegado. A nosotros siempre nos trajo hasta el otro día, mis papás nos decían que a lo mejor dependía de las colonias”. El 25 ya que habían llegado los juguetes tenía prisa por regresar a casa de su abuela y jugar con todos sus primos y primas.

Para ella la tradición del Niño Dios “es muy hidrocálida, muy católica, muy relacionada a temas religiosos”. Sabía que existían los Reyes Magos, “los había escuchado en la televisión, como las televisoras son de allá veía cosas como el Juguetón, sabía que existían y que a los niños de allá les traían, pero no me era algo cercano”.

“La que le empezó a pedir a los reyes fue Andrea, entonces yo también le pedí, me traía algo con mi abuelita, dinero casi siempre”, comparte Eréndira. Por su parte Andrea recuerda que su abuela le contó la historia de los reyes magos, y en la escuela algunos niños con costumbres diferentes o que eran de la Ciudad de México le contaban que a ellos les traían sus regalos ellos. Así le surgió la curiosidad de dejarles también una cartita, “pero mi abuela me decía que si el Niño Dios te traía cosas, los reyes quizá sólo te trajeran algo pequeño”. La explicación que desde chica le dieron a Eréndira para comprender que hubiera diferencia entre quienes traían regalos fue que “el Niño Dios y los Reyes Magos no tenían para todos los niños del mundo y por eso se lo dividían”.

Cuando nació mi sobrina, entre Eréndira y mi hermano acordaron que a ella le traería juguetes el Niño Dios. “Se me hacía un poco triste que esperara hasta el 6 de enero para tener sus juguetes y ver que todos sus primitos y primitas tuvieran sus regalos desde el 25 de diciembre”, platica ella. Aunque no descarta que estando más grande y descubra a los Reyes Magos, le puedan dejar algo sencillo. Por su parte Patricia recuerda que cuando su nieta iba a cumplir un año, le dejó un regalito en su casa el día 6 con el mensaje: “Hace mucho que no pasaban los Reyes Magos por este hogar”.

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El Niño Dios de Aguascalientes aprendió a convivir con los Reyes Magos de Ciudad de México que habían llegado con las familias que, como mis papás, salieron de su lugar de origen en busca de una vida más tranquila. Del contacto surgieron tradiciones mezcladas y una voluntad por aceptar e integrar la diferencia.

Yo le agradezco a mis Reyes Magos por todos sus esfuerzos, por mantener viva la llama de una tradición familiar en una tierra distante. Recordar esos días siempre me llenará de alegría. De la misma manera agradezco a todos y todas los/as hidrocálidos/as con los que me topé por haber aceptado y respetado nuestra diferencia, por haber sido cómplices en mantener el secreto y por haber compartido con nosotros las creencias y tradiciones de sus familias.

Collage: Susana Colin

Fotos: Archivos familiares García, Cervantes y Aguayo