Bien dicen que en el amor no todo es color de rosa y quizá, después de todo, el azul no sea el color de la tristeza y de la melancolía

Hace muchos pero muchos años estaba viendo, un día de navidad, la película C.R.A.Z.Y. que pasaban en una de esas sesiones de media noche en canal 22 o canal 11, no recuerdo. En la película sale la canción que tiene el mismo nombre, cantada por Patsy Cline; aquella fue la primera vez que supe que la palabra blue en inglés, además de significar tono azul, quiere decir también tristeza.

A decir verdad desconozco por qué se asocia este color a la tristeza, leí en algún sitio de internet que para los ingleses, el día más triste del año es el 18 de enero conocido como Blue Monday. ¿Tendrá relación con la cuesta de enero? Seguro que si.

Y fue justo hace un año, en una cuesta de enero, que vi la película sobre la cual me dispongo a escribir en este artículo: Betty Blue.

Se puede correr el riesgo de equivocarse y creer que el blue del título quiere decir azul, pero es más adelante cuando el espectador se da cuenta que el Blue del título se refiere a la tristeza más profunda, a la enfermedad más incurable, a la más arrebatadora.

El primer fotograma es tan explícito que hasta resulta un poco aresivo: plano general, los dos protagonistas de la película en pleno acto sexual y justo antes de tener un orgasmo, empieza la escena in media res, justo como comienza la trama de la película. Encima de la cama hay un retrato de la Mona Lisa, sustituyendo la figura del cristo crucificado por la de esta mujer que representa el ser andrógino por antonomasia, este hecho resulta premonitorio de cómo se desarrollará la trama, esto lo veremos más adelante.

Los protagonistas de esta historia son Betty y Zorg, una joven pareja de la cual somos testigos desde los inicios de su relación hasta el final, la suya pudiera ser una bonita historia de amor, y lo es en cierto sentido, pero es también es mucho más que solo eso.

Conocí la película porque un profe de la materia de dirección de arte la puso en clase. Resulta increíble el nivel en el que se involucran los objetos y los props (los artefactos con los que interactúan los personajes) con la historia. El diseño de producción es divino y está cuidado hasta el más mínimo detalle.

La historia ocurre en tres paisajes muy distintos de Francia: la costa, la capital y una pequeña ciudad del norte. Al final de la travesía, Betty y Zorg terminan viviendo en una antigua casa que pertenecía a la mamá de uno de sus amigos. En la parte de abajo de la casa hay una tienda de pianos que ellos mismos se encargan de atender, aunque los objetos no les pertenecen, terminan apropiándose de todas formas del lugar.

Los colores cálidos, rojos y amarillos, tienen también un lugar protagónico en la cinta; siempre hay un detalle de estos colores, un auto, aretes, el vestido de Betty, la cinta transmite la sensación de mucho calor, sobre todo durante la primera parte, cuando viven en la playa.

Lo que más me sorprendió cuando vi esta película es la naturalidad con la que están abordados los desnudos, tanto el femenino como el masculino. Aunque hay escenas de cama, los personajes viven como Adán y Eva, sin tapujos ni prejuicios y deambulan desnudos o semidesnudos por toda su casa y a veces también en el exterior. Se respira libertad y naturalidad. Agradezco que en una industria en la que siempre salen desnudas las mujeres, se trate por primera vez de manera equitativa el tema del desnudo y salga tan en cueros Zorg como lo hace Betty.

A lo largo de los últimos minutos de la película la figura andrógina de la Gioconda cobra vida en Zorg. Es necesario decir que siempre apareció como un hombre muy guapo, bien parecido, delgado y de rasgos afilados. En las primeras escenas sale con una camisa sin mangas y un short muy corto y ajustado; sin embargo es hasta el segundo acto de la película cuando se comienzan a hacer alusiones al mundo queer. Al principio Zorg se trasviste, no se sabe si por diversión o desesperación, lo que está claro es que lo hace para ayudar a Betty, su esfuerzo llega a tal punto que al final de la película termina convirtiéndose en una verdadera femme fatale, y sigue queriendo ayudar a Betty

Un dato curioso es que la película está adaptada de una novela escrita por Philippe Dijan, el mismo que escribió la novela en la que se inspira la película Elle, que dirigió recientemente Paul Verhoeven. No diré mucho al respecto, solamente que recomiendo ver estas dos cintas con más gente -de preferencia de criterio amplio, nada de abuelitas, o quizá abuelitas de mente abierta- para tener con quien platicar todos los traumas después, y mucho mejor si es durante el día. Nunca antes de irse a la cama so pena de pasar la noche en vela.

Jean-Jacques Beineix, el director de la cinta, puede que no haya pasado a la posteridad de la historia de cine como un gran autor; sin embargo no debe de creerse que estamos ante un cineasta menor. Para mí hay películas de todos los sabores, colores, tamaños y gustos; pero Betty Blue es sin lugar a dudas de las películas más redondas en todo el sentido de la palabra: sus personajes cambian; lloras, ríes, sufres con ellos. Ni se sienten las tres horas del metraje, y a aquellos bienaventurados que consigan aventárselo en una sentada y sin intermedios, les dejará al final un sabor de boca que, a mi gusto, no es tanto a tristeza, algo semi amargo quizá. Betty Blue incita al espectador a verla y reverla, y en cada visionado podrán  encontrar detalles que antes habían pasado desapercibidos.

Betty Blue sería una bonita historia de amor, de no ser por Betty, quien se convierte en antagonista de su propia felicidad por los trastornos de personalidad y de depresión severa que sufre. Zorg se desvive por mantenerla contenta y soportarle sus crisis y arrebatos; hasta que no puede cuidarla de ella misma.

Bien dicen que en el amor no todo es color de rosa y quizá, después de todo, el azul no sea el color de la tristeza y de la melancolía. En Betty Blue, éste se convierte también en el color del amor, de las pasiones, de la creatividad, de la soledad…. de esos amores cortitos que te marcan de por vida. En este mundo en el que el amor de pareja comienza a ser cosa del pasado y a convertirse en un bien desechable y fugaz,  esta película es como una bocanada de aire fresco. Con todo y su microcosmos ochentero, sigue siendo una historia muy actual, y de ser más conocida engancharía totalmente con una audiencia más joven y no tan acostumbrada a estas historias de amor poco convencionales, aunque más cercanas a la vida real.

(Este texto continúa en Gruissan, plage: de set en los años ochentas a unas vacaciones en la “nueva normalidad”)

 

 

Imágenes tomadas de film-grab.com