Texto: Melissa Damián

Ilustración y giff: Luis Cedeño

Los últimos días de mayo me enteré, por tuits de alumnos del CIDE, que la Secretaría de Hacienda haría un ​recorte del 75% a esa institución y a otros centros de investigación.[1] En el terreno de la opinión pública, varios investigadores e intelectuales opinaron sobre la importancia de estos centros y sobre el grave daño al país que este recorte anunciaba.[2]

Tengo varios amigxs becados por Conacyt, les pregunté si se verían afectadxs por este recorte, su respuesta fue negativa. Mi amigo Eduardo Becerra —estudiante del doctorado en Geología en Bristol— acompañó su respuesta con observaciones que me parecieron agudas y muy distintas a lo que había estado leyendo y a lo que yo opinaba, por lo que alcanzaba a ver. Así que decidí preguntarle más cosas para escribirlas y compartirlas. Pensé que hay matices que el “sentido común” obnubila por naturaleza.

“¿Invertir en ciencia es invertir en el país?” es una pregunta que rondó las esferas de la opinión pública por unas semanas. La respuesta parece inmediatamente positiva, pero vale la pena ir más allá, preguntar para qué, a quién y, sobre todo, cómo. Ésta es la conversación que tuve con mi querido amigo:

 

¿Cómo funcionan las becas de posgrado en el extranjero? ¿Cómo funciona tu beca, vives de ella?

Hasta hace tres años, el 100 % de los gastos de dos, tres o cuatro años de los estudios de posgrado eran financiados por el gobierno. Te daban una beca de manutención, en mi caso ronda los 300 mil pesos anuales, y si estudiabas, en una universidad que cobra colegiatura, Conacyt pagaba la mayor parte de ella, el gobierno paga alrededor de 350 mil pesos anuales por la mía, por ejemplo. Eso significa que Conacyt llega a invertir medio millón de pesos en estudiantes de doctorado en el extranjero. Yo he vivido por varios años de lo que me da el gobierno.

Cuando terminó el sexenio de Peña Nieto y comenzó el de López Obrador y el peso se devaluó, el estudiante tuvo que cubrir una diferencia, para mí fueron unos 25 mil pesos que Bristol terminó absorbiendo.

 

¿Qué opinas de los recortes del 75 % que se iban a hacer al CIDE y otros centros de investigación?

El 75 % era una gran tajada, definitivamente iba a haber institutos a los que eso les iba a impedir operar, algo parecido pasó con el IMER y con el fondo para cineastas, pero lo que habrían tenido y todavía tienen que hacer es transparentar cuentas, demostrarle a Hacienda que el presupuesto es insuficiente. Hay muchas instituciones que han salido impunes a auditorías y no pueden decir que las instituciones educativas necesariamente están exentas de corrupción porque tenemos el caso de la Estafa Maestra.

 

¿Cuál es tu perspectiva de cómo se han asignado los presupuestos a la ciencia en esta administración?

Los científicos dicen que se les han dado muy pocos recursos, que nunca se llega al 1 % del PIB; pero la cantidad de dinero que el gobierno invierte en ciencia es brutalmente más alta que lo que invierte la industria privada, en comparación con los otros países de la OCDE. ¿Entonces qué pasa? Que por mucho tiempo, nos han apapachado con muchísimo dinero.

Por otro lado, he visto que se le da dinero a proyectos que son relativamente ociosos, pero encabezados por grupos que siempre han tenido presupuesto, aunque que no tengan un enfoque de hacerle algún beneficio concreto al país.

Yo estoy de acuerdo con que la investigación no puede depender sólo de la inversión privada, porque eso te puede llevar a investigar solamente lo que las empresas quieren. Pero, me doy cuenta de que en México, una universidad pública además de no cobrar, da dinero a sus investigadores, cuando en otros países son los investigadores los que llevan inversión a la universidad. ¿Cómo? Vendiendo proyectos a la industria o a otras instituciones nacionales o internacionales, como ONU u ONGs.

¿Cómo piensas que los científicos se desenvuelven en la realidad actual?

La visión de los estudiantes de lo que puede hacer un científico es estar en un laboratorio. No se piensa mucho en la investigación científica vinculada con organizaciones sociales, divulgación o docencia más allá de la universitaria. Eso tiene que ver con que los investigadores son evaluados mediante papers, el número de papers está ligado con la asignación de presupuesto.

Del otro lado tenemos que no todos los estados tienen un importante centro de investigación, hay focos como el Cicese o San Luis, pero no necesariamente establecen vínculos con las situaciones sociales porque lo que hay que producir son papers.

Entonces tenemos que no hay una vía institucional que te lleve a vincularte con tu entorno social. Yo me comprometí, en el contrato firmado con Conacyt, a que después del doctorado tenía que regresar a trabajar en la forma en que yo decidiera por seis meses. Eso francamente es pobre en comparación con la inversión tan grande que hace el gobierno en algunos estudiantes, ya te la dije, ronda el medio millón de pesos anuales por una sola persona, le debemos muchísimo a la nación. Los chilenos y los colombianos pagan dos años por cada año que pasan afuera.

Al menos, al regresar, el gobierno mexicano lo mínimo que debería decirte es: “Oye, yo necesito un maestro de Geografía o de Física en la Sierra Gorda de Querétaro o en Tehuacán, Puebla. Nosotros te conseguimos la casa, pero seis meses, trabajas ahí”. Hablar de que el beneficio de la ciencia depende sólo del presupuesto es muy árido y en la realidad eso no ocurre de manera tan lineal.

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Me quedan varias cosas por conversar, dejo algunas ideas como: la asignación de recursos a humanidades y ciencias sociales, trabajos dignos para investigadores y relaciones interdisciplinarias útiles, para que se vuelvan preguntas.

Al final, la iniciativa del recorte se echó para atrás; podemos considerarlo una buena noticia, aunque quedan las críticas, si la lectora las considera pertinentes, y de la mano, la posibilidad de pensar en qué necesita el país y cómo trabajar en ello. Hace falta pensar en posibilidades que nos hagan mejores a todas y todos.

Melissa Damián estudió Letras, pero aprende de periodismo por su trabajo en El Universal y algo sobre la vida por el diálogo con sus amigxs.

Luis Cedeño tiene tres años haciendo La rana que canta (ig: @laranaquecanta; tw: @lranaquecanta). Es maestro pokémon e ilustrador wannabe.