El espectáculo de Queen se fija en nuestra memoria, imposible de olvidar.

Bohemian Rhapsody, la película, cambió el concepto que yo tenía acerca de Queen, primero basado en sus discos, luego enfocado en su presencia en vivo. Y no es que ignorase la importancia de este último aspecto,  sino que las imágenes de la climática secuencia final son de una gran elocuencia respecto al poder escénico de la banda, y no queda lugar a dudas de que a éste se debe la proyección  de su música hacia el siglo XXI, más allá de cualquier barrera generacional o de cualquier otro tipo.

Esta película es una mirada por dentro a la trayectoria de Queen, de principios de los setenta a mediados de los ochenta, con base en la vida de Freddie Mercury, cantante y principal compositor. En lugar de hacer una reseña completa, me voy a centrar en lo que me parece un punto clave, el mismo que suscita esta reflexión: el propósito del grupo de crear un espectáculo sui generis que comprendiese al público como parte indisoluble del mismo. Tanto en los conciertos como en la grabaciones, priva un afán experimental, el de realizar un trabajo de composición complejo y a la vez atractivo comercialmente, confrontando a la audiencia con los límites de su gusto musical, atrayéndola en lugar de ahuyentarla. “Bohemian Rhapsody” es el emblema de esa visión.

Cuando Queen estaba en su apogeo, a mediados de los setenta, el principal recurso que teníamos para acceder a su música eran las grabaciones. En México se han publicado todos sus discos; sin embargo, no tuvimos la oportunidad de presenciar conciertos suyos sino hasta 1981, uno en Monterrey y dos en la ciudad de Puebla.  Pese a su importancia, se realizaron en un momento poco propicio para que hubieran tenido mayor repercusión. El cuarteto se desintegró en 1991, después de la muerte de Mercury. Es decir, esto ocurrió el mismo año en que se levantó en nuestro país la prohibición de los conciertos masivos. Los ingleses no volvieron a tocar en México. Por eso no tenemos memoria de Queen como espectáculo en vivo, como sí la tenemos de Paul McCartney, Roger Waters, The Rolling Stones o Deep Purple, que nos han visitado en repetidas ocasiones. No sugiero que Bohemian Rhapsody sea un sucedáneo de los conciertos, pero en cierto modo sí compensa su ausencia.

De manera un tanto superficial, pero aun así reveladora, la película muestra aspectos de cómo la banda concibió su estrategia de comunicación desde el escenario. Estrategia que fue desarrollada hasta que tuvo como principal motivo el nexo de la música –léase repertorio- con la expresión corporal y la resonancia emocional que esta conexión  produce en la audiencia, al grado de unificar a los participantes en una experiencia de proporciones místicas.

Es en ese aspecto donde el liderazgo de Freddie Mercury sobresale con más fuerza, pues fue él quien promovió esa filosofía hasta llevarla a sus más extremos alcances, exaltados y rebosantes de pasión.

Dicha postura contrastó en su momento con las tendencias que privilegiaban el aspecto intelectual del rock, bien sea a través de complejos desarrollos instrumentales, o mediante canciones concebidas para ser escuchadas, con su peso en el texto, contenido y tratamiento literario. Sin rebajar la calidad de música y letra, Queen se distinguió por acentuar la energía corporal y el movimiento, con todo lo que esto implica en cuanto a diseño de escenografía, vestuario, luces, etcétera.

La persistencia de Mercury en conducir al grupo por ese rumbo proviene no sólo de sus conocidas inclinaciones hacia el teatro y la ópera, mi hipótesis es que también tuvo que ver la influencia que asimiló Queen del funk, un tipo de música que por su naturaleza polirrítmica exalta la expresión corporal de intérpretes y público. Esta influencia contribuyó a crear el concepto escénico del grupo, sobre todo a  fines de los setenta y principios de los ochenta; pese a su importancia, es un aspecto poco explorado en su trayectoria musical.

La secuencia final de Bohemian Rhapsody recrea la participación de Queen en Live Aid, el 13 de julio de 1985. La intención del festival, en el que participaron los más sobresalientes músicos de rock, fue recabar fondos para combatir la hambruna en Etiopía. Queen tuvo un set de veinte memorables minutos, con la banda en un plan arrollador -en especial Mercury-, formando con el público un solo y vibrante cuerpo. El propósito consciente de involucrar al público en una experiencia musical íntegra produce una sinergia extraordinaria. Ésta representa la síntesis de un creciente proceso de comunicación, ininterrumpido y consistente, que llevó quince años para manifestarse de modo fulminante aquella vez. Apología de la vida puesta en escena, en el mejor de los lugares: nuestro planeta Tierra.

En efecto, la dimensión de Live Aid tuvo alcances planetarios, más de cien mil personas escucharon a Queen en el estadio de Wembley, en Londres, y millones en el mundo debido a la transmisión televisiva.  Su actuación es considerada como la más brillante de Live Aid, reconocida  como la mejor de la banda, y recordada como una de las más sobresalientes en la historia del rock.

Sonido e imagen son tan realistas que uno parece estar en el mismísimo concierto. Su poder evocativo es enorme, y la emoción que provocan es tal que el público aplaude, y hasta llora. El espectáculo de Queen se fija en nuestra memoria, imposible de olvidar.

Justo en ese punto cambia mi perspectiva acerca del grupo. Me doy cuenta de que es necesario que centre mi atención, más que en los discos, en el espacio desde el cual Queen ejerce su mayor influencia: el escenario. Me hago entonces algunas preguntas. Por ejemplo, ¿cuál fue la ruta que siguió Queen para convertirse en artífice del rock como espectáculo en vivo? ¿Cómo fue posible que llegase a ocurrir aquel extraordinario fenómeno de su concierto en Live Aid?

Son cuestiones relevantes desde un punto de vista sociológico. Responderlas implicaría ahondar en el conocimiento que tenemos acerca de uno de los principales modos de convivencia en la sociedad actual: el espectáculo musical en vivo, entendido como un medio masivo de comunicación. Y seguramente llegaríamos a una mejor comprensión de los procesos que dan lugar a la formación de audiencias, para usar un término caro al ambiente de la gestión cultural. Sería necesario para ello elaborar un marco de referencia amplio, es decir, un contexto que nos ubique en cuanto a cómo los conciertos de rock que inicialmente se llevaban a cabo en los pequeños foros underground de los sesenta, en Estados Unidos, Inglaterra y otros países, se convirtieron en la década siguiente y años posteriores en los espectáculos de grandes dimensiones que conocemos hoy.

Rodrigo Farías Bárcenas

La frase “Ars longa, vita brevis” se le atribuye a Hipócrates, el padre de la medicina. Algunos la traducen como: “El arte es largo, la vida es breve”, pero es preferible esta otra versión: “El arte perdura, la vida es breve”. La frase completa dice así: “La vida es breve, el arte perdura; la ocasión, fugaz; la experiencia, confusa; el juicio, difícil.” Estas palabras para mí significan que, a través del conocimiento y la cultura, podemos trascender los límites que el tiempo impone a nuestra existencia . Es un aforismo básico que da sentido al trabajo que realizo en el campo de la comunicación. (Ciudad de México, 1958).

Fotografías

1.Presentación de Queen en New Haven, Carl Lender [GFDL (http://www.gnu.org/copyleft/fdl.html) or CC-BY-SA-3.0 (http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/)]

2. Presentación de Queen en la Arena Oakland, Mark James Miller is the original photographer [CC BY-SA 3.0 (https://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0)], from Wikimedia Commons

3. Estatua de Freddie Mercury en el Lago Leman. Elodie50a [CC BY-SA 3.0 (https://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0)], from Wikimedia Commons