A Raúl, con cariño y gratitud

Hace algunos meses acompañé a mi papá y sus hermanas al pueblo donde nació mi abuelo. Sabía que era cerca de Toluca, pero no lo conocía. De hecho, hacía muchísimos años que ellos no iban para allá. Una llamada los hizo acudir: había muerto su madrina.

Era sábado. Subimos a la camioneta, pasamos al Mercado de Jamaica por flores para regalar y emprendimos el viaje. En cosa de minutos atravesamos a la ciudad al poniente, tomamos Constituyentes, pasamos por Santa Fe y salimos a la autopista México-Toluca. Los edificios fueron remplazados por árboles y montañas; un verde profundo que reconforta el corazón. Más árboles, termina la CDMX, principia el Estado de México… por fin Toluca. Mi papá desvió el carro y llegamos a Santa Ana Tlapaltitlán.

Mi abuelo paterno, Pascual Colin, fue hijo único. Su padre murió de una pulmonía y su madre se lo llevó a la Ciudad de México, donde ella era trabajadora doméstica. Aunque dejó su pueblo siendo un niño, su raíz permaneció; volvía cada temporada a visitar a sus tías, fue padrino de bodas y bautizos, y enseñó a sus doce hijos a apreciar la vida en el campo. Mandaba a algunos (sobre todo los más grandes) para que pasaran unos días cuidando a los borregos, ayudando a cosechar elotes o aprendiendo a hacer tortillas a mano. Los que se quedaban en casa se contentaban con las cajas (de huevo) llenas de pan que traían y que se acababan en cosa de semanas.

Entramos por la calle principal. A mi papá y a mis tías les tomó un rato reconocer el pueblo que visitaron cuando eran niños. “Antes todas las casas eran así” dice mi tía Graciela señalando una de las pocas construcciones de adobe que aún permanecen en pie. “Eran pocas, una acá y la otra hasta allá…. Lo demás era milpa” interviene mi tía Alicia. Yo intento imaginar. A mis ojos, el espacio que ellos recuerdan rural, es un barrio como cualquier otro en la ciudad donde crecí.

Llegamos al velorio. Había mucha gente. Mis tías y mi papá saludaron y entramos a rezar un rosario. Los noté tristes. Será por su madrina, por el recuerdo de su papá que murió años atrás. Como dice la canción “Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida, y entonces comprende cómo están de ausentes las cosas queridas”.

Terminó el velorio y se llevaron el cuerpo para cremarlo. Mientras, a los asistentes nos invitaron a comer. Arroz rojo, frijoles y unos tamalitos que mi papá llama tontos porque no tienen nada de relleno. Ya en la comilona la familia se fue reconociendo. Algunas personas se acercaron para saludar, primos lejanos, amigos, incluso ahijados de mis abuelos que les siguen guardando cariño y gratitud a pesar de que han muerto.

Mis tías y mi papá sonreían… porque reconocían a algunos pero también porque no tenían idea de quiénes eran otros. El árbol genealógico no era nada claro. Tío, hijo, sobrino, cuñado, suegro de quién. Las pláticas giraron siempre en torno a lo que fue y ya no es más; la definitiva urbanización del pueblo, la desaparición de los campos de siembra, del ganado, del río donde iban a lavar los sábados, de los oficios de antaño. Nostalgia es lo que se adivina en lo profundo de las palabras.

Es muy loca esa sensación de volver a donde nunca había ido. Pero es tan significativo el lazo, que yo también me siento unida a Santa Ana Tlapaltitlán. Ahora comprendo por qué dicen que los recuerdos se heredan.  Aunque no aprendí cómo sembrar, cómo echar las tortillas ni a lo que sabe la leche bronca, me alegra encontrar en estas calles un pedazo de mi historia. La memoria colectiva, además de ser aquello que las personas recordamos en conjunto (nunca homogénea y en constante disputa, cabe aclarar), puede ser eso: fragmentos del pasado que permanecen, aun cuando quienes los evocan no los hayan vivido.

Fotografía 1: Mis abuelos Pascual Colin y Ángela Morales (al centro) y la familia de Santa Ana Tlapaltitlán. Es interesante el contraste entre la vestimenta de todas las mujeres y la de mi abuela: una falda floreada y tacones. Colección Gabriel Colin.

Fotografía 2: Pascual Colin, mi abuelo paterno.​ Colección Gabriel Colin.