Podríamos decir que el enfoque de la historia de las mujeres representó el traslado de la lucha feminista del ámbito sociopolítico a los centros productores de conocimiento y discurso históricos.

Más allá de una mera labor de erudición y de alta comprensión, la historia tiene también una labor política: lo que cuenta sobre el pasado, y la manera cómo lo cuenta, incide directamente en la forma de pensar y de actuar de los individuos. El relato histórico producido por historiadores profesionales debe atender a las problemáticas del mundo real, y, en la medida de lo posible, contribuir a explicarlas y superarlas. Las historiadoras cuyos esfuerzos hicieron posible el surgimiento y consolidación del enfoque de la “historia de las mujeres” tenían esto bien claro.

Para 1970 la Segunda Ola del Feminismo se encontraba ya en acción, el Women’s Liberation Movement nacido en Estados Unidos e Inglaterra empezó a ir más allá de los objetivos de la Primer Ola del Feminismo (que se concentró en la igualdad legal), introduciendo al debate, y a la lucha, cuestiones como la desigualdad de facto existente entre sexos, la liberación sexual, la oposición al control sobre la reproducción, la planeación familiar y la creación de espacios laborales igualitarios. En Francia, una decena de militantes feministas encabezaron el Mouvement de libération des femmes, realizando grandes movilizaciones para denunciar las distintas formas existentes de silenciamiento y de invisibilización hacia las mujeres.

La lucha se llevó también a cabo dentro de las academias universitarias, ámbitos donde los altos puestos y el grueso del alumnado y el profesorado seguían siendo ocupados, mayoritariamente, por varones. Es en este contexto de combate, tanto fuera como dentro de la universidad, que se forjó la Histoire des femmes. Algunas de las historiadoras francesas que habían logrado obtener puestos como profesoras universitarias buscaron llevar al ámbito profesional su militancia feminista. Entre 1973 y 1974 Michelle Perrot, Fabienne Beck y Pauline Schmidt abrieron un seminario titulado “¿Tienen las mujeres una historia?” y en 1983 se llevó a cabo un coloquio en Saint-Maximin bajo el nombre “¿Es posible una historia de las mujeres?”. La historia de las mujeres había nacido.

Este nuevo enfoque se dedicó a demostrar que la historia tradicional, producida y enseñada, había sido una historia masculina, es decir, obra de historiadores varones que contaba el relato de la historia de los hombres. Para estas historiadoras, el “hombre” del que hablaban las grandes historias había sido pensado siempre de manera masculina, dejando de lado al colectivo femenino. Así pues, su principal objetivo fue volver visibles a las mujeres, que siempre han representado a la mitad de la población humana, considerando que cualquier visión histórica que las deje fuera es incompleta, aspirando a un alcance, a lo mucho, semi universal.

 

 

La labor de las historiadoras de las mujeres fue la de hacer de la mujer: el centro del cuestionamiento histórico, el tema de la historia y un sujeto capaz de producir conocimiento serio. No obstante, el trabajo de un historiador no se limita a la expresión de sus convicciones personales, todas sus ideas deben apoyarse en fuentes que las respalden y utilizar aparatos teóricos que puedan darles solidez. Siendo que sus objetos de estudio (las mujeres) no aparecían en el espacio de la toma de las “grandes” decisiones político-económicas de la historia, debieron prestar especial atención a fuentes provenientes de la vida cotidiana, además de buscar la razón de los silencios en torno a lo femenino de las fuentes masculinas. En cuanto al aparato teórico, la teoría feminista de pensadoras como Simone de Beauvoir les fue de completa utilidad. Sus investigaciones mostraron las particularidades del colectivo femenino en diferentes épocas, en contraste con el masculino, y restituyeron su presencia en el acontecer histórico.

Las fuentes, las preguntas, los métodos y los postulados de aquella primera historia de las mujeres se han complejizado mucho en las últimas décadas, sobre todo frente a la Tercera Ola del Feminismo y a la consolidación de la “historia de género” de tradición estadounidense. Sin embargo, el mérito de sus desarrolladoras continúa siendo reconocido. En primer lugar, contribuyeron a crear un mejor conocimiento de las sociedades pasadas y a demostrar que la manera en que las cosas son actualmente es histórica, y no, como a veces se piensa, natural y eterna. En segundo lugar, demostraron que ninguna abstracción universal individual, en este caso el “hombre”, puede representar la diversidad humana. Y en tercer lugar, mostraron la manera en la que, ante los cambios de su tiempo, los historiadores pueden (y deben) romper con su papel de meros observadores.

La historia de la historia de las mujeres nos muestra cómo es que un puñado de historiadoras francesas fueron capaces de cobrar y de crear conciencia en torno al poder de invisibilización ejercido por el relato histórico. Nos muestra el traslado de la lucha feminista, gestada en el ámbito sociopolítico, al centro de producción de conocimiento histórico: la universidad; con el propósito detener la perpetuación de la invisibilización y el silenciamiento hacia las mujeres. Su lucha nunca pretendió limitarse a los espacios académicos, sino, por el contrario, incidir en las instituciones creadoras de la conciencia histórica y lograr que la historia de las mujeres pasara a formar parte de los conocimientos habituales y necesarios de los integrantes de nuevas sociedades conscientes del valor de la igualdad. Una realidad que incidió en la manera de hacer historia, una manera de hacer historia que busca contribuir a la creación de una nueva realidad.