Las primeras labores de las mujeres en la arquitectura quedaban en la clandestinidad, o en la lista de colaboradores no reconocidos

El papel de las mujeres en la arquitectura ha sido un tema de discusión relativamente reciente. Esto es, en parte, porque en la documentación histórica se ha dado poco lugar a las aportaciones de éstas en la profesión, y por otro lado, porque su participación se ha dado en un escenario adverso, en donde ejercer su trabajo es el equivalente a un acto de resistencia. La noción tradicional, aunque no expresada abiertamente en estos días, de que el papel de las mujeres es mayormente enfocado hacia la reproducción y las labores del hogar, niega o suprime sus posibilidades en aspectos profesionales o productivos. Las primeras labores de las mujeres en la arquitectura quedaban en la clandestinidad, o en la lista de colaboradores no reconocidos. Lejos de hablar de ideas feministas o de equidad de género, a las que habría que darles un espacio mayor más adelante, se trata de otorgarles el reconocimiento histórico que les corresponde.

En nuestro país, podemos ubicar a la primera arquitecta mexicana y latinoamericana en recibir su cédula de la Escuela Nacional de Arquitectura de la Academia de San Carlos hasta 1937, 156 años después de su fundación como institución enfocada a la impartición de la enseñanza de la arquitectura y las artes. Se trata de la veracruzana María Luisa Dehesa, quien era una de las cinco mujeres de su generación de 113 alumnos. Esta mujer enfocó su ejercicio profesional en el ámbito gubernamental, particularmente de obras públicas. Es referente por abrir pauta a las mujeres para la formación y ejercicio de la arquitectura.

Otra personalidad, de la que hablaré más extensamente por su participación en escenarios más familiares para la ciudad, es Ruth Rivera Marín, quien hoy es recordada por ser la primer ingeniera-arquitecta graduada del Instituto Politécnico Nacional (IPN). Ruth fue hija del célebre muralista Diego Rivera y la escritora Guadalupe Marín. Debido al carácter creativo y liberal de sus padres, su formación fue poco convencional y un tanto más libre de prejuicios de género que la de otras mujeres de su tiempo. Según la hermana de Ruth, Guadalupe, Diego Rivera les transmitía a sus hijas ideas sobre la libertad, autosuficiencia e independencia. Para 1950, esta mujer ya era la primera en egresar de la ESIA (Escuela Superior de Ingeniería y Arquitectura) del IPN. Con maestros como Enrique Yáñez, Juan O’Gorman y Pedro Ramírez Vázquez, las ideas nacionalistas y formación intelectual que pueden destacarse de ellos, fueron absorbidas por Ruth, y se convirtieron en líneas de acción para su trabajo profesional.

Podemos recordar a Ruth Rivera, entre otras cosas, por su hacer en la conservación y protección del patrimonio nacional en las artes y la arquitectura, ya sea desde la docencia en la ESIA, o desde instituciones como el INBA, en donde asumió la jefatura de su Departamento de Arquitectura. Otro aspecto vanguardista de su participación en el panorama arquitectónico nacional radica en su trabajo desde la teoría y la práctica. Esta mujer era docente, participaba en instituciones enfocadas en la arquitectura como el Colegio de Arquitectos de México, entre otras, escribía artículos y libros referentes a la arquitectura y urbanismo nacional, y participó en el diseño y ejecución de obras como el Museo Anahuacalli (junto con Juan O’Gorman y Diego Rivera), o el Museo de Arte Moderno (en el equipo de Pedro Ramírez Vázquez).

El proyecto en el que se puede percibir su “sello” de mejor manera es el Museo Anahuacalli (1957-1963), que, para empezar, era pensado por su padre como una suerte de herencia a la sociedad mexicana por su intención de albergar la colección de piezas prehispánicas que Diego reunió en vida. Este recinto cultural fue concluido en 1963 tras la muerte del muralista, siendo supervisado y llevado a término por Rivera y O’Gorman, y finalmente inaugurado en 1964 también gracias a las contribuciones económicas de Dolores Olmedo. La obra, construida con piedra del volcán Xitle, está cargada de gestos arquitectónicos nacionalistas inspirados en formas indígenas como taludes y frontones, que reflejan el perfil del museo y a la vez las ideas de arraigo de los tres autores, y símbolos de esta misma fuente como referencias a su cosmovisión y sus espacios de culto. El museo Anahuacalli, además de que pretende encarnar la visión e intenciones de Diego Rivera de promover el arraigo y perfil del arte nacional frente a un encanto generalizado hacia las formas internacionales, representa lo que su hija defendía en su hacer como arquitecta y promotora cultural. A esta obra poco se le relaciona con Ruth Rivera, y desconozco las razones, pero me atrevo a pensar que es porque sus colaboradores tienen mayor peso en la memoria colectiva de arquitectos mexicanos. Creo por eso que es importante traer a la luz su presencia en la obra mencionada y en la campaña general por la conservación del patrimonio artístico nacional.

Esta es la historia de una de las mujeres que ha dibujado el panorama de la arquitectura y las artes de nuestro país. Este texto es finalmente un intento de otorgarle el crédito que le corresponde.

Referencias

Fernández, Lorena. “Ruth Rivera Marin 1927-1969”. Un día. Una arquitecta, 2015.

Soldevilla, Alain Prieto. “Las arquitectas mexicanas que vencieron la contracorriente”. Revista Obras Web. Ciudad de México, MEX., marzo de 2013.