Nada me han enseñado los años

Siempre caigo en los mismos errores,

Otra vez a brindar con extraños

Y a llorar por los mismos dolores

 

José Alfredo Jiménez, “El último trago”

¿Qué tienen en común una cantina, una botella de tequila y una canción de José Alfredo Jiménez? En México estos elementos constituyen el escenario perfecto para ver a más de un hombre derramar lágrimas de tristeza, dolor, o soledad ¿por qué?

En una investigación realizada por la psicóloga y escritora mexicana Marina Castañeda titulada “El Machismo invisible”, se apunta que el código machista bajo el que viven su masculinidad muchos de los hombres en nuestro país, permite a los hombres entristecerse e incluso llorar, sólo bajo los efectos del alcohol. Esto sin temor a ser juzgados por sus pares como “marica”, “vieja” o “puto”.

La investigación de esta autora se enmarca dentro de los estudios de las masculinidades, que nacen como producto  de los estudios de género en el siglo XX. El género, entendido como ordenador social, refiere sus prácticas a lo masculino y a lo femenino como dos esferas con prácticas y configuraciones diferentes. Éstas se encuentran dentro de una relación de poder, de dominio y de subordinación, sujetas a contextos sociales e históricos específicos.

La socióloga australiana Raewyn Connell propone que es necesario reconocer que así como no existe una sola forma de feminidad, tampoco existe una sola masculinidad. Sin embargo, en las sociedades occidentales se ha construido una masculinidad hegemónica, la cual no es un tipo de personalidad fija, sino un tipo de masculinidad que ocupa una posición dominante en la vida social. En México a este tipo de masculinidad se le ha denominado machismo.

La configuración de este machismo parte de establecer un sistema de relaciones de género donde se reduzcan las diferencias entre los individuos varones, tratando de uniformizarlos en torno al modelo de masculinidad hegemónica. Por otro lado, se aumentan las diferencias entre los hombres y las mujeres, colocando todo lo femenino en un plano inferior, de subordinación, y todo lo masculino en un plano de superioridad.

De esta manera se hace necesario reprimir la afectividad en los hombres así como su acción en el ámbito doméstico, ya que estas son actitudes que los colocarían en la esfera femenina. Para Marina Castañeda el machismo se vuelve invisible cuando logra reproducirse en esas áreas que difícilmente son analizadas como la psicoemocional. Esto provoca que existan diferencias en torno a la manera de sentir, expresar y manejar las emociones entre hombres y mujeres.

Un análisis de esta autora en torno a la tristeza devela que ésta es entendida por el machismo como una emoción femenina que busca ser evadida. Al no asumirse, puede manifestarse afectando la salud física, además de provocar conductas como el abuso de alcohol o drogas. Los hombres aprenden y aceptan que sólo a través de la ingesta de alcohol pueden expresar sus sentimientos y desahogar sus penas.

Actualmente, el consumo de alcohol constituye la primer causa de muerte entre los hombres mexicanos. Se encuentra presente en el 60% de los accidentes vehiculares, en el 57% de los suicidios y en las muertes de los hombres adultos por cirrosis. En este sentido, son los mismos hombres quienes inconscientemente provocan su muerte al vivir bajo un patrón de conductas machistas que no sólo altera su salud física, sino también su salud emocional y su convivencia con personas a su alrededor.

Parte de las investigaciones de Connell revelan que la posición hegemónica que pueden detentar ciertas masculinidades siempre puede ser discutible. No obstante, encarar la configuración de este orden involucra hacerle frente a una serie de privilegios construidos desde esta lógica como el honor, el prestigio, el poder político o el poder económico. ¿Qué hacer entonces? ¿Prefiero morir de pie que vivir arrodillado?