Many a morning hath he there been seen,

With tears augmenting the fresh morning’s dew.

Adding to clouds more clouds with his deep sighs

Romeo and Juliet

Romeo, el célebre personaje de Shakespeare, paseaba por las calles de Verona lamentándose e inflamando su pecho con el amor que sentía por Julieta. En el personaje de Romeo se encuentra plasmado ese extraño estado en el que se conjuga la genialidad, la ausencia de algo querido o la imposibilidad de cumplir un deseo; esta condición, la presencia de singular tristeza y capacidad creadora, que viven algunos individuos ha sido llamada por muchos pensadores melancolía.

La melancolía es, por lo tanto, una palabra que nombra un fenómeno que resulta difícil de explicar. Por lo general, utilizamos esta palabra para señalar o describir el estado anímico o el carácter de una persona. El origen de este término se remonta hasta el siglo V a.C. con la escuela hipocrática. Hipócrates, el legendario médico griego, sostenía que los seres humanos contaban con cuatro humores que les dotaban de ciertas cualidades físicas y anímicas. La melancolía (μελαγχολια) correspondía a aquellos hombres que tenían una preponderancia de bilis (χολή) negra (μέλας) en su persona. De acuerdo con esta teoría, los melancólicos son personas prontas a la tristeza y al miedo (Aforismos, 6); su temperamento es fácilmente mermado y pueden padecer largos periodos de pesar e inmovilidad, seguidos de arranques espontáneos de creatividad.

Ahora bien, la filosofía no ha sido extraña al pensamiento que investiga la naturaleza de los estados psíquicos del ser humano. De ahí que Platón afirme en el Fedro (249d) que los filósofos están poseídos por el impulso erótico hacia la belleza. Sin embargo, el tratado antiguo más importante acerca de la melancolía fue el afamado escrito atribuido a Aristóteles: el Problema XXX. En éste, el pensador de Estagira hace un compendio de preguntas y respuestas que intentan encontrar la naturaleza específica de la melancolía.

Para Aristóteles, todos los seres humanos cuentan con una cantidad determinada de bilis negra. Ésta puede aumentar o disminuir dependiendo de ciertas variables como la temperatura o la alimentación. Por ejemplo, el vino era considerado un factor que propicia la melancolía. Sin embargo, habría que distinguir dos tipos de constituciones físicas que se dan de forma natural en el hombre. Hay seres humanos que sólo por accidente alcanzan la melancolía, es decir que únicamente son melancólicos por la presencia de ciertos alimentos o situaciones extraordinarias en un tiempo determinado. En cambio, hay personas en cuya constitución física se encuentra la melancolía. Estas personas tienen un exceso de bilis negra que las arrastra a una tristeza permanente, Para Aristóteles, esta condición, lejos de conducir a las personas a un estado de pasividad y abandono absoluto, potenciaba su capacidad poiética, esto es, la posibilidad de generar obras y acciones magnánimas y excelentes.

La melancolía es inseparable, por ende, de un estado anímico que guarda una íntima relación con la constitución física de cada individuo. El melancólico tiene un exceso de bilis negra y, en consecuencia, su conducta tiende a una tristeza continua. Esta pena permanente puede conducir a los individuos que la padecen a un estado de creatividad extraordinario, cuyas consecuencias pueden ser magníficas obras artísticas o de gran valor humano. Sin embargo, es importante destacar que no todo individuo melancólico será necesariamente genial: únicamente aquellos que logren dar un cauce adecuado a sus emociones. Este último punto es fundamental, ya que la genialidad del melancólico es el resultado de la combinación entre un éthos formado por la persona y sus condiciones naturales.

La historia de la melancolía, desde luego, no termina con Aristóteles. Serán muchos los pensadores (Kierkegaard, por ejemplo) que seguirán desarrollando teorías en torno a ella. Es pertinente observar, empero, que Aristóteles caracterizó a la melancolía con notas que aún en hoy día perduran, como la tristeza permanente y la capacidad creadora del sujeto melancólico. Prueba de ello son los estudios de psicólogos como Strong y Ketter que asimilan la bipolaridad con la creatividad. Cabe, entonces, preguntarse por la compleja relación que existe entre nuestra constitución física y el cultivo de nuestras emociones. De ello, entre otros factores, depende evitar desenlaces tan trágicos como el de Romeo.

Referencias

Aristóteles, Problèmes, ed. Pierre Louis, 3 vol., París : Les Belles Lettres, 1991-2003.

C. Strong – T. Ketter, «Creativity in familial bipolar disorder», en Journal of Psychiatric Research 39, no 6 (2005), p. 623-31.

Hippocrates, of Cos (2006), On the Sacred Disease, Internet Classics Archive: The University of Adelaide Library.

Platón. Fedro. Madrid : Gredos, 2013.