Con la alternancia política de la presidencia estadounidense hay una cosa que no puedo dejar de pensar: la primera vicepresidenta mujer del país más poderoso del mundo. Una mujer conquistando un espacio público. Indudablemente me pregunto, ¿su puesto es una cesión de derechos o una elección política estratégica?, ¿es quizá entonces, una oportunidad brindada por hombres?

Veía un vídeo que ella subió a su cuenta de instagram el día en que tomó posesión en su nuevo puesto, un día histórico no sólo para Estados Unidos, sino para el resto de las mujeres del mundo. Muchas de nosotras estábamos atentas de este evento a través de las redes sociales, los pasos gigantes que eso significaba en nuestro mundo, inspiradas por la trascendencia y significación de mirarla ahí, siendo conscientes de que alrededor de ella habían contadas mujeres.

Miraba este vídeo, y no pude evitar que me rodaran las lágrimas, en una mezcla de emoción, inspiración y también de coraje. ¿No les parece irreal que esto signifique un logro histórico? El hecho de que las mujeres estemos conquistando espacios a los que siempre debimos tener acceso. ¿Qué significa realmente la representación de Kamala Harris como mujer en este puesto político?

Para empezar, tengo que decir que me parece increíble, con la literalidad que implica ese adjetivo, que a estas alturas, esto sea un logro sin precedentes, especialmente en un país donde la lucha por los derechos civiles y políticos se concretó parcialmente hace cien años con la enmienda constitucional que prohibía la discriminación del derecho al voto por motivos de sexo.

Como mujer, llegar a ocupar puestos de decisión política tan importantes sigue siendo sorprendente y extraordinario. En un sistema patriarcal sería ingenuo creer que hemos conquistado las luchas que atraviesan todos los espacios donde existimos. Si bien las mujeres como grupo específico tenemos “derechos iguales” nos enfrentamos a obstáculos que incluso parecen invisibles para quienes no los viven, y que, finalmente son resultado de la socialización que se nos ha dado en espacios de opresión y de no-poder.

Recuerdo que, para mí como niña, decir que quería ser la primera presidenta mujer de México representaba el sueño más utópico que yo podía imaginarme -y que interiormente sabía, no alcanzaría jamás-, no solo porque no había alguna referencia inmediata que yo pudiera señalar como inspiración, sino porque desde niñas somos privadas de los espacios donde se toman decisiones. ¿Por qué no hay mujeres en esos puestos?, ¿Por qué las mujeres no llegamos a esos lugares? ¿Por qué necesitamos de leyes que obliguen a los partidos políticos a postular mujeres en el 50% de sus candidaturas? ¿Por qué necesitamos brindar las condiciones para que ellas lleguen ahí?

No debe ser casualidad la falta de mujeres en puestos de liderazgo, culturalmente las condiciones no existen ni se construyen para nosotras, esos obstáculos que se invisibilizan, y que precisamente por ello se les ha llamado “techos de cristal” explican este fenómeno que atravesamos las mujeres profesionalmente: la imposibilidad de vernos en espacios de poder, porque sabemos se trata de la utopía en un mundo gobernado y hecho para los hombres.

No es muy difícil verlo, los gabinetes de gobierno en su mayoría están ocupados por hombres, incluso e irónicamente, también lo está el órgano encargado de defender la constitución y los derechos humanos. Entonces ¿al final quién decide? ¿Hablamos de capacidades o de poder? De un poder que claramente no ejercemos las mujeres, de una realidad que no atravesamos las mujeres.

¿Por qué me mueve muchísimo ver llegar a Kamala al poder? Indudablemente me identifico como mujer, como abogada, como feminista y como latina. Para mí, ella representa una inspiración profunda, una reivindicación. Ella no está llegando sola, es el fruto de muchas luchas, de muchas mujeres a través de los años, a través de la historia. Me recuerda cuando yo era estudiante de derecho. A pesar de que los grupos estaban conformados en su mayoría por mujeres, contadas eran las docentes, no era que hicieran falta abogadas para enseñar, es que no había espacio para que una mujer enseñara, la ausencia de mujeres en lo político atraviesa todos los espacios.

Durante la carrera era común escuchar los comentarios de los profesores haciendo alusión a los contados hombres que había en el salón de clase, “¿Y ustedes qué hacen ocupando una silla que podría estar ocupando un hombre que sí va a ejercer su carrera?”.“¿Para qué estudian si van a terminar casándose?”. Esos son los obstáculos que no se ven y que un hombre jamás experimenta en su vida; su apariencia o vida personal no se mezclan o ponen en duda su capacidad profesional. Sin embargo, para nosotras no hay espacios separados; es precisamente esta idea sociocultural indisoluble y arraigada entre lo privado y lo político lo que nos ha detenido el crecimiento como mujeres.

Desde los años setentas (increíblemente hace cincuenta años) Beauvoir, Millet y Firestone ya hacían referencia a que “lo personal es lo político”, porque es precisamente en esos espacios privados, donde se desarrollan las relaciones de dominación evidentes, las que perpetúan el sistema de dominación masculina y de opresión de la  mujer. Esa idea de que pertenecemos a los espacios privados del hogar, es lo que ha disminuido el poder de decisión en los espacios que están afuera, replicando la misma estructura. Si ahora fuera estudiante de derecho, Kamala sería un ejemplo que callaría a muchos profesores.

¿Por qué nos resulta tan complicado imaginar a las mujeres gobernando? Ni siquiera lo podemos pensar porque nos parece imposible que suceda. Sin duda quisiera ser la primera presidenta de mi país, pero me gustaría todavía más que hubiera otras mujeres que llegaran a ese lugar antes que yo (o conmigo), me gustaría que esta revolución feminista sea capaz de alcanzar ese mundo diverso que imaginamos, ese mundo de iguales que soñamos. Me gustaría pensar que es posible ese mundo donde una niña puede soñar llegar a ser lo que se le atraviese por la mente, sabiendo que ese sueño bien podría realizarse.

Me gustaría que dejemos de pensar en la manera en que el heteropatriarcado nos ha educado, que imaginemos nuevas formas de poder, quizá no de manera vertical y más hacia los horizontes. Esta revolución que ha empezado hace ya bastante, tiene que llegar a esa sociedad igualitaria que postula la Constitución y protege los derechos humanos, los derechos de todas, los derechos de todos. Quizá entonces, la justicia social no será un imaginario al que no llegaremos nunca, sino una realidad que ha superado todas las barreras que experimentamos como mujeres en la opresión y que se han naturalizado al punto de creerlas inevitables.

Durante mucho tiempo, en la idea del antropocentrismo, los hombres nos hicieron creer que sus logros eran nuestros logros también, pero ahora sabemos que no hay posibilidad de justicia social si no hay un espacio para todas a quienes se nos ha vedado el poder de participar. En 2021, estamos viendo los frutos de una lucha social que representa la historia de la humanidad. ¿No les parece increíble que las mujeres hemos tenido que emprender una lucha en contra del pensamiento de que somos algo menos que seres humanos y que incluso hemos tenido que conquistar la idea de que somos dignas de derechos humanos?

No es un mundo utópico el que soñamos, es la idea de un mundo en el que las mujeres merecemos, necesitamos y debemos participar. ¿Es este mundo que soñamos uno posible? o ¿habrá que construir otro mundo?