Hablar de campos de refugiados es hablar de ciudades temporales, es hablar de apropiación y modificación del entorno, de símbolos compartidos, y sobre todo, es preguntarse qué nos toca hacer desde nuestras disciplinas para que ese plazo de tiempo en el que son la mejor alternativa, termine con un escenario adecuado para que las personas puedan comenzar de nuevo

No hay forma sencilla de leer las ciudades actualmente, pues están conformadas por distintas capas de historia, tanto propia, como de sus habitantes. La evolución material de una ciudad va de la mano con los cambios demográficos que presenta, y parte de esos cambios son los flujos migratorios. Ya sea por pérdida de oportunidades laborales, o búsqueda de unas mejores, por aspiraciones profesionales, o en otros casos, por cambios en regímenes políticos o conflictos bélicos, las personas se desplazan de su lugar de origen a nuevos puntos geográficos en los que pasan a ser llamados migrantes, y en algunos casos, a involucrar en sus vidas una constante sensación de extrañeza y falta de pertenencia.

Los movimientos migratorios influyen en el perfil de las ciudades, pero también hay casos en que la cantidad de gente desplazada provoca la creación “espontánea” (y lo pongo entre comillas, porque ningún movimiento migratorio colectivo sucede simplemente por casualidad) de puntos de confluencia mejor conocidos como campos de refugiados. Las personas refugiadas son aquellas desplazadas por guerras o conflictos armados, que buscan ubicarse en puntos, a menudo fronterizos, que estén lejos de la zona de conflicto. Los recursos necesarios para formar estos campos pueden ser facilitados por organismos internacionales, pero a menudo estos procesos no van a la par de la inmediatez de las necesidades de refugio, y si se tiene acceso a ellos, la posibilidad de habitarlos es estrictamente temporal. Lo lógico es preguntarnos por lo que sucede cuando ese rango temporal se extiende de forma indefinida.

Estos campos pretenden ser una alternativa provisional que se agota una vez que las cosas se normalizan en el país del que provienen sus refugiados, o cuando ellos tienen posibilidades de empezar de cero en otras ciudades o países. Lo interesante es lo que sucede mientras ese momento llega, o algún otro que brinde la posibilidad de cambio. Cuando los habitantes de estos puntos de refugio racionalizan que su permanencia es indefinida, comienzan un proceso de apropiación y manipulación de su entorno para convertirlo en un hogar, y a mayor escala, es posible apreciar los primeros esbozos de un asentamiento con características propias de una ciudad.

Un ejemplo de esto es el campo de refugiados conocido como La jungla de Calais, ubicado en territorio francés, y creado a partir de la crisis de refugiados en Europa en 2015, aunque éste se empezó a gestar desde finales de 2013. Este campo llegó a acoger a más de 6000 personas, y aunque sus datos demográficos cambian constantemente por su condición de refugio temporal, se estima que sus habitantes procedían de Afganistán, Pakistán, Eritrea, Etiopía, Sudán y Siria, entre otros puntos geográficos. Estas personas estaban en búsqueda de una oportunidad de migrar a Reino Unido para buscar oportunidades laborales o reunirse con sus familiares. A finales de 2016, este campo fue desmantelado por las autoridades, quienes argumentaban que los motivos eran la insalubridad e inseguridad. Lejos de externar una postura política, lo interesante es que meses después de su desmantelamiento, las personas desplazadas seguían llegando a este lugar, esperando encontrar refugio.

La jungla de Calais comenzó siendo un “no lugar”; es decir, un territorio de quienes fueron despojados de sus puntos de residencia, y evolucionó para convertirse en un asentamiento con espacios para la educación, la religión, el comercio, y la cultura. Las modificaciones graduales que se hacen en estos lugares, son reflejo de los deseos, memorias, o símbolos compartidos por sus habitantes. Al ser casos tan frecuentes, considero que es imperativo traerlos a la mesa, si lo que nos interesa es hacer contribuciones estudiadas para las dinámicas urbanas. Hablar de campos de refugiados es hablar de ciudades temporales, es hablar de apropiación y modificación del entorno, de símbolos compartidos, y sobre todo, es preguntarse qué nos toca hacer desde nuestras disciplinas para que ese plazo de tiempo en el que son la mejor alternativa, termine con un escenario adecuado para que las personas puedan comenzar de nuevo. Desde la arquitectura creo que hay varios caminos; uno de ellos es la integración de lógicas multiculturales en la planeación, que abran espacios para migrantes y que los hagan parte de una sociedad diversa. Es necesario alejarnos de discusiones nacionalistas, y empezar a hablar de una sociedad global. Albert Camus decía “Amo demasiado a mi país para ser nacionalista.” y creo que es verdad. En un mundo de fluctuaciones migratorias, cambios demográficos y necesidades de refugio, la única opción latente es la inclusión, y lo único que puedo desear para mi país es que sea parte de esto.

Referencias

-Anne Guillard. “Refugees start to gather in Calais again, months after camp was closed”. The Guardian (2 de abril de 2017). Consultado el 25 de octubre de 2017, en: https://www.theguardian.com/world/2017/apr/02/refugees-gather-calais-camp-unaccompanied-children.

– Fairs, Marcus. “Camps like the Jungle are “an important resource for all urban professionals to study””. Dezeen (9 de marzo de 2016). Consultado el 25 de octubre de 2017, en: https://www.dezeen.com/2016/03/09/interview-sophie-flinder-refugee-camp-calais-france-jungle-architects-planners/.