Escribo sobre “el viaje” desde la estática comodidad de la mesa del comedor de mi casa.  Desde el inicio de la historia de los seres humanos, el hombre siempre ha tenido la necesidad y el deseo de viajar. El viaje está supeditado por la tecnología y el desarrollo industrial del hombre: de comenzar viajando con la fuerza de los pies como único motor, hemos terminado por viajar, gracias a las innovaciones tecnológicas, a lugares antes imposibles; incluso fuera del planeta.

Sin embargo, la idea del viaje siempre resulta contradictoria. En este mundo que corre a pasos agigantados, se ha perdido la belleza que significa el viajar mismo, el estar durante el viaje por el mero placer de viajar y no sólo para desplazarse de un punto a otro del planeta.  Me permito introducir una cita que de tan larga casi parecerá plagio, pero que será indispensable para entender el resto del artículo: 

« El camino es un elogio del espacio. Cada tramo de camino tiene sentido en sí mismo y  nos invita a detenernos.»

«Camino: franja de tierra por la que se va a pie. La carretera se diferencia del camino no sólo porque en ella no se va en carro, sino porque no es más que una línea que une un punto con otro. La carretera no tiene sentido en sí misma; el sentido sólo lo tienen los dos puntos que une. El camino es un elogio del espacio. Cada tramo de camino tiene sentido en sí mismo y  nos invita a detenernos. La carretera es la victoriosa desvalorización del espacio, que gracias a ella no es hoy más que un simple obstáculo para el movimiento humano y una pérdida de tiempo.

Antes de que los caminos desaparecieran del paisaje, desaparecieron del alma humana; el ser humano perdió el deseo de andar, de caminar con sus propias piernas y disfrutar de ello. Ya ni siquiera veía su vida como  un camino, sino como una carretera: una línea que va de un punto a otro, del grado de capitán al grado de general; de la función de esposa a la función de viuda. El tiempo de la vida se convirtió para él en un simple obstáculo que hay que superar a velocidades cada vez mayores.

El camino y la carretera son también concepciones diferentes de la belleza. Cuando alguien dice que en tal o cual lugar hay un paisaje hermoso, eso significa: si paras el carro verás un hermoso castillo del siglo XV y junto a él un parque; o: hay allí un lago y, por su brillante superficie que se extiende a lo lejos, navegan los cisnes. En el mundo de las carreteras un paisaje hermoso significa: una isla de belleza unida por una larga línea a otras líneas de belleza.

En el mundo de los caminos la belleza es ininterrumpida y constantemente cambiante; a cada paso nos dice: ¡detente!»

Estas líneas las escribió el checo Milán Kundera en “La Inmortalidad”, las saco a colación porque creo que sirven para entrar en materia de este artículo: las road movies.

Este género cinematográfico tiene su edad dorada después de los años 60, aunque ha existido desde hace muchos años, quizá desde que las condiciones tecnológicas hicieron posible el fácil traslado del equipo de cámara y sonido. Quizá desde Sucedió una Noche de Frank Capra, desde que el automóvil ha casi suplantado a los pies del hombre contemporáneo, y le permite desplazarse con facilidad y rapidez a donde sea que sea su destino.

Este género cinematográfico tiene su edad dorada después de los años 60, aunque ha existido desde hace muchos años, quizá desde que las condiciones tecnológicas hicieron posible el fácil traslado del equipo de cámara y sonido. Quizá desde Sucedió una Noche de Frank Capra, desde que el automóvil ha casi suplantado a los pies del hombre contemporáneo, y le permite desplazarse con facilidad y rapidez a donde sea que sea su destino.

En las road movies podemos apreciar la belleza del paisaje, el placer de existir en un momento y lugar preciso. Siempre es fácil empatizar con los protagonistas, seres anómalos que se resisten a existir como lo hacemos el resto de las personas, que se atreven a salir de su zona de confort y salen al mundo, por lo general están buscando algo, aunque para el desenlace poco importa si lo encontraron o no; tiene más peso lo que han aprendido a lo largo del viaje, las personas que se encuentran, las experiencias vividas.

El viaje tiene una importancia predominante en el relato como figura externa; pero casi siempre nos olvidamos que existen también los viajes internos, o más bien que todo viaje externo implica un viaje interno, o al revés, viajamos porque estamos pasando por un viaje interno.

Para viajar se necesitan tres cosas: principalmente el viajero, y el trayecto; pero sobretodo y más importante, las ganas de salir. Ese impulso que es como una fuerza creadora que nunca se sabrá a ciencia cierta dónde comienza ni dónde termina.