Texto: Patricia Plata Cruz

Santiago es un niño coqueto, sonriente; tiene unos ojos con pestañas enormes y mejillas tan rosadas como las tortillas que su abuela hace con maíz rojo. Juega, llora, y dice “mamá”, como cualquier niño de dos años. Pero mamá no está, es su abuela quien lo cría.

Su joven mamá se convirtió en una de las 151 mujeres asesinadas en el Estado de México en 2020, de un total de 969 en todo el país, de acuerdo con declaraciones de Ricardo Mejía, subsecretario de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana.

Antes de ser asesinada, Denisse trabajó en muchos lugares. Ella sólo quería ser libre de su tormentoso pasado: familia disfuncional, abusos, problemas con la ley, vicios, carencias económicas.

Con la ilusión de formar una familia y creyendo que todos sus problemas terminarían, a sus 18 años se aventuró a convertirse en madre y volverse ama de casa. Pero, como en muchos casos, esto no resultó bien. Discusiones, infidelidades, malos tratos por parte de la familia de su pareja y demás, hicieron que Denisse y su hijo Santiago regresaran al lecho materno.

Al contar con tan poco apoyo económico, estudios mínimos, y un hijo que mantener; la necesidad aunada al amor maternal hizo que dejara el pequeño pueblo de Acambay, al occidente del Estado de México, para mudarse a la capital mexiquense y trabajar en una fonda junto a una conocida.

“Échale ganas y no quiero que vengas en unos meses a dejarle otro nieto a tu mamá” fueron las palabras de despedida de Cirila, su tía, quien había apoyado a su madre, Felisa, cuando huyó de un marido violento en Ciudad de México. Fue en noviembre de 2019 cuando Denisse llegó a Toluca a trabajar. Lo tenía todo para vivir dignamente. Hospedaje, comida, trabajo y un sueldo para poder enviarle dinero a su hijo.

Y luego, sucedió.

Tras un mes y discusiones con su mamá, Denisse prefirió a la “nueva familia” que se había encontrado, un grupo de drogadictos y alcohólicos veinteañeros que prostituían a sus amigas.

Fue su perdición.

En enero de 2020 regresó algunos días a Acambay para estar nuevamente con su mamá, hermano e hijo. Sin embargo, Felisa la notaba ansiosa, preocupada y sin interés alguno por el niño que recién había cumplido un año.

Denisse decía que vendía dulces, comida y que ya no vivía con la señora de la fonda que la había contratado en noviembre, sino con una amiga, y así, le mandaba un poco de dinero a su hijo.

La joven cargaba en su cuello un pequeño morral que no soltaba ni para dormir. Al ver su comportamiento, su madre le preguntó de qué se trataba. Finalmente, se confesó.

“Me están poniendo el dedo”, fue lo que le contestó.

Le comentó que la habían estado siguiendo y amenazando. Y lo que cargaba en ese morral era un arma. Así que, por seguridad de su familia, tenía que irse, no podía ponerlos en riesgo por cosas que ella había hecho.

Felisa aceptó sin réplica, con mucho miedo porque sabía que era la mejor decisión para todos.

Pasaron los meses, y Denisse no se comunicaba con su mamá. La única manera de saber de ella, era verla conectada en Facebook, así, por lo menos, Felisa sabía que su hija estaba con bien.

En abril, Denisse regresó a dejar un poco de dinero y a pedirle a su mamá que le dejara ver al niño. La otrora sonriente adolescente ahora se veía demacrada, ojerosa, flaca y con un nuevo tatuaje en la clavícula izquierda.

Fue en junio cuando Roberto, su hermano, y Felisa notaron lo que conllevaba tener contacto con Denisse, ya que, durante la noche uno de ellos vio un par de sombras masculinas rondando la casa que rentaban.

Nuevamente, Felisa dejó de saber de su hija. Sin llamadas, ni mensajes. El 9 de julio de 2020 fue la última vez que vieron con vida a Denisse, hija, hermana y madre, quien fue a dejarle dinero a Santiago.

El 16 septiembre del mismo año, Felisa recibió una llamada de un número desconocido, proveniente de la región de Toluca.

Era un supuesto amigo de Denisse, quien le había dado su contacto. Llorando, le dijo que era un guardia de seguridad de la Central de Abastos de Toluca y que, dos días antes, un voceador pasó gritando que habían encontrado el cuerpo de una muchacha con las características físicas de Denisse.

Le explicó que él la veía diario en su puesto de comida, incluso llegó a defenderla de unos sujetos que intentaron abusar de ella. Él se había encariñado mucho con Denisse, además de que estuvo viviendo en su casa por algún tiempo y, cómo no la había visto en días, le aconsejaba ir al SEMEFO a identificar el cuerpo.

Dudosa y llena de miedo, Felisa le pidió consejo a su hermana y a una prima, quienes inmediatamente hicieron lo posible por ir a Toluca para quitarse la duda. Pero antes de poder identificar al cuerpo, tenían que poner una denuncia por desaparición, para así justificar la entrada.

El lunes 21 de septiembre de 2020 Felisa confirmó sus peores miedos al ver salir de un congelador en la morgue un cuerpo conocido, con pestañas enormes, nariz aguileña y aquel tatuaje que había visto unos meses atrás. Pero ahora, esa joven que nació de sus entrañas, tenía además una marca de soga en el cuello y puñaladas en todo el cuerpo.

La carroza fúnebre llegó al pueblo, a Acambay, guiada desde Toluca por un amigo de la familia. Un velatorio triste. Un alma joven. Un niño huérfano. Un hermano solo. Una mujer sin su hija.

Pasaron las horas. Se dirigen al panteón. A su último lugar de descanso. Ahora Felisa sabe perfectamente dónde está su hija, ya no tiene la incertidumbre de saber si está bien o mal, si ya comió o bebió agua. Ya está cerca de ella, a tan sólo 100 metros de su casa. Nunca más se irá.

 

Santiago grita “¡mamá!”, mientras parte su pastel de cumpleaños, con la mirada fija hacia la nada, pareciera que al fondo está viéndola. Felisa llora, desearía que su hija estuviese acompañando a su niño en ese momento.

Pero no puede ser posible, porque ahora Denisse descansa en una tumba al lado de sus abuelos. Lo que tanto anheló. Ahora ya no extraña a su abuela. Ahora estará junto a ella por la eternidad, hasta que sus huesos terminen de hacerse polvo. Juntas otra vez.

Siguen pasando los meses. En diciembre del 2020, Denisse hubiese cumplido 21 años. Su mamá recibió noticias. La abogada le dijo que había dos presuntos culpables detenidos por el homicidio de su hija, aunque pidió una prórroga de dos meses, para continuar con las investigaciones.

Es enero, Felisa se entera que el supuesto guardia de seguridad, quien le había llamado en septiembre, es uno de los implicados en el feminicidio, incluido también un narcomenudista, supuesto integrante de la Familia Michoacana, con quien el primero tenía una deuda. Esta deuda fue saldada con la vida de Denisse, a quien ellos conocían como “la Jennifer”.

Aún sigue el proceso de investigación, una decena de detenidos y más confesiones sobre otros delitos. Y, aunque la justicia está haciendo su trabajo, hoy Denisse se convirtió en una cifra más de este país que no respeta la vida de una mujer.

Mientras, un niño crece diciéndole “mamá” a su abuela, y Felisa aún tiene la esperanza de ver el puntito verde que indique la conexión a Facebook en el chat de su hija.

Fuentes:

Patricia Plata Cruz, periodista egresada de la Facultad de Estudios Superiores Aragón de la UNAM, nacida al norte de la entidad mexiquense. Ha publicado en EL UNIVERSAL CPN y diarios locales de Estado de México y Querétaro.