El resultado de trabajar en uno de los lugares más peligrosos del país, de convivir con familias víctimas de esa violencia y de encontrar en ellos una nueva visión de la vida, eso es Flores en el desierto, serie fotográfica de Ariadna Rodríguez.

De formación antropóloga, Ariadna llegó a Ciudad Juárez en 2012 contratada por una empresa para hacer etnografía con familias del lugar, asignadas de acuerdo a criterios de nivel socio económico.  Lo que inició como un levantamiento de datos al poco tiempo se convirtió en algo mucho más profundo.

“La sencilla belleza de su cotidianidad, y su paciencia y cariño a mis torpes intentos de conocerlos por encargo y con “metodología científica”, terminaron por sacudir mi corazón de tal forma que finalmente me llevaron a renovar por completo mis ideas y mi vida”, afirma. 

Expuesta recientemente en el Centro Cultural Universitario Quinta Gameros, Chihuahua, la serie se presentó en el formato de la manta, resignificando las llamadas narcomantas. En este caso, los lienzos de muerte muestran cómo la esperanza que se anida entre la tristeza. 

“Toda la serie, yo la considero un homenaje a la gente de Juárez que ha resistido todo este ambiente de violencia y lucha por mantener vidas dignas, amorosas y felices libres de violencia”, resuena fuerte y cálido el mensaje de Ariadna. 

Nos emociona presentar, desde Revista Baladí, las fotografías que componen Flores en el desierto, acompañadas de tres preguntas que la autora amablemente nos respondió sobre este interesante y profundo trabajo artístico. 

Tener una cámara, ¿cómo ayuda o cómo impide lograr la intimidad?

Tanto para el fotógrafo como para el antropólogo visual y el documentalista, llegar a un punto de intimidad con las personadas retratadas es un proceso. Lo que nos enseñan, y enseñamos, es a traer la cámara a la vista desde el principio

Para realizar el estudio, particularmente con la familia de las niñas, recuerdo que me senté en la mesa del comedor, puse la cámara frente a mi y les expliqué que tomaría fotos y grabaría las entrevistas que realizaríamos durante toda mi convivencia con ellos. 

Les hice incapié en que si en algún momento sentían incomodidad podían expresármelo sin ningún problema -me gusta ser respetuosa con la gente- pero en realidad nunca sucedió. A través de la cámara logré romper por completo el hielo, comenzamos a jugar con el hecho de hacerles retratos, a reírnos y a establecer una relación de complicidad para encontrar su “mejor ángulo”. 

Llegó el punto en el que mis clicks les eran completamente naturales, me dejaron entrar a sus habitaciones a fotografiar sus objetos personales; hacer fotografías, posadas y no posadas, y hasta me enseñaron las suyas . En la medida en que la cámara se vuelve una extensión de ti mismo, nadie te cuestiona que esté allí.

¿Cómo fue la reacción de las personas al ver el resultado, tanto de las familias como del público en general?

Después de uno o dos años les envié algunas de estas fotos a las familias, como símbolo de la amistad que desarrollamos, por ese motivo, no fue una absoluta sorpresa el que yo tuviera un archivo personal de nuestra experiencia. 

Ahora que fueron expuestas les mandé un video para que vieran el montaje en sala y les encantó. Para mi fue maravilloso que así fuera. Esta exposición, primero que nada, es un homenaje a todo ese amor que me mostraron era posible en sus hogares a pesar del ambiente adverso, y de no pertenecer a una clase social que privilegie la acumulación exagerada de bienes materiales.  

En cuanto al público en general, resultó lo que yo esperaba: una sorpresa que estas imágenes no reflejaran la violencia que el solo nombre “Ciudad Juárez” sugiere, sino todo lo contrario, la sencillez, los guiños de juego y naturalidad de una escena cotidiana en diálogo con fotos del cruento contexto de feminicidios y narco violencia que a la fecha parece no tener fin.

¿Cómo retratar la muerte y la esperanza?

La muerte está en las marcas y objetos, sobre todo de la ausencia; como el tatuaje en una pierna del nombre de la hija que ya no está,  un lugar por demás simbólico pues son las piernas nuestro soporte y lo que nos lleva a todos lados. 

La muñeca de recuerdo de los quince años que ya no llegaron a diéciseis en una estantería del centro de la habitación principal que es sala, recámara, comedor y cocina. O la mirada triste y el semblante cansado del padre meditabundo frente a su taza de café. 

La esperanza yo la veo en la pícara sonrisa de complicidad de Rafa al proponer hacerle un close up; en brindar, tocar e improvisar una pequeña fiesta familiar por haber tenido un fin de semana de trabajo bien pagado, y en el meticuloso acto de peinarse para otro día más de escuela. 

 

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Las fotos de Ariadna muestran que la violencia y el miedo nunca lograrán acabar con la esperanza y el amor. Además, recuerdan el potencial del arte, en este caso, de la fotografía para repensar la realidad en la que habitamos.

Les invitamos a conocer su trabajo en su sitio web: https://fotoariadnarodriguez.wixsite.com/ariartevisual y en sus redes sociales: Facebook: @AriarteVisual e Instagram: ariartevisual. Y a checar también la serie Por si no regresamos (click aquí).