para Alina, Daniel y Carlos; por esos cincuenta pesitos tan bien invertidos.

A pocos pasos de la antigua central de camiones, hoy día convertido en estación municipal de policías, se encuentra el cine Arcadia. Comparten la misma banqueta unos baños públicos, un hotel, una sex shop y un cibercafé. La esquina de las calles Eduardo Ruíz y León Guzmán, como muchas otras del centro de Morelia, está tomada por sexo servidoras: una mujer en falda corta juguetea con unas llaves, espera.

El cine Arcadia, antaño llamado “Buñuel” permanece como vestigio de tiempos mejores, cuando la realidad no se reducía al tamaño de la pantalla del celular; cuando no existía Netflix ni YouPorn ni RedTube, y los espectadores tenían que salir de sus casas y computadoras en busca de cine porno. La época era distinta y distante. El tiempo se expandía. Los cines antiguos ofrecían la “permanencia voluntaria”, en la que, por el precio de un boleto regular, podías quedarte el tiempo que tú quisieras, a ver la misma u otras películas, según las condiciones de cada cine.

Respecto a la arquitectura, el cine Arcadia conserva la fachada de cantera rosa, típica de la ciudad, consta de unos arcos con un letrero que dice “Posada del cortijo”, que en realidad es el nombre del hotel de junto. Detrás de los arcos está la marquesina, y en letras chiquitas su dogma “el cine se ve mejor en el cine”. Pero, ¿cuál cine?

La boletería está a mano derecha, con don Aurelio detrás de la caja desde hace más de seis años, cuando su sindicato decidió moverlo de Cinépolis al cine Arcadia por políticas de la empresa. Los hombres de una cierta edad no tienen cabida en la capital del cine.

Hay dos puertas de acceso, aunque la que se usa es la de lado derecha. Antes de entrar, en medio de las dos puertas, un mostrador bien surtido que sirve como dulcería, aunque nadie parece atenderla. La puerta de madera rechina al abrirse. Cuando los ojos se acostumbran a la oscuridad de la sala, el paisaje es desolador y deprimente, pero al mismo tiempo perturba e intriga.

En la última fila, un hombre de pie le da la espalda a la pantalla. La mayoría de las butacas vacías, a lo sumo habrá unos siete espectadores, quizá por ser jueves. Según don Aurelio, los fines de semana son los días fuertes. Al lado derecho de la pantalla hay un reloj digital para aquel espectador olvidadizo que se haya perdido en la permanencia voluntaria. Después del reloj, se asoma una luz. Supongo, son los baños, de donde  los espectadores entran y salen. La dinámica va más allá de sentarse a ver la película. Registran en la oscuridad a los demás espectadores, en busca de algo.

Adventures in Ibiza, Beautiful Brazilian, Heaven & Hell, son algunos de los títulos a escoger. Cincuenta pesitos la función, desde las doce del mediodía hasta las doce de la noche, cuando se acaba la función de las diez. La proyección es de baja calidad, el lente está fuera de foco, sin subtítulos, aunque igual no hacen mucha falta; por lo menos no hay algún cliente que se queje.

El cine Arcadia, al igual que otros cines porno, se ha convertido en tierra de nadie. Amores que se quieren y no se pueden olvidar. Espacio sagrado donde lo más privado de la naturaleza del hombre se vuelve público, del hombre y sólo del hombre; porque aquí las mujeres apenas y figuramos sobre la pantalla amarillenta. Testigo silencioso que resiste y pelea sus batallas íntimas, predestinadas al olvido popular, a un camino de no retorno.

Fotografías: Bárbara Zepeda Eguiarte