Ustedes sólo vienen acá, hacen su proyecto y se van, pero no saben cómo funciona la colonia, no conocen nuestros problemas, ni siquiera saben qué fue aquí antes.

Lucila Rousset

La Ciudad de México está en constante cambio desde que puedo recordarla. Siempre hay una obra que cierra la calle; concreto, trabajadores, máquinas, grúas. Edificios que se construyen en un dos por tres (apenas uno voltea y parece que crecen a cada hora), puentes vehiculares gigantes que cortan el paisaje al que estábamos acostumbrados o nuevas líneas de metrobús. Atravesada también por la destrucción de los sismos de 1985 y el de hace apenas unas semanas, la ciudad de antes se aloja en la memoria de quienes la habitaron y con nostalgia la evocan en sus relatos.

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Fue en una de esas construcciones-destrucciones que conocí a Lucila Rousset. Realizaba mi servicio social en la Autoridad del Espacio Público (AEP): un organismo gubernamental encargado de adecuar y renovar arquitectónicamente parques, plazas y cruces peatonales para el disfrute de la ciudadanía. Bueno, andábamos gestionando una renovación integral en la Glorieta de Chilpancingo, en la Roma Sur, cuando algunos vecinos se manifestaron molestos por el proyecto.

Se convocó a una reunión urgente. Siete de la tarde, Avenida de los Insurgentes, al sur del metro Chilpancingo. Llegaron alrededor de 50 vecinos; algunos confundidos, enojados y algunos otros dispuestos a acaparar la reunión. Los arquitectos a duras penas podían hablar sobre el proyecto: vialidades, ordenamiento, imagen urbana, movilidad. Los asistentes los interrumpían gritando: “pero por qué quieren hacer el proyecto acá”, “hace 3 años se arregló la Glorieta, ¿por qué volver a hacerlo?”, “sus planos no se entienden”, “pero por qué quieren cerrar esa calle, de por sí esta colonia tiene muchos problemas de tráfico”. Parecía que ambos bandos hablaban en un idioma distinto. Cada cual a sus intereses. Como no se llegó a nada, se convocó a otra reunión. Y luego a otra, y otra.

Lucila Rousset estaba entre los más involucrados. “Ustedes sólo vienen acá, hacen su proyecto y se van, pero no saben cómo funciona la colonia, no conocen nuestros problemas, ni siquiera saben qué fue aquí antes”. Mujer rondando los 60 años. Cabello largo, plateado, recogido en un chongo. Ojos claros que delatan la ascendencia francesa que se adivina en su apellido y un extraño (por no decir exótico) collar de ámbar. Me intrigó lo que decía, así que me acerqué para preguntarle más sobre el pasado de la colonia.

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La primera vez que fui a la Glorieta de Chilpancingo me perdí. Intuí que era cerca del metro Chilpancingo, pero al salir no supe hacia dónde caminar. Le pregunté a un policía y no supo decirme; “¿Glorieta de Chilpancingo?, no… por aquí sólo la Glorieta de Insurgentes”. Caminé sobre Insurgentes hacia el sur y la encontré, es decir, encontré el lugar al que llaman “Glorieta de Chilpancingo” porque la glorieta en efecto, ya no existe. La quitaron cuando extendieron Insurgentes hacia el sur.

Me costó muchísimo trabajo imaginar cómo era la glorieta hasta que Lucila me explicó con ayuda de fotos y dibujos rápidos. Ubicada en el cruce de Insurgentes, Quintana Roo y Chilpancingo, en donde limitan las colonias Roma Sur e Hipódromo-Condesa, la Glorieta de Chilpancingo era una porción de tierra con pasto, palmeras y una fuente de talavera con una escultura femenina al centro.  Ahí era la terminal de tranvías turísticos provenientes de Álvaro Obregón (aún quedan, debajo del pavimento gastado, las vías).

Durante los años setenta, ante el rápido e inmenso crecimiento de la ciudad, se impulsó la política pública de los ejes viales. El plan contemplaba el ensanchamiento de ciertas avenidas para convertirlas en corredores viales propicios para el tránsito vehicular. Así fue como aquella glorieta de la que venimos platicando fue eliminada para permitir que la avenida de los Insurgentes atravesara sin problema alguno.

Para ese entonces Lucila ya había llegado a vivir a la Roma Sur. Tenía veintitantos años y dos hijos pequeños, como ella dice, de “edad de triciclo”. La Glorieta de Chilpancingo era parte de su vida cotidiana; paisaje cercano, lugar de juego de sus hijos, incluso motivo de pinturas del que era su esposo. Por esa razón, el día que vio que estaban destruyendo la glorieta se alarmó e intentó impedirlo. Desesperada, se acostó en la fuente de talavera y les dijo a los trabajadores, que ya tenían las picotas listas: “A ver, levántenme”. Lucila cuenta que en efecto, cuatro hombres la tomaron por cada una de sus extremidades y la depositaron lejos. Su intento fue inútil, la glorieta, como muchos otros patrimonios urbanos, fue destruída. “En ese momento, no sabía que uno tiene que aliarse con los vecinos”.

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Lucila, actual curadora de la Facultad de Arquitectura de la UNAM, sonríe al recordar lo que solía ser la Roma Sur. Yo también sonrío porque la logro imaginar y además porque todo lo que me ha platicado es impresionante. Por ejemplo, cuando presenció la destrucción de muchas casonas afrancesadas de la Roma Norte, en primera fila, en los años ochentas y noventas. “Yo me quedaba ahí esperando, a ver si venían los vecinos a impedirlo”. No pudo “rescatar” esos edificios, pero sí pedazos de ellos. En su casa, Lucila guarda mosaicos, vitrales y piedras que pertenecieron a viejas construcciones que hoy ya no existen. Participó también en la defensa del Edificio Balmori, en 1990 y por largos años se ha enfrentado, junto con sus vecinos, a las obras de extensión del Hospital Dalinde, las cuales afectan estructuralmente a los edificios aledaños.

A propósito de esta compleja lucha, tras el sismo del 19 de septiembre pasado, un muro de este hospital se cayó sobre las casas de al lado, entre ellas la de Lucila. Entre los muchos daños, el más importante es que el techo de un cuarto  se agrietó, está apuntalado,  y aunque la construcción fue declarada parcialmente damnificada, ella espera los dictámenes para poder reconstruir. Es muy importante señalar el peligro latente de estas nuevas y ambiciosas construcciones para las casas antiguas de la Roma.

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La colonia no es la misma y Lucila tampoco sigue siendo la mujer de 19 años, que llegó a vivir a la Roma Sur en los años setenta. Ambas han cambiado con el paso de los años. Mucho se ha destruido, mucho se ha olvidado, pero sigue en pie; la memoria que se niega a desaparecer. Habitar la ciudad es una constante negociación sobre el espacio y sus recursos. En ese estira y afloja, el patrimonio cultural, pensado como aquello que da sentido y permanencia a los vecinos y no sólo como aquello catalogado por el INAH o el INBA, debe estar presente. No se trata de conservar por conservar, se trata de entender el funcionamiento de un espacio a través de las valoraciones que de él tienen quienes lo habitan.

Al final, tanto los vecinos como la Autoridad del Espacio tuvieron que ceder para llegar a un acuerdo. La obra terminó; ambos lados de Insurgentes a la altura de la que fue Glorieta de Chilpancingo son un digno espacio representante de esta CDMX (léase ce/de/eme/equis, no Ciudad de México) moderna, incluyente y global.

Las nuevas generaciones transitarán por ese lugar sin imaginar que antes la glorieta realmente existió, que tenía una fuente, pasto, y que el tranvía pasaba por ahí…. A menos que le pregunten a quienes todavía guardan en su memoria el pasado de una ciudad que parece olvidada.

 

Agradezco a Lucila Rousset por compartir su conocimiento y sentir. También al equipo de la Dirección Ejecutiva de Vinculación y Enlace de la AEP, por el aprendizaje.