Siempre recordaré con asombro la imagen del pequeño, y a la vez, gran lago lleno de lanchas y camiones.
Bety
Todavía es recordado el pasado lacustre de la ahora Ciudad de México. Mucho más en verano, cuando el agua reclama lo que alguna vez le perteneció. Lluvia es sinónimo de caos; el metro se atrofia, falla la luz eléctrica, los autos van más lento, el tráfico incrementa y múltiples inundaciones se reportan a lo largo y ancho de la demarcación.
Es común escuchar historias de aventuras pluviales, pero pocas como la que una compañera de universidad me relató hace tiempo. Bety vive en Ixtapaluca, al oriente del Valle de México. Para llegar a Ciudad Universitaria debe recorrer un trayecto de alrededor de dos horas. Ixtapaluca, La Paz, toda la línea A del metro, Pantitlán línea 9, Centro Médico, Copilco. El regreso, de por sí difícil por las grandes cantidades de personas que regresan a sus hogares, se complica si es acompañado por una tormenta de aquellas que descomponen el orden.
En esta ocasión daré voz a Bety para relatar la vez que, tras la lluvia y de vuelta a casa, tuvo que abordar una lancha para atravesar una inundación en la Calzada Zaragoza. Leámosla, pues.
En este tiempo todavía tenía las dreads (rastas). Fue en segundo semestre… venía de la universidad y ya era bien tarde. Yo iba en combi; la tomé en Boulevard Puerto Aéreo. Cuando llegamos a Agrícola Oriental, vi que estaba un pinche trafical y entonces me bajé y me subí al metro. Estaba bien atascado pero sí avanzó 3 estaciones. Ya en Guelatao se quedó parado. Dijeron que ya estaba todo inundado, que nos bajáramos. Había un buen de gente, parecía peregrinación sobre la Calzada de Zaragoza. Eran las 10 de la noche.
Ahí iba yo también, caminando rápido. De repente un güey (risas) me habló y me dijo: “Hola, qué bonitas dreads” y yo así de “Ahh sí”. “¿Te puedo acompañar?” preguntó. Y ya le dije “Pues sí, vámonos”. Tendría unos 21 años, se llamaba Ricardo e iba para Chimalhuacán. Seguimos caminando. Íbamos contando cosas chistosas, del reggae, las rastas, la mariguana. Era un chico amigable, pero a mí me daba un poco de miedo porque no lo conocía, así que casi no interactuaba con él.
Seguimos caminando sobre la Zaragoza. Vimos que antes de Acatitla ya estaba todo bien inundado; ya no pasaban los carros porque el agua llegaría como a un metro de profundidad. La carretera estaba libre pero inundada. Sólo se podía pasar por la banqueta, aunque un poco más adelante ya de plano no se podía pasar ni por ahí.
Nos asomamos y vimos a los “zorros” de la policía. No sé por qué se les llama así, según son los más especializados. Estaban con sus camiones grandotes, así grandes, con llantotas. Estaban pasando a gente; dejaban que se llenaran sus vehículos y avanzaban a través de la inundación. También tenían lanchas de esas inflables, pero ahí sólo cabían 8 personas. La gente se esperaba a cruzar el charcote o en el camión o en la lancha. La otra opción era atravesar hasta el camellón que está a un costado de donde pasa el metro, para subirse al muro de contención y cruzar por ahí.
Mide como metro y medio de alto, pero como 20cm de ancho, así que solo podía pasar una persona a la vez casi casi como equilibrista (risas).
Le dije a Ricardo que nos fuéramos por el muro de contención. Y ya me ayudó a subir porque yo estaba bien enanita y él sí estaba alto (risas).
Como nosotros, había muchas parejas: lo que hacían los chavos era subir a las chicas, que se fueran por el de contención y ellos se iban por el camellón que estaba entre el metro y el muro y que por cierto estaba todo enlodado. Las tomaban de la mano y así también me fui apoyando del chavo.
Estaba largo el charco, ¿eh? Ahí íbamos caminando y como a la mitad pasó una lancha (risas), una lancha de esas inflables de los zorros. Y todos se querían subir, neta, estaba muy chistoso porque todos se querían subir. Entonces el policía empezó a gritar: “Solo mujeres, solo mujeres, niños y personas de la tercera edad”. Ya estaba muy cerca y había muchas chavas y muchos chavos y yo así ignoré por completo al chavo (risas) y le dije “No, no, ya me voy a pasar”. Porque aparte ya era bien tarde y a mí me iban a regañar. Ya eran como 11:30. Pues ya, acercaron la lancha al muro de contención y me aventé a ella. Luego la volvieron a alejar porque todos se querían subir. Después de un rato la volvieron a acercar. Yo estaba riéndome bien cabrón. Riéndome preocupada. El chavo siguió caminando por el lodo y cuando ya no había espacio se subió al muro de contención. Desde ahí me gritó: “Te veo allá en la orilla, cuando termines de pasar”.
Yo me fui en la lancha. Fueron como unos 6 minutos de viaje lento. Íbamos puras mujeres y uno que otro abuelito (risas); nada más cabían 8 personas. Un poli remaba. Estaba muy divertido, porque veías por el muro de contención un buen de gente parada, los chavos con sus novias, pasando por el lodo… Esa vez no llevaba celular pero hubiera estado muy bonito que grabara. Y la gente ahí esperando al inicio del gran charco, porque no querían cruzar por el agua sucia; tenían que esperar a los carros. Se llenaban, la gente se peleaba por subir, cruzaban el agua, regresaban y otra vez. Igual las lanchas, iban y venían. Fue muy divertido.
Me dejaron en donde terminaba el charco, ahí donde comienza a subir el puente de la autopista a Puebla. Y dije, “bueno pues lo voy a esperar, porque qué mala onda que lo deje”. Sí se tardó porque iban todos lentos. Fue un caos. El punto fue que al final, después de cruzar, todavía la gente seguía peregrinando. No aparecían combis para irse a Ixtapaluca o a Chalco. Ya eran las 12 de la noche y parecían que eran las 9 de tanta gente y tanto movimiento. El chavo se ofreció llevarme hasta mi casa y yo “No, no, no, ahorita aparece una combi” y por buena suerte apareció.
Aunque ya nunca lo volví a ver, lo recuerdo por la unión que se hizo en ese momento y porque me ayudó, sin conocerme. Yo no le brinde mucha apertura pero me ayudó a subir el muro de contención y en todo el proceso nunca me dejó aislada.
La combi la tomé hasta por los bancos de los Reyes. Ahí. No lo podía creer, aún había gente caminado porque en La Paz también se inundó. Todavía cuando bajé de la combi para tomar la otra para subir a mi casa, había mucha gente también, y ya eran como 12:30. Mucha gente, mucha agua.
Esa noche fue genial. Pero, aunque muy divertida, espero que no se repita en mucho tiempo. Siempre recordaré con asombro la imagen del pequeño, y a la vez, gran lago lleno de lanchas y camiones. Cada que paso por ese fragmento de la avenida, una sonrisa en mi rostro delata el recuerdo de una loca aventura.
Mapa interactivo de la travesía