Linus: Creo que es erróneo preocuparse por el día de mañana. Tal vez deberíamos pensar solamente en el día de hoy.

Charlie Brown: No, eso significaría resignación. Espero siempre todavía que el ayer se convierta en algo mejor

 

Voltear la mirada hacia otras temporalidades puede acabar siendo una actividad sumamente nostálgica. Es común que al mirar hacia los periodos brillantes del pasado nos invada una tremenda nostalgia por aquello que ha dejado de ser. En otras ocasiones, la grandeza que imaginamos para las épocas futuras eclipsa nuestro presente y siembra en nosotros una suerte de nostalgia por el futuro, por lo que todavía no es. Para mí, la verdadera nostalgia surge al voltear hacia aquellos futuros que nunca fueron1.

Imaginemos pertenecer a uno de los numerosos grupos de esclavos negros recién traídos a América en el siglo XVI. Provenientes de etnias y regiones africanas distintas, son pocas las cosas que compartimos con otros esclavos, sea quizá la más fuerte de ellas: el anhelo de regresar al hogar. En medio de una tierra extraña, sometidos por una sociedad incomprensible, nuestra utopía no es otra que escapar: atravesar el vasto océano una vez más para reunirnos con los nuestros y con la tierra que amamos. Ese futuro nunca fue.

Ahora pongámonos en los zapatos de un miembro de uno de los grupos de indígenas norteamericanos reducidos y desplazados por el avance de Estados Unidos en el siglo XIX. Acostumbrados a una forma de vida que de repente no puede continuar siendo, esto a causa de la cantidad de hermanos perdidos en las constantes guerras, de la cacería furtiva del bisonte y de la ocupación de las tierras de nuestros ancestros por los estadounidenses. Nuestra utopía consiste en lograr sortear esta era de crisis, detener el avance de los hombres del este y reinstaurar aquella -ahora lejana- época en la que al hombre blanco le éramos indiferentes, en la que la vida la guiaba el Gran Espíritu y podíamos vivir en relativa paz y según nuestras tradiciones. Ese futuro, con fuertes tintes de pasado, nunca fue.

Un último ejemplo. Tomemos el lugar de uno de los militantes de Unidad Popular, Salvador Allende es presidente y estamos construyendo una nación socialista. La utopía está cerca, hemos demostrado al mundo que es posible transitar al socialismo a través de la democracia, qué gran triunfo para la revolución proletaria internacional. Muy pronto las cosas cambiarán, los trabajadores dirigirán el país y los grandes males del estilo de vida capitalista: el hambre, la pobreza, y la desigualdad, desaparecerán. “Venceremos”, Chile será el bastión del socialismo latinoamericano y mundial. Ese futuro nunca fue.

Mirar hacia los futuros no-realizados, hacia las utopías, provoca una enorme nostalgia, pero en esta actividad conseguimos al menos evocarlos, arrebatarlos de las garras del olvido. Reavivamos las esperanzas de los “muertos” y sentimos la necesidad de generar futuro, pero un futuro distinto de aquel cuya llegada habíamos estado esperando tan pasivamente. Un futuro distinto en su nombre y en el nuestro. La nostalgia se convierte en motivación y el pasado en algo mejor. Los muertos pasan a formar parte de nosotros y de nuestros proyectos, y nosotros esperamos que, si llegamos a fracasar, el eco de nuestras esperanzas alcance a los vivos del futuro, para que no se olviden de que al menos lo intentamos.

  1. Este breve texto es en realidad un compacto de una de las más tempranas y más profundas lecciones que tuve a lo largo de la carrera. Aconteció en una de mis asignaturas preferidas, a través de dos figuras: la de un profesor brillante con una enorme calidad humana y la de un texto cuya idea central se volvió una de mis mayores convicciones profesionales. Federico Navarrete, “Introducción a la historia” (asignatura de la licenciatura en Historia, UNAM), agosto a diciembre de 2012. Rüsen, Jörn, “¿Puede mejorar el ayer? Sobre la transformación del pasado en la historia”, en Política, identidad y narración, Gustavo Leyva (coord.), México, UAM-Iztapalapa, 2003.