Primero lo primero. ¿Alguna vez te has detenido a pensar qué significa ser mujer o ser hombre? Pero detenido en serio… ¿No? ¿Por qué? ¿Será que creemos que la configuración de nuestro género es lo más natural y normal del mundo y no necesita cuestionarse?
Te invito a hacer el siguiente ejercicio: Si tú te identificas con la categoría sexual “mujer”, piensa en qué significan las frases: “La verdadera mujer es aquella que…”, “Necesitas ser más femenina” o “Una mujer perfecta no…”. Por otro lado, si tú te identificas con la categoría sexual “hombre” reflexiona qué es lo que significa: “Compórtate como un caballero”, “Un verdadero hombre no…” o “Demuéstranos que eres hombre”.
¿Qué tienen en común estas preguntas? ¿Te diste cuenta? … Si nada te pareció extraño no te preocupes, la idea es que al finalizar este artículo tu reflexión acerca del significado de estas frases se amplié aunque posiblemente te quedes con más dudas; esa también es la intención.
Haciendo género
Antes de los años setenta, las preguntas en torno a los cuerpos y sus diferencias sexuales eran explicadas por medio de los argumentos del esencialismo biológico. Este conjunto de teorías colocaba al orden biológico, compuesto por lo genital, lo cromosómico y lo hormonal, como la esencia natural constitutiva de los hombres y las mujeres. Sin embargo, lo que este paradigma no permitía explicar era la razón de la desigualdad social que se materializaba en las vidas de las mujeres con respecto de los hombres.
Fue así como un grupo de feministas académicas anglosajonas, en el periodo histórico conocido como la segunda ola del feminismo,1 impulsaron el uso político de la categoría género para hacer visible que no sólo se trataba de diferencias en los cuerpos, sino de una serie de significados culturales específicos que se construían en torno a estas diferencias. De esta manera, se comienza a utilizar género como categoría que visibiliza “la construcción cultural de la diferencia sexual”.2
Para la disciplina antropológica, la cultura se configura dentro de una lógica simbólica constituida en parejas o dicotomías. En este marco, es posible entender al género como una pareja simbólica conformada por lo masculino como categoría central y lo femenino como categoría límite. Este ordenamiento le otorga un carácter relacional al género, lo que impide entender lo masculino sin entender lo femenino y viceversa. Además, hace posible dar cuenta que la forma en la que ambos elementos operan no es simétrica y por lo tanto no tienen ni tendrán el mismo valor. Así, lo masculino se configurará como todo aquello que no es femenino y lo femenino siempre se encontrará subordinado a lo masculino.3
La comprensión en términos antropológicos del género, nos ayuda a entenderlo como un ordenador primario, ya que es posible atribuirle posiciones de género masculinas o femeninas a otras parejas simbólicas con las que construimos la realidad como: cultura/naturaleza, público/ privado, orden/caos, fuerza/debilidad, luz/oscuridad, alto/bajo, arriba/abajo, razón/locura. En esta configuración “los hombres serán aquellos que actúen los significados de lo masculino (la razón, el orden, la fuerza) y las mujeres aquellas actúen los significados de lo femenino (la debilidad, la locura y lo natural)”.4
En este sentido, podemos observar “como el orden social funciona como una inmensa máquina simbólica que tiende a ratificar la dominación masculina en que se apoyarán prácticas como la división sexual del trabajo, la estructura del espacio o la propia estructura del tiempo”.5 Ahora bien, entendiendo la estructuración del orden social de dominación ¿será posible lograr su transformación? Antes de aproximarnos a una respuesta, es necesario entender la forma en la que este sistema funciona.
La clave está en observar de manera crítica cómo se constituyen y reproducen las diferencias creadas entre hombres y mujeres; el género. En este sentido, las teóricas y teóricos del género comienzan a cuestionarse cómo es que “se hace el género”, logrando visibilizar que el hacer género es una práctica emprendida día con día por hombres y mujeres, quienes actuamos, aprendemos, producimos, evaluamos y somos evaluados por un modelo de diferencias basados sobre “la naturaleza” de lo femenino y lo masculino.6
Sin duda, los parámetros culturales de lo que significa ser mujer y ser hombre varían dependiendo las sociedades de las que hablamos. No obstante, la diferencia entre lo femenino y lo masculino está siempre presente. Es así como el ser mujer y ser hombre siempre se encontrará bajo el escrutinio de “lo verdadero”, “la demostración”, “la esencia” o los “comportamientos definidos” y aquí no sólo hablamos de prácticas, sino también de lo que está permitido sentir y desear.
Si bien parte de la transformación es llegar a ser y críticos y “autoconscientes con el género”7 es indispensable no olvidar que, el orden social de relaciones de poder -dominación y subordinación- se encuentra constituido en instituciones, normas y dispositivos que día con día generan desigualdad y violencia. Ante esta realidad, son necesarias e indispensables propuestas políticas como los feminismos, que buscan cuestionar este orden ¿para instaurar ahora la dominación femenina? ¡Imposible!
Finalmente, los invito a continuar estas reflexiones en el siguiente artículo, ya que se hace necesario hablar sobre los procesos subjetivos como la identidad de género, además de la diferencia entre sexo y categoría sexual, lo cual nos ayudará a comprender por qué es equivocado afirmar que “todos los hombres tienen pene” o “todas las mujeres tienen vulva”.
Referencias:
1. Para profundizar sobre el significado histórico de este periodo, consultar el artículo de “Historia de las mujeres” de José Humberto García Cervantes, publicado en este número de Revista Baladí.
2. Lamas, Marta (Compiladora), El género. La construcción cultural de la diferencia sexual, PUEG- UNAM, México, 2000.
3. Serret, Estela “Hacia una redefinición de las identidades de género” en Revista GénEros, 2006, p.76
4. Ibidem, p. 82
5. Bourdieu, Pierre, La dominación masculina, Anagrama, Barcelona, 2000, p. 22
6. Candace West y Don. H, “Haciendo Género”, en Navarro, Marysa y Stimpson Catherine (compiladoras), Sexualidad, género y roles sexuales, FCE, 1990.
7. Propuesta de Teresa de Lauretis en “Tecnologías del género”, 1987.