La ciudad es la realización de un viejo sueño humano: el laberinto
Walter Benjamin
Ocho de la mañana; el metro está a reventar. Llega el convoy al andén y abre las puertas…nadie baja. Pareciera que no cabe ni un alma más pero, sorpresivamente, se logran colar tres cuerpos humanos. Cierra las puertas, tarda un poco, aplasta a algunas personas que se debaten entre afuera y adentro. Listo. Se reanuda la marcha.
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Doce del día. Salgo de mi casa con dirección al mercado. El viento de febrero lo mueve todo: los árboles, las faldas de las señoras, la basura tirada en la calle…hasta la contaminación que ahoga la ciudad. Miro el horizonte, por fin despejado, ¿dónde está esa nube gris que usualmente opaca el azul del cielo? En su lugar se miran los cerros que nos rodean (El Chiquihuite con sus antenas, el Ajusco, la Sierra de Guadalupe y al oriente, mágicos y pacientes, los volcanes). La región más transparente del aire. Tengo muchas ganas de volar un papalote, pero recuerdo que la última vez, al intentarlo, éste se enredó en los cables de luz.
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Once de la noche. El camino de Bellas Artes a Garibaldi es…alucinante. Lo sigo con una mezcla de miedo, curiosidad y emoción. Los viejos edificios del Eje Central son iluminados por los negocios de fritangas y pareciera que en cada puerta se vislumbra la decadencia de un sábado a media noche. Al fin llego a la plaza. Mariachis, música, grupos de personas cantando, alcohol, niños pidiendo dinero, luces, un gringo en short; mezcla de miseria y un atractivo para el turismo internacional. Las dos caras del Centro Histórico conviviendo en un mismo lugar.
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Difícil tarea es definir aquello que llamamos cotidianamente como ciudad. Podemos acudir a la sociología, la geografía y al urbanismo para intentar delinear el espacio que habitamos, padecemos y disfrutamos. Pero ¿y si intentáramos definirla en nuestras propias palabras?
Desde hace unos cuantos años, hablar sobre la ciudad está de moda. De pronto existe interés por nombrarla, cuestionarla, estudiarla y, lo más importante: aprovecharla (especialmente en la dimensión económica). Es muy interesante, por ejemplo, ver los contenidos turísticos que la Ciudad de México ofrece a sus visitantes. Pintan una ciudad bella, de primer mundo, abierta y cosmopolita (Polanco, Coyoacán, el primer cuadro del Centro Histórico, San Ángel, la Condesa). ¿Y las otras caras de la urbe?
En esta sección se escribirá sobre esos otros lugares y prácticas urbanas que no son protagónicas en el imaginario colectivo (y que si lo son, lo son de forma negativa). Se trata de una apuesta por crear nuevas narrativas urbanas, por revalorar este laberinto en el que (a veces pareciera) estamos encerrados. Somos pata de perro porque nos encanta caminar la ciudad con los ojos abiertos, porque andamos de un lado a otro conociendo calles, historias, personajes, edificios viejos, y otras cosas baladíes que nos nutren y nos hacen sentir orgullosos de aceptarnos chilangos.