Mientras que alguna productora internacional se pone las pilas y decide llevar algunas de estas historias a la plataforma de streaming más popular; he aquí un modesto ejercicio de revaloración, memoria y conmemoración de mujeres que aunque vivieron en una época en la que nacer mujer era sinónimo de sumisión y de condena; supieron salirse con la suya y vivir lejos de las convenciones sociales y de lo que la gente quería para ellas.
Este es un vistazo a la historia que se escribe con minúsculas y pasa desapercibida en los libros de Historia y en los grandes museos. Es una puesta en papel de la vida de algunas mujeres cuyos rostros bien podrían estar impresos en algún billete de alta denominación o en la sala principal del Louvre, han vivido prácticamente en el más denigrante anonimato para el público en general, para los historiadores y los críticos.
Este es el primer relato de una de ellas:
I. Aliénor de Aquitania: la dueña de la mesa redonda
O Leonor, o Eleanor como se le conoce en español y en inglés, respectivamente. De seguro es conocida por ser la madre de Ricardo Corazón de León, quien a su vez es conocido por ser el rey de las películas y todo lo demás relacionado con Robin Hood.
Para centrarnos en Aliénor, es necesario ubicarnos en la Francia medieval. Nada de croissants ni de torre Eiffel. Esta es la Francia que aún no está unificada, en la que las actuales regiones francesas eran reinos o ducados independientes. Doña Aliénor nace en lo que ahora es el sur del país, cerca de la ciudad de Burdeos, por allá del año 1123. Aliénor se casó poco después de la muerte de su padre, con el hombre que él había acordado para ella, el futuro Luis VII de Francia, cuando ella tenía 15 años y el 17. Un par de meses después de la boda, y tras el fallecimiento de Luis VI, se convirtieron mucho antes de lo planeado en rey de Francia, y ella, en reina consorte.
Dicen las malas lenguas, que Luis tenía más vocación de ser monje, que de ser rey, cosa que no sorprende porque nunca fue educado para serlo, debido a que su hermano mayor, Felipe, falleció al caerse de un caballo. Dicen que la devoción de Luis llegaba a tales extremos que para tener relaciones sexuales, primero tenía que rezar, y pedir perdón a dios por lo que estaba a punto de cometer. Estos son meros chismes de lavadero, pero si nos remitimos a los hechos cuantitativos, los datos concuerdan: los reyes solo tuvieron dos hijas. La primera, Marie, nació ochos años después del matrimonio, y la segunda, Alix, cinco años después.
En medio del nacimiento de las dos hijas, se encuentra la Segunda Cruzada, un evento bélico justificado con fines religiosos (muy originales) y fomentado por el mismo papa, en el que convocaba a las monarquías más importantes de Europa a partir hacia tierra santa, con el objetivo de quitársela a los musulmanes; aunque cada rey interpretó los deseos del papa para usarlos en beneficio propio, ya sea que vieran la cruzada con fines políticos y expansionistas o meramente religiosos.
La monarquía francesa fue de las que tomó una participación más activa; Aliénor insistió en acompañar a su marido, junto con otro grupo de mujeres, formando toda una caravana. Aparte de las vicisitudes propias del viaje, el matrimonio sufrió un distanciamiento, dicen que en parte provocado por la sospechosa relación que Aliénor tenía con su tío Raymond de Poitiers. Los reyes emprendieron el camino de regreso desde Turquía en barco y por separado; hasta que al hacer una escala en Roma, el mismísimo papa hizo un esfuerzo por reconciliarlos. Unos meses después nació su segunda hija, Alix, en 1150. Sin embargo, no duró mucho tiempo la alegría conyugal, y Aliénor decidió pedir al vaticano la anulación de su matrimonio, objetando el parentesco con su esposo, del cual todo mundo ya estaba enterado.
Dos meses después de obtener la anulación de su matrimonio, se casó con Henry Plantagenêt, un hombre diez años más joven que ella, y con el que tenía una relación de parentesco aún más próxima que con Luis. El matrimonio tuvo ochos hijos, la mayoría de ellos llegó a la edad adulta, toda una proeza para la edad media.
Dos años después de su matrimonio, Henry fue coronado rey de Inglaterra; Aliénor estaba lejos de ser la típica reina que se limitaba con ser bonita y dar herederos varones al trono pues gobernó codo a codo con Henry, quien le delegó lo que no podía hacer él. A ella le sirvieron los años de experiencia que tenía siendo reina, Henry le tenía plena confianza. Sin embargo con el transcurso de los años, las cosas estaban lejos de ser tan de color de rosa: los múltiples amoríos de Henry y su terquedad a no cederle el trono a su promogénito cansaon a Aliénor. Henry hizo lo posible por mantenerla alejada de las decisiones de su gobierno y por su parte Aliénor convenció a sus hijos para que emprendieran un golpe de Estado y así poder destituirlo. El golpe había sido apoyado por su ex esposo, Luis VII y por el rey de Escocia. Henry no se dejó ganar la batalla tan fácil, y la que peor quedó parada fue Aliénor, quien vivió encerrada bajo las órdenes de Henry, durante quince años, hasta que fue liberada el día que él murió
Vale la pena recordar que en la edad media, tener 40 años era el equivalente a tener 80 años en la actualidad, y eso si tenían suerte, si no habían muerto ya de una gripe o de gangrena. A los cuarenta, las personas sabían que sus días ya estaban contados.
Sin embargo, esto no fue ningún problema para Aliénor, quien dio a luz a su último hijo, bien pasados sus 40’s. Sobrevivió a la muerte de Henry, y fue su hijo Ricardo Corazón de León, el que la liberó de su cautiverio. Tenía 66 años aproximadamente, y la energía suficiente para gobernar todavía un par de años, mientras Ricardo emprendió un viaje al oriente como parte de la Tercera Cruzada.
Aliénor fue sobre todo una viajera experimentada: de Francia a Constantinopla para la Segunda Cruzada, y en su vejez de Inglaterra a Austria para buscar y liberar a Ricardo; más tarde a Sicilia para reencontrarse con su hija Jeanne y a Castilla para traer de entre sus nietas a la futura reina de Francia. A lo largo de sus más de ochenta años de vida, le tocó ver morir a ocho de sus once hijxs. Después de la muerte de Ricardo, causada por una herida de guerra mal atendida, se decidió a retirarse a una abadía a pasar los últimos cuatro años de su vida en relativa tranquilidad monasterial, desde donde tuvo el suficiente vigor octagenario para estar al pendiente de su descendencia y de los asuntos políticos. Murió a los 82 años.
Aunque es medianamente conocida en Europa, ha tenido diversas apariciones en películas, libros y hasta en videojuegos, y es incluso nombrada por algunos historiadores como la bisabuela de las monarquías por su rebeldía y determinación; vale la pena sacar a relucir una vez más su historia de vida. Supo vivir y hacerse un lugar en un mundo gobernado por y para hombres sin dar nunca su brazo a torcer y tratando siempre de conseguir sus propósitos.
Reina de dos naciones, hija, esposa, madre, pero sobre todo guerrera interminable cuya vida ha quedado medio enterrada de entre todo el bombardeo iconográfico de la edad media, de las leyendas del rey Arturo, de las guerras y los castillos de piedra, en las que las mujeres eran meras damiselas en apuros y objeto de transacción comercial. Menos mal que eso se quedó en la edad media, ¿o no?