A veces sucede que la felicidad está enfrente de ti y no la ves
Texto y fotografías: María Lachino
En estos tiempos de pandemia decidí escribir mi historia, ésta, lamentablemente, puede parecerse a cualquiera que hayas escuchado o visto, e incluso, podrías llegar a identificarte tú mismo con ella. Al principio crees que no puede pasarte porque llevas una vida sana; haces ejercicio, comes saludablemente, te proteges, usas cubrebocas y evitas salir de casa salvo por aquellas ocasiones en las que debes ir a tu trabajo, pero las circunstancias no siempre están a tu favor.
Hace un mes me diagnosticaron SarsCov2 (COVID-19), no sólo a mí, sino a varios integrantes de mi familia. Evidentemente, mi salud empeoró de un momento a otro y desde el primer día que inicié con los síntomas; mi cuerpo se tornó diferente, no me reconocía. Había perdido las fuerzas, la noción del tiempo, el gusto, el olfato, tuve diarrea, náuseas y una fuerte opresión en el pecho.
Pensé muchas veces que iba morir, sentía la muerte acercándose a mi vida y a mi familia. Las noches eran infernales, sentía que no podía respirar, mi corazón latía cada vez más fuerte y con gran intensidad, porque también, en la acera de enfrente, se encontraba mi madre en su habitación, el virus había penetrado nuestros cuerpos. Ella, sin esperanzas de vida y conectada a un tanque de oxígeno y yo, intentando sobrevivir. Mi cuerpo no estaba preparado emocionalmente para dos muertes: la mía y la de mi madre. Todo se veía gris y oscuro.
Iban pasando los días y todos nos preparábamos para lo peor, supuestamente teníamos las condiciones para que mi madre se recuperara en casa, pero a todas luces, sabíamos que en cualquier momento, deberíamos llevarla a un hospital. En el estado en que me encontraba no podía tomar una decisión y no me entraba en la cabeza cargar toda mi vida con una decisión que tendría consecuencias de vida o muerte para ella. ¿Qué debía hacer? ¿Llevarla a un hospital con las probabilidades de que fuese entubada o aceptar la decisión de ella, morir en casa? En estas circunstancias todo figuraba lúgubre y tétrico.
Creo que en la vida nos enfrentamos muchas veces a decisiones que no son fáciles. Sin embargo, la vida te prepara para asumirlas, enfrentarlas, darles la vuelta o simplemente, no hacer nada. En fin… los días transcurrieron en un “abrir y cerrar” de ojos, cuando menos pensé, ya habían pasado dos semanas. No estaba del “todo bien”, pero tenía un poco de fuerzas como para intentar cuidar a mi madre. Para mí, ya había sucedido lo peor y agradecía estar viva.
El primer día que pude levantarme de la cama, me acerqué a ella y le pregunté: “Mamá, ¿sabes?, es horrible saber que en cualquier momento puedes morirte, sentía que me moría, no reconozco mi cuerpo, no es el mío, pero, quiero preguntarte si aún tú, ¿quieres vivir, quieres estar con nosotros, tienes ganas aún de estar con tu familia? No puedo responder por ti, sé que la vida es dura, tienes un camino recorrido, eres grande y seguramente estás agotada. Mamá, a diferencia de mí, tienes hijos, estuviste con mi papá muchos años y si quieres partir, lo voy a entender”. ¿Saben, qué me dijo? “Sí, quiero seguir viviendo, si es necesario llévenme a un hospital y lo que sea que suene de una vez”.
Desde ese día las cosas cambiaron en casa, asumí el rol de cuidar a mi madre, junto con mis tías y hermana. Todas cooperaron para hacer todo lo posible para que mi mamá siguiera con vida y enfrentar la batalla juntas. Me gustaría compartir con ustedes más detalles, no obstante, sólo me resta decirles que mi alma y corazón se fueron llenando de alegría, luz, fe y esperanza, porque ambas sanaríamos a través del amor.
A veces sucede que la felicidad está enfrente de ti y no la ves, crees que necesitas una pareja para ser feliz, abrazos, besos, salidas con amigos, comidas con la familia, viajes y un largo etcétera. En estos momentos de contingencia sanitaria y de enfrentarme a mi destino, las cosas se me presentaron así, “ver lo visible ante lo invisible”. Hoy reafirmo más que nunca, que mi madre es y será la única persona que me hace feliz y nunca me di cuenta, ¿saben por qué? Porque estaba obsesionada en encontrar una pareja que lo hiciera, me perdí y perdí a mi familia por intentar adquirir algo que tenía en casa: comprensión, amor, lealtad, solidaridad y paz, es decir, todos esos conceptos abstractos, me permiten entender, el valor de lo intangible en tiempos de pandemia.
Al escribir estas líneas, lloro y lo hago para vaciar mi alma del dolor y volver a llenarla de amor, tranquilidad y esperanza. Siempre me dijeron que las mujeres no debían llorar porque las hacía débiles, pero llorar me hace más fuerte, porque también se puede llorar de alegría; de seguir aquí en la tierra y decidir continuar mi vida al lado de mi madre.
María Lachino es locutora del Programa Voz En Alto Radio en la sección de política, asesora política y activista social. Fue asesora en la Comisión de Pueblos y Barrios Originarios y Comunidades Indígenas de la Asamblea Constituyente en la Ciudad de México, Directora Nacional del Observatorio de Inclusión Indígena y relatora en el Foro de consulta con las organizaciones de la Sociedad Civil en preparación del informe XVIII-XXI de México sobre el cumplimiento de la Convención para la Eliminación de la Discriminación Racial en la Secretaría de Relaciones Exteriores.
Actualmente es consultora externa en procesos educativos comunitarios, bibliotecóloga y posee una especialidad en Análisis Político en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.