Texto: Carmen Correa Román

Se acerca el 12 de diciembre, día en que recordamos a la Morenita del Tepeyac, gracias a la conmemoración de la célebre aparición de la Virgen de Guadalupe al indígena “Juan Diego Cuauhtlatoatzin”, un día como estos del año 1531.

Canonizado por la Iglesia católica en 2002, Juan Diego fue el encomendado para transmitir el mensaje de esperanza de la Virgen de Cuatlashupe y construir un templo, hechos que conocemos a través de la compilación de los relatos históricos sobre las apariciones marianas plasmadas en el Nican Mopohua.[1]

Este año la vida ha dado un giro de 180 grados y las expresiones de la devoción no son la excepción. La pandemia por covid-19 ha permitido desnudar ciertas violencias hacia la comunidad guadalupana que ya existían pero no eran tan evidentes.

En el imaginario social se piensa a la devoción Guadalupana de maneras muy simplistas; desde la población que no tiene ninguna opinión en particular pero puede compartir un meme burlándose de la comunidad peregrina, gente que detesta profundamente cualquier tipo de expresión religiosa tachando a los peregrinos de animales ignorantes y fanáticos y por otro lado, existe la visión romántica y moralina que propaga eventos mediáticos como “Las Mañanitas a La Guadalupana” cantadas por personajes de la farándula quienes únicamente muestran su supuesta devoción en vísperas de esta celebración.

De mi corta vida, 10 años los he vivido en una colonia circundante al cerro del Tepeyac (la Valle del Tepeyac), esto me ha dado la oportunidad de presenciar las peregrinaciones decembrinas a la Virgen de Guadalupe.

Los preparativos siempre implican mucho entusiasmo, para gran parte de vecinas y vecinos que viven cerca de la Basílica es una temporada fuerte de trabajo e ingresos. Hay para quienes significa un momento de encuentro con otras personas que comparten la misma devoción. Otras personas apoyan de corazón a los peregrinos regalándoles una bebida caliente, un sandwich, un juguito o hasta taquitos al pastor: celebran la devoción tan pulcra que implica llegar cada año a una tempestuosa ciudad con inmensos sacrificios. Sin embargo, esta práctica realizada con una ausencia de conciencia ambiental genera una cantidad abrumante de basura desechable, hecho que ha sido motor de fuertes críticas hacia el movimiento guadalupano por parte de otro sector de la población circundante más privilegiado que se dedica a encerrase y evadir lo más posible el área “conflictiva”.

Este año la tradicional crítica que recibe la comunidad peregrina ha subido de tono derivado a las condiciones de salubridad que atraviesa el mundo entero, dado que existe el riesgo constante de un fuerte foco de infección en cualquier tipo de aglomeración masiva. Es interesante recalcar que los argumentos que subyacen a estas preocupaciones abiertamente expresadas por vecinas, vecinos y población en general van desde la desesperación, al supuesto temor de incumplir las medidas de seguridad y protocolos de sanidad.

Cualquier ciudadano puede tener una reunión de cumpleaños clandestina y no pasa a mayores, pero en este caso se trata de gente peregrina, gente “ignorante”, “terca”, “iletrada”, “no civilizada”, calificativos que develan un profundo racismo y clasismo, parte de una violencia simbólica[2] y odio sistemático[3] hacia la comunidad peregrina que en realidad existe, en un sector social un tanto privilegiado, desde antes que conociéramos la Covid-19.

La composición geográfica también es clave en la discusión, ya que el cerro del Tepeyac al ser el lugar elegido por la Virgen de Guadalupe tal como se menciona en el Nican Mopohua, ganó popularidad y se convirtió en el centro de la Alcaldía del norte de la CDMX, Gustavo A. Madero, ubicación que literalmente delimita una frontera social, económica y geográfica. Del lado oriente hacia Martín Carrera se ubica la clase trabajadora y popular, del lado poniente hacia Lindavista se ubica la clase media acomodada, donde quedan resquicios de una zona considerada como uno de los mejores lugares para vivir en la Ciudad de México, según la fama de los años 70´s y 80´s.

Según los medios hegemónicos, ya sean los noticieros, sketches, comentarios en grupos vecinales, etc., la devoción estereotipada alude a una identidad tradicional rural, quizá hablante de una lengua originaria, sin estudios ni preparación alguna, que por tal año consecutivo sacrifica sus centavos para atravesar largas distancias arrodillada cargando con orgullo el estandarte de la Virgen de Guadalupe. La reina de los oprimidos, de los marginados, mujer morena como los mexicanos, quien, habiendo miles de fieles devotos, eligió al indio Juan Diego para ser portador de la noticia que inauguraría la devoción guadalupana al construir un templo inédito en el cerro del Tepeyac. Ella, la mujer que se fija en la gente humilde y la guarda en su corazón con ternura radical.

Ésta no es la única forma de vivir la devoción guadalupana: el paradigma es mucho más amplio. El mensaje de amor que irradia la Virgen de Guadalupe es para todo aquel que comprenda el valor del mensaje que proclama la alegría que conlleva una vida sencilla y procurar un corazón humilde, en consonancia al célebre evangelio que anuncia que “los últimos serán los primeros en el reino de los cielos”.

Para mí, contemplar el fuerte impacto que ha tenido la figura de la Virgen de Guadalupe en miles de personas provenientes de miles de rincones del mundo es motivo de admiración, búsqueda y anhelo. En el lenguaje guadalupano persiste un orgullo: el sentido de la expresión de una fe pública y entusiasta que resiste a pesar de cualquier quiebre, y un sentido de pertenencia que brinda identidad a muchas personas que por diversas razones encuentran en la Virgen un refugio inigualable.

Volviendo al contexto pandémico considero pertinente cuestionarnos qué significa para la comunidad peregrina que las puertas de la Basílica permanezcan cerradas este 11 y 12 de diciembre derivado de la situación sanitaria por la Covid 19.

A pesar de que se nos enseña en el catecismo que las figuras de divinidad rompen las barreras espaciales y pueden oírnos en cualquier momento, el hecho de acudir puntualmente al templo, significa reconocer un acontecimiento importante. La comunidad guadalupana es muestra de ello, de cómo una comunidad cobra valor en la suma de sus esfuerzos  y en el encuentro físico y no en la soledad de la conciencia individual. Como refiere el anteriormente mencionado Nican Mopohua, el sentido de un templo es justamente reunirse para que la Virgencita pueda oír, remediar y curar todos los lamentos, miserias, penas y dolores del pueblo, un espacio de encuentro que no sólo es social sino también político. 

El cierre de puertas puede significar un riesgo para alguna promesa o voto de fe, ya que la mayoría de los peregrinos llevan un minucioso historial, incluso generacional, de asistir cada año consecutivamente al templo con unas caravanas impresionantes. Podríamos aventurar que los votos se alimentan de enfrentar adversidades y que esto le da más méritos a la fe, por lo que, a pesar de que el gobierno de la CDMX ya anunció que las puertas de la Basílica estarán cerradas, no nos sorprendería que aun así la Morenita reciba visitantes aunque sea por afuerita y procurando, o no, la salud colectiva.

Rendirle culto a la Virgen de Guadalupe significa manifestar la presencia de una fe en resistencia. Por sí misma una peregrinación puede personificar todo un lenguaje lleno de simbolismos, el camino hacia el templo es una travesía que encarna un misterio único de purificación y contención. Es un momento para meditar el sacrificio de amor y el compromiso con su devoción, que inspira a miles de mexicanos. 

Es inútil mirar a la devoción guadalupana desde un ojo frío, objetivo y calculador porque no corresponde al sentir colectivo que se comprende a partir de la necesidad y la vulneración. La Virgen de Guadalupe es símbolo de resistencia y rebeldía de los pueblos, en tanto se muestra partidaria perpetua de quienes soportan el dolor de la opresión y miseria, así como una vez fue ella misma la quien lloró incansablemente por una pérdida inaudita. También en ella se encuentra el reflejo de la fortaleza necesaria para seguir luchando por una vida digna.

La evocación de una fe tan antigua como resiliente refiere a la fortaleza de un mensaje que traspasa las fronteras del tiempo y las dificultades que le corresponden a cada contexto. Conocer la historia de la Virgen de Guadalupe y escuchar los testimonios de la gente peregrina nos invita a acercarnos a la fe, no desde el juicio que violenta, sino desde la escucha y el respeto de toda decisión de fe, porque las personas creyentes también son sujetos con agencia que deciden y accionan desde sus respectivos espacios y organizaciones religiosas.

[1] Nican Mopohua, o literalmente “aquí  se dijo” escrito originalmente en lengua náhuatl.

Schalkwijk, B., León, P. M., & Valeriano, A. (2005). Nican mopohua. México, D.F: Lindero Ediciones.

[2] Violencia simbólica: es la violencia que se ubica en el plano de lo no visible, o no tan evidente porque no es violencia física. Se manifiesta en los discursos, las representaciones y las maneras de referirse a la comunidad peregrina.

[3] Odio sistemático: no es una expresión inocente o arbitraria sino que proviene de una voz social común que legitima y reproduce las estructuras e imaginarios sociales.

 

Fotografías: Carmen Correa, Susana Colin y Wikimedia.

Carmen Correa Román
Católica disidente, feminista gracias a mis antepasadas, devota de la vida.
Lucho acompañada de otras mujeres por redescubrir-nos el camino de la devoción y descubrir otras formas de tener fe.
Estudié Desarrollo y Gestión Interculturales, donde me especialicé en la mediación social. Amo mucho a mi perrita, chichiton.