En México tenemos una cultura oral del relato sobrenatural increíblemente rica que va desde apariciones, duendes, demonios y otras cosas que sobrepasan la común y acostumbrada realidad. 

Aunque a veces tratamos de darle una explicación lógica estos sucesos, muchos de ellos no los llegaremos a comprender. Lo que sí podemos hacer es contarlos, advertir a quienes nos rodean. 

Así que ponte cómodo o cómoda, apaga la luz y continúa leyendo estas historias que nos compartieron personas amigas y lectoras de Revista Baladí.

Brenda Martínez

Los duendes del sótano 

Cuando tenía 7 años mis hermanos y yo íbamos a jugar al sótano que hay bajo los terrenos de la casa de mis padres (es un abismo natural formado por la erosión de agua), en medio de la Sierra Mazateca, en Oaxaca, pero muchos dicen que es la boca del infierno.

“No molesten a los duendes cuando vayan para allá”, nos advertía mi mamá. Ella decía que si los molestamos nos harían maldades. Nosotros a veces íbamos a diferentes horas pero al mediodía siempre salía un olor a azufre muy fuerte y se oían ruidos como si hubiera gente moviendo cacerolas, trastes o agua. Mi mamá decía que era porque a esa hora estaban comiendo. Así que nosotros por no tener nada que hacer aventábamos piedras y se escuchaban como cristales tronando o metal siendo golpeado.

La única que llegó a verlos fue una de mis hermanas y dijo que eran hombres muy pequeños muy blancos. Y otras personas descubrieron en algunas otras cuevas del pueblo, que estas estaban acondicionadas como si fueran departamentos pero miniatura.

-Margarita

Este no es el charro negro, “aquel” como le dicen al ángel caído, ni tampoco un fantasma… o no lo sé. 

Era una tarde calurosa, todos en Sabacché, la comunidad Maya donde yo vivía, salían a refrescarse. Las gemelas de 11 años, nietas de mis padres adoptivos durante la temporada que anduve por allá, me animaron a ir al cenote, por ahora olvidé el nombre Maya, pero recuerdo que hacía alusión a la Cueva de un Mono. 

Era un cenote de caverna, con tonalidades de azul que van del turquesa al azul profundo. 

Después de una caminata terminé cansada y acalorada pero estaba feliz y me sentí libre de aventarme al agua. Nadé hasta la roca que debajo tenía la caverna, eran pocos metros pero me parecieron muchísimos, sentí una fuerza jalándome hacia el fondo, algo que no me dejaba avanzar a la velocidad que deseaba, me desesperé e intenté nadar más rápido pero mi esfuerzo no rendía frutos. Hasta que por fin toqué la roca y me senté sobre ella un poco lejos del agua.

Desconcertada y atemorizada guardé silencio, los gritos de las niñas se escuchaban a lo lejos, como en otro lugar, discutían sobre quién se lanzaría primero, haciéndome segunda. Entre sus risas y mis tribulaciones por lo que acababa de pasar, hubo silencio y el agua se aquietó. Comenzó a sonar un caracol, fuerte, casi estruendoso, el agua lo sintió y vimos el sonido hecho ola sobre la superficie azul del cenote.

Nos miramos en silencio y tratamos de descubrir todas lo habíamos visto y escuchado lo mismo. Efectivamente todas fuimos testigos del mismo suceso. 

Cuando el agua volvió a su estado natural, una fuerza indescriptible se apoderó de mí, sentí una necesidad inmensa de aventarme al agua, de saber qué había más allá de lo que mis ojos podían ver, más allá de la transparencia, quería abandonarme a la profundidad; mientras esas sensaciones se hacían más fuertes un rostro bajo el agua se hizo nítido, todavía hoy, no sé si sus ojos eran azules o era el azul profundo del líquido vital pero me miraban fijamente, parecía buscar una respuesta, seguro vio mis dudas. Su cabello era negro ensortijado, bajo el agua parecía sedoso y con bucles perfectos. Seducida por la intriga poco a poco me acerqué a la orilla de la roca, me quería tocar ese rostro, intentaba saber “qué se sentiría llegar al fondo, cómo sería”, traté de imaginar en mi cuerpo, mi mente y mi alma, la tranquilidad y apacibilidad del fondo.

Nalle, Nalle, Naaaaalleeee… decían las niñas pero sólo escuché el último grito, fue tan fuerte que me sacó de mis tribulaciones. Volví a sentir el miedo, aún así me lancé al agua. No quería sentirme seducida por conocer más allá de la imagen que miré. Se borró esa persona y sus ojos expectantes, me apresuré a llegar al otro lado, luché contra la fuerza que me orilló a la oscura transparencia, quería llorar. 

A lado de las niñas Pech, me sentí tranquila, me contaron sobre los gritos a los que no respondí, por eso supe que fueron dos antes de volver en mí. 

Cuando llegamos a casa. Las gemelas le contaron a Doña Alicia, su abuela, lo que había pasado, unos minutos antes. Me interrogó y fue puntual con la pregunta “ ¿cómo es la persona que viste?”. Más tarde su esposo me hizo el mismo interrogatorio, luego sus hijas y así, hasta que 40 personas de la comunidad conocieron el hecho. 

Eran las 20:00 hrs cuando llegó la fiebre, no pude dormir, mi mamá adoptiva pasaba trapos frescos sobre mi frente, hasta que por fin cedió la temperatura y me dejó descansar. 

A la mañana siguiente la fiebre sólo era un recuerdo, el desayuno fue un regaño por “andar inquietando al Señor del Cenote”. A esa hora de la mañana supe que tres personas más de la comunidad en diferentes generaciones habían visto a la misma figura bajo el agua, era la primera vez que a alguien que no era de la comunidad le sucedía. Era la primera vez que me enteraba de eso. 

“Es una suerte, muchacha, la suerte siempre va a estar contigo, el caracol te va a acompañar, el señor te quiso conocer y tú vas a contar de él”- me dijo Don Vicente Ramírez. 

Y así, estuve a punto de conocer el Xibalbá, el lugar de los muertos, lugar que tiene como puerta los cenotes. Lugar que es principio y es fin. También fue la última vez que nadé en un cenote de esa comunidad, Doña Alicia me sentenció- “ No vas a volver a meterte, porque si te pasa algo qué cuentas le voy a entregar a tu mamá”.

-Nalleli Romero

Varios familiares que fallecieron se me han aparecido en sueños y me dicen cosas que se hacen realidad.

Un tío que falleció me dijo que si no dejo de fumar moriré a los 35. Eso me motivó ir al médico para recibir la noticia que si no lo dejaba podría desarrollar EPOC.

En otra ocasión mi abuelo me comentó en un sueño que mi familia tenía una maldición debido a que él practicó magia negra, y que debería contactar a un mago para que me ayudara a salvarla. Mi mamá me contó unos días después (y de eso no sabía nada) que mi abuelo era un creyente del palo mayombe y tenía su Nganga. 

-Anónimo

Del día en el que sin saberlo nos dijimos adiós…

Tengo un baúl imaginario con las cosas más valiosas que hasta ahora he recolectado en vida. En él guardo imágenes, olores, sabores, sonidos y sucesos que me ayudan a constituirme como la persona que soy. Uno de esos momentos particulares me ocurrió el viernes 23 de agosto de 2019.

Una semana antes de ese día visité a mi tío abuelo Pedro quien había enfermado de EPOC, una enfermedad similar al COVID porque va deteriorando tu sistema respiratorio hasta el punto  que es necesaria la asistencia artificial de oxígeno para sobrevivir, en la que sería mi última visita. Con mucha tristeza pude ver que la enfermedad había ganado tanto terreno en él que la batalla se divisaba perdida.

Ninguno de los dos queríamos aceptarlo. Nuestra relación era tan estrecha que no podía y hasta hoy que escribo esto sigo sin poder imaginar que se haya terminado. 

Esa tarde la compartimos juntos en silencio, viendo un documental sobre la elaboración del penacho de Moctezuma. Y es que mi tío era un apasionado de la historia política del país, desde la prehispánica a la contemporánea, no había un dato político que él no supiera. Juntos fuimos cómplices de imaginar otros futuros políticos posibles para México y nos hicimos compañía en debates y manifestaciones. Al terminar aquel programa de tele, ninguno se atrevió a decir nada, yo no quería decir decir adiós, y entonces le prometí volver a verlo la siguiente semana y él simplemente me regaló una sonrisa.

Entonces llegó la siguiente semana. Mi trabajo en ese momento me permitía tener una rutina específica y una hora especial para comer. Todos los días mi cuerpo a las 3:00 de la tarde moría de hambre, era como un reloj. Yo podía saber que ya iban a dar las tres porque mi estómago me avisaba. Pero el viernes 23 eso no pasó. Aquel día a las 3:00 no ocurrió nada así que decidí esperar a las 4:00 para salir a comer. Una vez fuera de la oficina comencé a sentir mucha tristeza y un vacío inexplicable, no sabía porqué. Caminé por los puestos de comida y nada se me antojaba, di vueltas y después supe que lo que necesitaba era tirarme al pasto y llorar. Corrí al jardín más cercano y me acosté mirando al cielo. Con lágrimas en los ojos busqué respuestas, no sabía lo que pasaba ¿por qué lloro si nada me duele? 

Busqué respuestas en las nubes, en los rayos de sol sobre mi cabello, en la tierra, en el pasto que cortaba con mis dedos y al final busqué en el aire que era constante y fluía a mi alrededor. No encontré nada. Inhalé y exhalé tratando de recuperar fuerzas para la junta de las 5:00. Sólo comí una manzana y entré a la reunión.

No pasaron ni diez minutos cuando mi papá me llamó por teléfono insistentemente, por lo que salí a contestar y me avisó que mi tío había muerto. Impactada por la noticia comencé a hilar cables y me di cuenta que era eso. Lo que sentí era a él despidiéndose de mí, llamándome con su pensamiento, de alguna u otra forma diciéndome adiós. 

Pedro López Navarro falleció a las 16:30 horas del 23 de agosto del 2019, en su casa en los brazos de su hija, rodeado del calor de su familia. Te llevaremos en el corazón por siempre.

-María Fernanda López

Cuando era niña, por allá de los años 70, estaba de moda un juego: la ouija. Hoy no sé realmente si llamarlo así… un juego.

Era novedoso y en casa tuvimos una, no sé como convencimos a mis padres que la compraran, seguramente porque consideraban que nos tendrían entretenidos y vaya que sí, recuerdo que ya queríamos que fuera tarde-noche, o más bien noche porque era más emocionante.

Era una tabla que tenía letras y números y otra muy pequeña donde ponías las yemas de los dedos, los jugadores de frente invocábamos espíritus y les preguntábamos cosas como su nombre,  ¿cuándo murió?, ¿de qué murió? etcétera. Y el espíritu te contestaba señalando las letras y los números.

Cada vez adquirimos más habilidad y se movía muy rápido incluso nosotros casi ni tocábamos la tablita, recuerdo que cada vez eran historias más trágicas, como muertes por accidente, suicidios u homicidios.

Mi hermana mayor estaba muy preocupada porque decía que desde que jugábamos con eso, estaban pasando cosas extrañas en la casa y que no era bueno lo que hacíamos, que dejáramos de jugar, nosotros no hacíamos caso porque nos emocionaba mucho, sí nos daba miedo, pero continuamos. Hasta que un día la ouija desapareció. Eso nos dio más miedo pero al pasar los años mi hermana mayor nos confesó que ella la había tirado porque estábamos muy obsesionados.

Hoy lo recuerdo y no sé cómo explicar lo que vivimos, en verdad se movía muy rápido la tablita, contestándonos lo que preguntábamos y en verdad casi ni la tocábamos.

Con cariño para Revista Baladí

-Patricia Cervantes.

 Esta historia es de mi abuelito, José Refugio 

Esta ocurre en una casa situada cerca de Santa Cecilia en Tlalnepantla, EDOMEX. Le ocurrió a mi abuelito, él ha trabajado toda su vida de albañil. Una vez construyó una cisterna en una casa donde se aparecía una señora en la pata de una higuera; esa aparición todos los días saludaba a la dueña del lugar y luego desaparecía.

Le encargaron construir una cisterna en el interior de la casa. Al estar escarbando encontró una serie de piedras acomodadas que asemejaban un firme o piso. Creyendo que había encontrado algún objeto de valor, retiró las piedras, pero no encontró nada, siguió escarbando hasta toparse con dos capas idénticas separadas por una distancia de 30 cm, aproximadamente. Al retirar la tercera le pegó a algo sólido y creyó que al fin había dado con algo de valor, pero al retirar la tierra se dio cuenta que era una piedra pulida que formaba parte de una mampostería (la base de una construcción).

Continuó hasta encontrar una ollita de barro sellada, al tratar de retirarla, la rompió y pudo ver el contenido, era tierra negra como si fuera carbón, pero sólo eso. Retiró más tierra y encontró parte de lo que sería una tibia o peroné, pero sin tener rastros de los pies. Al darse cuenta de lo que había encontrado decidió detenerse y tapar todo. Jamás le contó a la dueña.

Terminó la cisterna y cuando estuvo lista, la llenó, puso llave a la casa y se retiró porque al día siguiente llegarían los coladores y usarían el agua para la revoltura. Llegó a las 6 de la mañana y el patrón le reclamó porque se encontraba totalmente seca, ni un charquito, dice él, ni un rastro. Le pareció extraño pues no recordaba que tuviera alguna grieta, así que descendió, comenzó a revisar y la cubrió con impermeabilizante. Esperó a que estuviera lista y a la siguiente semana, cuando llegaba el agua a la colonia, la volvió a llenar.

Al día siguiente estaba seca de nuevo y no se pudo colar. La llenó de nuevo hasta que se desbordara, cerró con llave y se retiró, al día siguiente, seca de nuevo. Él dice que nunca apareció una grieta, o algún rastro de agua, dentro o fuera. De haber sido así la hubiera visto y si fuera diminuta no se hubiera vaciado ni en seis horas pues el llenado tardaba más de tres. ¿Qué se la robaran? Hubiera quedado un rastro al fondo o la tierra húmeda a un costado.

Después de reflexionar, recordó que había dejado parte del esqueleto en el perímetro de la construcción, por lo que decidió recortar la cisterna, de modo que los restos quedaran afuera. Rompió una pared y parte del fondo, creyendo que encontraría tierra húmeda, pero nada, “hasta hacía polvo” me dice. Una vez lista volvió a llenarla y al día siguiente, al fin se pudo colar.

Lo interesante no termina ahí, pues tiempo después se encontró a un colega que le pidió revisar una cisterna en la iglesia de San Lucas Patoni, en Tlalnepantla; medía unas 3 veces más que la construida por él meses antes. El problema era que se llenaba y el agua no se conservaba, de tantas veces que la habían reforzado los muros ya medían tres veces más de lo normal. Cuando la revisó no encontró ninguna grieta y recordó su experiencia, les preguntó si habían descubierto algún muerto a lo que ellos respondieron: “encontramos ¡7 cuerpos!”.

Resulta que habían estado escarbando en lo que anteriormente era parte del panteón y por eso el número de esqueletos. Ellos los habían apilado en la esquina por debajo de la construcción. Mi abuelito les dijo que debían recortarla, le comentó al padre, quien decidió bajar, dar una misa en latín y bendecir las cuatro esquinas y paredes.

A partir de eso, la cisterna no se volvió a vaciar. Dice mi abuelito que él cree que los muertos tenían sed y se bebían toda el agua que no pudieron desde que murieron hasta esos días.

-Julio 

Éramos un grupo de adolescentes sentados en una sala frente al televisor, bebíamos y charlábamos, eran como las 8pm. La sala tenía ventanas hacia la calle, separadas por una columna de concreto, justo fuera de la casa hay una lámpara de alumbrado público que proyecta la sombra de la columna hacia un punto específico de la sala.

En esa sombra había una silla Acapulco donde alguien estaba sentado, de reojo vi que se levantó, salió de la sala al patio, para después ir a la calle, es la ruta. La situación comenzó a tensarse cuando pasó el tiempo y no abrían la puerta que da a la calle, no dije nada, como no puse atención y no estaba 100% seguro de que alguien hubiera salido, sólo vi la sombra por el rabillo del ojo, estábamos bien clavados en la tele.

Allí pudo morir la historia, pero un amigo preguntó: -¿Quién salió?

-Verdad que sí salió alguien, le contesté.

-No mms sí, no vi quien era aunque sus piernas pasaron frente a mi, estaba viendo la tele.

-Yo tampoco vi quién era, la sombra de la lámpara de la calle le tapaba la cara y no lo vi bien, le respondí. 

Empezamos a hacer un conteo de los que estábamos en esas vacaciones y dónde se suponía que estaba cada amigx y quién entonces quien pudo haber sido pero no pudimos dar con la identidad de esa persona.

– Seguro nos quiere espantar. dijo Darío. 

-Pues vamos a buscarlo y lo madreamos por chistoso.

Salimos al patio y no había nadie, volvimos a la casa y buscamos en el comedor, nada; nos dividimos, yo subí con algunos a los cuartos. En esa casa no había nadie. Pero sentía que estaba allí, perdido entre la sala y el patio.

-Arnulfo 

A unas semanas de que mi abuelo falleció, yo estaba en mi cuarto sola revisando mi teléfono con el gato a un lado. Cuando me acosté le dije al gato “Ya es hora de dormir” y en una esquina de mi cuarto escuché claramente la voz de señor diciendo “está bien”. Me saqué de onda y salí a ver si había alguien afuera pero todo estaba a oscuras y eran como a las 2 de la mañana.

-Berenice 

Esto pasó cuando trabajé en un asilo en la CDMX. Realicé mi ronda nocturna, era de madrugada. Cuando entré a un cuarto para pasar al baño a lavarme las manos en el espejo del lavamanos se veía el reflejo de la puerta y alcancé a ver una sombra que se echó a correr. 

Llamé por su nombre a mi compañero de guardia de esa noche en el largo pasillo pero nadie me contestó. Así que me quedé ahí hasta las 5 de la mañana porque me dio miedo pues el área donde me encontraba los pacientes permanecían en cama toda la noche porque debido a su condición física no podían levantarse. 

Hice mis prácticas en un hospital de monjas, obstetricia y asilo a la vez. Un día llegué con mi amiga antes de la 7 de la mañana así que nos sentamos a platicar y comenzamos a escuchar el llanto de un bebé, no le prestamos atención, hubo silencio. Y de nuevo volvió a llorar. Hasta dijimos “hay un bebé llorando”. Fue cuando caímos en cuenta que no hubo partos durante la noche, tampoco niños. 

-Diana

Decía mi abuela que los pueblos son fuentes de leyendas, no por que se cuenten muchas, sino que son cuna de éstas.

Oaxaca es un estado mágico por esencia, mi pueblo es pequeño, pero guarda secretos en cada rincón; justo ahí donde inicia hay una laguna verde esmeralda, cuando pequeña iba a jugar, pero no tan tarde porque mi abuela Susana decía que ahí no había que estar después de las 6 de la tarde, ya que podía ser peligroso. 

Ya cuando más grande seguía visitando la laguna y crecía en mí la curiosidad que se había plantado gracias a las palabras de mi abuela, tomé mis cosas y salí tarde, echando la mentira que estaría jugando en el patio de la iglesia. Llegue a la laguna, resplandecía por su color y el plancton, pero no pasó algo interesante por un tiempo. 

Con los pies dentro del agua, aburrida, me di por vencida, estaba por irme a mi casa cuando vi por el camino cercano la silueta de una mujer, todo mi cuerpo sintió recorrer un escalofrío, venía lento y cantando, tomé mis zapatos como pude y eché a correr, en el camino la escuché reír y un grito de auxilio de un hombre, pero ya no quise voltear; pálida, descalza y jadeando llegué con mi abuela, sin pensarlo le conté lo sucedido y después de una regañada me dijo:

“Dicen que la Matlazihua es una mujer muy hermosa que solo se lleva a los hombres, es muy celosa pues su tesoro está debajo de la laguna, para atraer la atención de ellos los endulza con su belleza o pone una jícara de oro flotando en la laguna, no has de acércarte pues cuando la tienes en tus manos te jala al fondo para nunca volver a verte”.

Nunca olvidaré aquella silueta, ni el grito de lo que posiblemente fue una víctima más de la Matlazihua…

-Anne Victoria.

Cuando llegué a vivir a mi nueva casa, el cuarto donde estoy era de lo más normal pero en las noches la vibra se tornaba rara. Las primeras manifestaciones sobrenaturales fueron sentir la energía bien pesada y ver que las cosas se movían. En el mueble junto a mi cama, durante la noche, se escuchaba que algo dentro del cajón se azotaba. Y también escuché ruidos en una caja de plástico donde tengo peluches. Esto fue en octubre.

Yo le decía a mi mamá que escuchaba que barrían y caminaban en la azotea y me decía “Estás loca”.  Total que a finales de diciembre la energía se fue manifestando más y más. Un día sentí cómo alguien se sentó en la orilla de mi cama, estiré mis pies y lo sentí…  fue muy raro.

La energía se puso súper pesada, entrabas a mi cuarto y se sentía la vibra bien culera. Yo iba con una médico que era una buenaza, aparte de su formación muy creyente de la Santa Muerte y de la brujería. Un día en la consulta le dije que algo me estaba pasando, que alguien me estaba atormentando y me dijo “Es un hombre ¿verdad?”. Por alguna razón yo sentía que era hombre. “Es una energía que está molesta porque llegaste a vivir a su casa, haz las paces con él”, aconsejó.

Le pregunté cómo sabía que era un hombre y me dijo que lo podía ver y lo describió. Más tarde mi mamá me dijo que era la descripción del difunto marido de la casera. ¡No ma, no sabía dónde yo vivía!

La doctora me dijo que le hiciera un ritual y la neta yo le tengo mucho respeto a la brujería, a las velas, porque una no puede andar prendiendo velas así nomás. Su ritual implicaba una vela azul agua y café. Total que me animé a contactar a un amigo que ama la hechicería pero le gusta mucho la magia blanca y le conté me dijo que prendiera 7 veladoras y que le rezara 7 padres nuestros.

Lo empecé hacer a finales de diciembre, el 31, y no mames pinche energía loca… fuerte, fuerte. Se comenzó a calmar mas no se fue. Yo tengo un altar de ixiptlas (dioses prehispánicos)  y un día les puse su agüita, sus semillas y su sal y ese día se calmó. Yo le decía que yo no le había hecho nada, que ojalá con la luz encontrara la paz, porque para esto no le prendí veladoras, sino le prendí un cirio bendito, el cirio es muy poderoso así como el padre nuestro, más allá de en lo que creas el padre nuestro es una oración súper fuerte.

Total que yo sentía que estaba aquí pero ya no estaba enojado. Meses después, por ahí de marzo tuve una crisis de ansiedad súper fuerte. Lloraba yo un chingo y un día me hice bolita, prendí mi luz y lloré. De pronto sentí una mano en mi espalda y esa fue la última vez.

-Anónimo

Bruno

Mis padres estaban destrozados al igual que yo, bajé la vista y volví a leer el obituario sin poder creer lo que sucedía. Ese momento se repetía en mi cabeza sin cesar. El instante en el que llegué a la escuela y lo vi sano y salvo sonriendo y gritando -Mira Ali, mira lo que dibujé para ti- mi voz desesperada gritando – ¡No Bruno, no cruces la calle! -.

-Ya llegamos- anunció mi padre y bajó rápidamente, mi madre lloraba en silencio, intenté ayudarla a bajar del auto, pero me hizo a un lado.

Fue un día que nunca olvidaré, el funeral terminó y todos se fueron, pero yo no quería estar lejos de él. Ya había oscurecido y me encontraba en la banca más cercana a su lugar de descanso cuando algo llamó mi atención; una silueta se movía entre las tumbas, asustada me quedé inmóvil observándola cuando descubrí algo inconcebible, la figura ante mí era él. ¡Era Bruno! Al instante me levanté y caminé en su dirección, pero al darse cuenta que me aproximaba se fue corriendo, exasperada le seguí gritando su nombre, yo corría lo más rápido posible, él se alejaba entre las sombras de aquel tétrico cementerio sin mirar atrás.

No recuerdo cuánto tiempo pasé persiguiéndolo hasta que por fin se detuvo, yo estaba exhausta, sentía que en cualquier momento mis piernas ya no podrían sostenerme. Él se dio la vuelta y con una extraña sonrisa me miró, me quedé petrificada observando esos ojos tan lóbregos e impenetrables, tan abismales -Tú no eres Bruno- susurré.

-Jessica Díaz

Infinidad de veces he escuchado relatos de terror pero nunca antes me habían dado tanto miedo. Muchas veces damos por sentada nuestra vida y olvidamos que la materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma. 

Les agradecemos muchísimo su respuesta a esta convocatoria y si quieres segunda parte no dudes en enviar tu participación.

Fotografía 1: Daniel Lobo, Wikimedia
Fotografías 2, 4, 5 y principal: Brenda Martínez
Fotografía 3: Ivonne González
Imagen 6: Anne, la morra del bombín