Texto y fotos: Ana Balderas y Susana Colin
El diccionario define el verbo habitar como ocupar una casa o un lugar. ¿Ocupar como vivir, como estar, como usar o como todas las anteriores?
En momentos como el que vivimos actualmente se hace inevitable reflexionar en torno a los espacios y la manera en que nos relacionamos con ellos. Desde el cuerpo que habitamos, la casa y los lugares públicos en los que dejamos de estar para evitar los contagios.
¿Cómo habitar ciudades inhóspitas, solitarias y en las que cada vez hay más reglas que cumplir? Esta pregunta se podría responder desde la imaginación, pero basta con observar, mirar con lupa nuestros barrios y darnos cuenta de que la organización, las resistencias, ya están aquí.
Con la finalidad de entender el concepto de habitar desde la experiencia cotidiana, presentamos a continuación 4 experiencias en distintos barrios de la Zona Metropolitana del Valle de México. ¿Encuentras algún parecido con lo que sucede en los espacios que conoces?
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La señora Lilia vive frente a mi casa desde hace más de cuarenta años. Cuando se casó con Don Roberto abrieron una accesoria en su casa y pusieron una tiendita. Don Roberto atiende, pero sobre todo, hace la plática a quien va buscando una botana. Él es un hombre canoso, de más de 60 años, muy lector y amable. Desde que en marzo el coronavirus nos hizo permanecer más tiempo dentro de casa la tiendita de Don Roberto no ha abierto.
Lo que más extraño, además de su plática, son las dos bancas que ponía en la banqueta, bajo la sombra de la bugambilia. Parecía que estaban fijas, nunca había pensado en ellas hasta que dejé de verlas. Ahí se han sentado repartidores, conductores de camiones, vecinas y vecinos. Ahí estaba siempre Don Roberto discutiendo sobre política o sobre su más reciente lectura. Ahí me sentaba a hacer la tarea cuando olvidaba las llaves de mi casa.
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Siempre me llamó la atención la habilidad que los habitantes de la colonia Guerrero tienen para describir y ubicar los espacios de su enorme barrio. Que si en Lerdo, que por Zarco, que pasando Mosqueta, Luna y más allá. El mapa de negocios, casas y unidades habitacionales se traslapa con el de vecindades, cafés de chinos y calles que ya no existen. Es decir: pasado y presente conviviendo en el mismo espacio-memoria.
Si no me crees pregúntale a cualquier persona mayor que te encuentres por ahí. Te va a contar de los callejones que desaparecieron con la llegada de los ejes viales y de los amigos que tuvieron que mudarse a otro lugar a causa de esas obras. También te platicarán de las cantinas y salones de mala muerte que ya murieron, de Nonoalco antes de ser la unidad habitacional moderna y de Nuestra Señora de los Ángeles. Para que no te pierdas te recomiendo tener un mapa a la mano… ellos ya lo traen grabado en la cabeza, como si la propia colonia fuera parte de sí mismos.
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Cuando trabajé en la Unidad El Rosario II conocí a un grupo de vecinas y algunos vecinos que se reunían para hacer tequio cada quince días. Quienes organizaban los tequios eran vecinas veteranas, entre las primeras habitantes de la unidad. Dicen que su intención es mejorar los espacios de la unidad y dar ejemplo a los más jóvenes, pero si un día te unes vas a ver que también se trata de la convivencia. En el tequio te enteras de lo que ha pasado en la unidad: que si no se puso el mercado, que un andador se inundó después de una gran lluvia. Lo mejor es que después del trabajo duro se hace una coperacha para las tortas.
Me impresiona su constancia y el compromiso que tienen por hacer algo en colectivo por su colonia, hasta parece que pasan lista. Las actividades de los tequios son variadas: algunas veces se trata de barrer la cancha, otras veces de cortar las hierbas que se asoman por la malla que separa a la unidad de la carretera Naucalpan-Ecatepec. Cuando un vecino dio la idea de crear un jardín junto a la carretera, las vecinas de los tequios apoyaron la iniciativa y dos veces al mes se dedicaban a construir una barda, hacer letreros, sembrar y crear lugares para sentarse. Yo fui a algunos, pero no sé en qué quedó el jardín, espero que durante esta temporada pandémica haya sido espacio de descanso y escape a las preocupaciones.
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De un tiempo para acá mi tía Pilar se ha dedicado a germinar toda semilla que se cruce por su camino. El departamento en el que vive se llenó de plantas de distintos tamaños, figuras y frutos. Algunas de ellas están ya instaladas en las macetas de su balcón; otras esperan a que acabe el encierro de la cuarentena para que sean trasplantadas a algún parque o área verde más amplia.
Mientras eso sucede ella nos manda fotos de sus verdes compañeras y nosotras le mandamos fotos de la flora de este lado de la ciudad: el árbol de nísperos, la hoja santa, la calabaza que ya volvió a crecer, los árboles que cuida mi mamá. Nos alegramos la vida a la distancia, la vida que crece en medio de la incertidumbre pandémica.
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La experiencia de habitar un lugar es invaluable, al habitar las personas creamos y mantenemos relaciones con nuestras vecinas y vecinos, con los lugares que frecuentamos y generamos conocimiento basado en la experiencia cotidiana de vivir, crear, hacer, caminar: existir en un lugar.
Habitar la ciudad es construirla, convivirla, comprenderla, recorrerla: echar raíces. Es dejar huella de nuestro paso, relacionarnos entre habitantes. “Valorar los ciclos, las estaciones, el tiempo cíclico que la recorre. […] Habitar, en fin, un verbo de vida.”, como escribió Saravia Madrigal en el 2004.
Si quieres continuar reflexionando sobre estos temas, te invitamos al taller Habitantes enraizadxs, impartido por la gestora intercultural, vecina y amante de los espacios verdes Ana Balderas. Las inscripciones permanecen abiertas hasta el viernes 2 de octubre en un horario de 10 a.m. a 3 p.m. Más información clic aquí.
Ana Silvia Balderas Álvarez es, ante todo, una vecina activa. Interesada por la participación social, estudió la Licenciatura en Desarrollo y Gestión Interculturales donde descubrió la posibilidad de trabajar en la activación del tejido social en su propia ciudad y colonia.
En 2018 creó el colectivo Fábrica Intercultural a través del cual pudo trabajar y aprender con vecinas y vecinos de la Unidad Habitacional El Rosario II en la facilitación de metodologías para la mejora de juntas vecinales y la solución de problemas locales. De ese proyecto nació un pequeño huerto vecinal y un aprendizaje y respeto profundo por la organización vecinal.
Actualmente colabora con la colectiva Floreciendo Ciudad, dedicado al cuidado, en la difusión de su pad colaborativo: Pensamientos Pandémicos Colectivos.