Fotos: Susana Colin
Corrección: Andrea Villagómez
¿Te has puesto a pensar qué pasaría si todas habláramos de nuestra experiencia menstrual abiertamente y no como un tema tabú que hay que esconder? ¿Acaso la menstruación podría convertirse en un problema público? ¿Te imaginas un mundo donde las toallas sanitarias y las copas menstruales sean repartidas por los Estados así como las instituciones de salud lo hacen con los condones? ¿Es posible hablar de la menstruación como un proceso pedagógico del que hay que ser conscientes?
Estas son algunas de las preguntas que pude comenzar a plantearme a partir de descubrir el término educación menstrual de la mano de la psicóloga Carolina Rodríguez, fundadora del proyecto Princesas Menstruantes, quien participó recientemente en nuestro Conversatorio Baladí : “Infancias y autocuidados del cuerpo”. El proyecto centra sus esfuerzos en la reducción de la brecha de desinformación y conocimientos que las mujeres tenemos sobre la menstruación. Actualmente ha llegado alrededor de 5,000 niñas de nueve territorios de América Latina.
Sin duda, los esfuerzos que Carolina y su equipo realizan son dignos de aplausos, no obstante ella menciona que es necesario ir más allá y hablar de la menstruación como un tema del cual también tiene responsabilidad la sociedad en su conjunto (quien además se encarga de construir los discursos bajo los cuales comprendemos a la menstruación). Colocar el acceso a una educación menstrual y el ejercicio de una menstruación digna dentro de la agenda de demandas feministas es de suma importancia ya que es un fenómeno que impacta directamente en el bienestar de la vida de las mujeres.
Un ejemplo sobre el grado de transformación que puede lograrse al pensar en esta responsabilidad ampliada es el de la eliminación o disminución de impuestos a los productos para la menstruación. En nuestro conversatorio, Carolina menciona que “nuestros cuerpos en un contexto capitalista se han objetivizado” lo que ha provocado que sean blanco estratégico para las empresas que producen productos de higiene menstrual, colocando dichos insumos a precios elevados no accesibles para todas las mujeres. De acuerdo a un reportaje de Sin embargo realizado en 2019 por Daniela Barragán, las mujeres mexicanas gastamos en promedio $36,000 pesos a lo largo de nuestra vida en productos para la menstruación, a este gasto es necesario sumarle los costos ecológicos que los residuos generan y el impacto en la salud de las mujeres ya que se ha estudiado que los químicos con los que se elaboran son la primer causa del Síndrome del Shock Tóxico[1].
En México en el año 2016, la senadora Angélica Peña Gómez, presentó un punto de acuerdo que exigía que el SAT eliminara el impuesto de toallas sanitarias y tampones, además establecía que el Sistema Nacional de Salud realizara campañas informativas sobre higiene menstrual como parte del derecho a la salud de las mujeres[2]. Dicha propuesta fue rechazada, a pesar de que tomaba en consideración los avances de este debate en el contexto internacional, donde las demandas de mujeres organizadas han permitido la reducción o eliminación de impuesto a toallas sanitarias. Por ejemplo: en Gran Bretaña, el gravamen se redujo de un 17.5 a un 5 por ciento, en Kenia en 2011 se eliminó el impuesto sobre los productos menstruales para reducir costos y estimular el mercado para las toallas sanitarias que no eran un producto de uso común; en Canadá en 2015 decidió dejar de aplicar el equivalente del IVA a los productos de higiene femenina; y en Francia se redujo el impuesto de la llamada “tasa tampón” 20 a 5.5 por ciento.
La reflexión en torno al pago o no del impuesto en este tipo de productos es todavía muy incipiente en nuestro país, donde la menstruación sigue siendo un tema del que poco se habla en voz alta y mucho menos es visto como materia de discusión pública. Por lo tanto es necesario comenzar a generar más debates entre nosotras en torno al tema y plantear nuestra menstruación como un problema político. Ya que hasta ahora el peso patriarcal dominante en la esfera política ha permitido que los hombres rechacen y dejen de lado este tipo de iniciativas que pueden impactar en la transformación de la vida de las mujeres.
Otro ejemplo a tomar en cuenta para su modificación e incidencia, es el que menciona Carolina sobre la construcción de la escuela como un espacio no seguro para menstruar. Y es que en diferentes niveles educativos las mujeres nos enfrentamos además de burlas a una constante “falta de infraestructura sanitaria” que impide vivir una menstruación digna. Y es que, a lo largo de América Latina, las escuelas y universidades no ofrecen garantías mínimas de limpieza, agua y papel en las instalaciones sanitarias. Pero tal vez como este tampoco es un tema indispensable para los estudiantes varones, tampoco haya sido tomado en cuenta todavía recuerdo con terror los baños de la Facultad de Ciencias Políticas de UNAM, los cuales podías oler a metros de distancia ya que en pocas ocasiones al semestre contaban con agua. Recuerdo haber descubierto con mucha alegría un baño limpio en el edificio administrativo que tenía descompuesta la chapa y por lo tanto podía ocupar dignamente (este secreto lo compartí en un grupo de mujeres de la Facultad como un precioso legado).
Realizar este tipo de reflexiones da cuenta de que entonces no podemos únicamente culpar o exigir a nuestras madres o familias que nos proporcionen educación menstrual de calidad, ya que la familia como institución reproduce los saberes que tradicionalmente se han transmitido en torno al tema de generación en generación. En mi caso, las mujeres de mi familia hablan de la menstruación desde una connotación negativa y dolorosa. A nosotras no nos llega el periodo “padecemos el periodo”. Recuerdo a mi madre lamentarse porque ya me había llegado la regla, y preguntarle muy preocupada al pediatra si había algo que pudiéramos hacer para revertirlo. Y es que es verdad que mi menstruación llegó muy apresuradamente: a los 10 años, pero este “adelanto” correspondía con el grado de desarrollo corporal que yo a esa edad ya había alcanzado (era “la gigantona” del grupo de quinto año, porque a diferencia de mis amigas yo ya medía 1.62 cm.).
Para finalizar, las invito a pensar en la estrategia que Carolina nos comparte en el conversatorio, para poder reconciliarnos con nuestra menstruación, esta es: recurrir a la historia como herramienta desde una perspectiva feminista, la cual nos ayudará a entender que existe una ruptura de saberes entre los conocimientos ancestrales que las mujeres teníamos sobre nuestro cuerpo y los conocimientos científicos que desde la medicina y la modernidad los varones fueron construyendo sobre nosotras, además de los estigmas sobre la menstruación “suciedad e impureza” que otras instituciones de poder como la iglesia reprodujeron en las religiones.
La reflexión histórica me permitió darme cuenta de que en mi propia familia existe un legado de padecimientos menstruales y ginecológicos que van desde el cáncer cervicouterino de mi bisabuela, embarazos ectópicos de mis tías, el VPH en mi madre y quistes en los ovarios de primas, tías y desde el año pasado de mis propios ovarios. Ahora tiene sentido la tradición de “padecer los periodos” y considerarte desdichada por tener la regla. Hoy gracias a mi acercamiento a la educación menstrual puedo comprender que ninguna menstruación tiene que padecerse o ser dolorosa.
Para disfrutar de las reflexiones completas de la voz de Carolina consulta el conversatorio en YouTube:
Para más información sobre el proyecto Princesas Menstruantes consulta: https://www.princesasmenstruantes.com/
[1]Barragán Gabriela, “Una mujer gastará 36 mil pesos en productos para menstruación, y en México ni se discute quitar el IVA”, Sin embargo (Ciudad de México), 14 de septiembre de 2019. https://www.sinembargo.mx/14-09-2019/3645109
[2] Gaceta del Senado, jueves 14 de abril del 2016. https://www.senado.gob.mx/64/gaceta_del_senado/documento/61922