La ya conocida incertidumbre se mantuvo. Sin embargo, pudimos verla desde otras aristas, encontrando en ella colores y matices de los que no nos habíamos percatado. En medio de una pandemia reconocemos la delgada línea entre la vida y la muerte, entre la libertad y estar confinados.
Concluimos que esta vida digital a la que “naturalmente” tendemos en momentos de encierro nos enferma. ¿Quiénes somos ante el espejo de la cámara? Insignificancia y pobreza económica. Vulnerabilidad a enfermar, a morir. También somos cuerpo y palabras pendientes, una celebración sorpresa. No todo es melancolía en esta ciudad nublada.
Por más encerrados que estemos, podemos elegir vivir siendo conscientes sobre nosotros mismos. Eso es lo que hacemos al escribir y describir nuestras historias. Gracias por compartirlas en este espacio.
Susana Colin
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Miércoles 13 de mayo del 2020
Mayo, ¡ya estamos hasta la madre de la cuarentena! Y de todas las emociones que esto conlleva, miedo, ansiedad, alegría, enojo. Este mes es nombrado el mes de “la Mamá o la Madre ” o como quieras llamarlo. Habemos personas que tenemos dañada la relación con ella porque culturalmente así se ha venido transfiriendo por varias generaciones.
A veces de adultos no sabemos cómo sanar esta relación, damos por hecho que ella nos va a durar toda la vida. Algunos van a terapia y lo trabajan de alguna forma, otros nos hacemos conscientes que existe un problema y tenemos que accionar de algún modo, quizá pidiendo al universo nos de valor y fuerza para enfrentar esta situación. Supongo que en tiempos de COVID esta petición incrementa sus energías.
Hoy es el cumpleaños de mi ex, ella es quien más me ha costado superar. Estaba feliz porque hoy finalmente le pude decir ¡felicidades! sin más sentimiento que el de realmente festejar su vida.
Un par de horas más tarde llegó la terrible noticia, la mamá de mi primo había fallecido. Fue una noticia sorpresiva y dolorosa, no fue COVID, sin embargo los protocolos de sanidad, no nos permitieron acompañar a la familia. El hermano de mi mamá estaba desconsolado y no podíamos abrazarlo.
Entonces entendí que la vida y la muerte convergen en una misma línea de tiempo. La pandemia se ha llevado mucho y a muchos seres queridos, pero también hay algo muy cierto: los que seguimos vivos debemos continuar con nuestro viaje “llamado vida” aprendiendo y adaptándonos a las nuevas normalidades, que incluye vivir sin nuestros pilares familiares.
Abrazo bien fuerte para ti, que has perdido a alguien en esta cuarentena.
Shirel
Viernes 15 de mayo del 2020
No pensé que tener un celular con mucha capacidad cambiaría tanto mi subjetividad.
Subirme al tren de las nuevas y múltiples redes sociales ha sido una montaña rusa de emociones. Si bien ya estaba controlando mi taquicardia y distracción, se van agregando nuevas y nuevas dificultades por integrar. Ahora un tono más de ansiedad parece acompañarme al despertar y antes de dormir.
La tentación constante y creciente de prender el celular en cada mínima frustración, para olvidar mi realidad de nuevo y sumergirme en el mundo de colores, sonidos, vibraciones, datos, risas, esperanzas y halagos.
Mi narcisismo infantil se restaura, sin mayor esfuerzo me siento bien conmigo misma gracias a la bella compañía virtual.
Mi celular se volvió un objeto apreciado, con valor emocional en sí mismo, como si tuviera vida. Me siento afortunada del acceso a tanta tecnología deslumbrante, a sus cuatro cámaras y sus infinitas posibilidades, a sus tonos degradados en la tapa de atrás.
¿Cómo decirle que no a semejante mundo que todo cabe en un pequeño aparato, cual maleta de Mary Poppins? ¿Cuándo se me pasará el asombro apendejante? ¿Cuándo retornaré a mi vida como era antes, la rutina que tanto esfuerzo y tiempo me ha costado crear?
¿Vale la pena incluir a este nuevo personaje a mi vida, construir esta relación?
Al inicio de la cuarentena me sentía sola, ávida de la chispa del contacto humano. Ahora siento a demasiada gente en mi cabeza, metida en mi cotidianeidad, toda junta en el mismo espacio.
Amenazan con volver mis angustiantes fantasías exhibicionistas de la infancia. Cuando pienso constantemente en compartir los momentos álgidos de mi día a día, que al final sólo se queda en intensiones.
¿Dónde está la línea entre las ganas de compartir lo bello de la vida con las personas queridas y el perderse una misma y a su espacio mental de disfrute personal y solitario, para buscar en la cantidad de likes y respuestas en Instagram, aquel reaseguramiento de que vale la pena nuestra vida?
Supongo que subjetivamente también hay cambios positivos, como que la parte de mí que no lo hacía por miedo a ser juzgada desapareció. Ahora quedan los obsesivos pensamientos de asombro ante esta hazaña y atrevimiento, ante la tentadora facilidad de subir un video y mostrarse. No sé qué es peor.
Se vuelve desconcertante la idea de no saber con exactitud quién es el receptor de mi mensaje, con quién estoy entablando comunicación, a quién me estoy “dando a mí misma”, abriendo mi intimidad.
Si bien antes me sentía despojada en un escenario, ahora sólo es cansado sentir que aunque yo esté haciendo otra cosa (o intentando hacerla), una parte de mí, un holograma de mí sigue allá afuera en el espacio público. No es como cuando me bajaba del escenario, recibía comentarios, veía sus caras, y todes seguíamos con nuestras vidas.
Aquí es permanente voyerismo.
¿Por qué a otras personas no les afecta como a mí y pasan naturalmente de lo privado a lo público?
Y esto no acaba en Instagram, también está Tinder, que me ha abierto la posibilidad de entablar nuevas relaciones.
Ahora entiendo por qué con la mayoría de ellas perdía el interés de inmediato, a pesar de que me sentía culpable por la tristeza que podía causar en la gente a la que dejaba de contestar. Pero es que la energía para darse a otrxs no es infinita, y pronto llega el desgaste por todas esas emociones que hay que controlar.
Ahora que he profundizado más en un par de relaciones nuevas, la sensación de irrealidad del vínculo me atemoriza. No saber hasta dónde llegar con mis ilusiones siendo que no conozco físicamente a la persona.
Incluso mis relaciones de antes con quienes chateo se han permeado de esta sensación por tanto tiempo de no verles, tocarles, sentirles.
Todo esto es el encierro.
Isabel C.
Domingo 17 de mayo del 2020
Hoy, como todos los domingos, compré el periódico. Es un ritual que comencé a inicios de la cuarentena, quizá para no perder la noción del tiempo o para no olvidar la textura del papel y el olor de la tinta.
La señora del puesto ya me conoce. Me saluda y me da La Jornada. Nos hicimos amigas hace casi dos años, cuando acudí a comprar la que sería mi primera contribución en el papel masivo. Qué feliz fui cuando vi mi nombre impreso, me sentí tan satisfecha que pensé: ahora puedo morir.
Ya en casa, reviso el diario: las noticias tristes, las noticias indignantes, las esperanzadoras… Un nudo en el estómago. Cuántos muertos, cuántos mezquinos, cuántas personas vulnerables. La sección cultural llena de plumas masculinas. Paso.
Como acto final, comienzo a recortar. Dibujos, palabras interesantes, lo que me llama la atención. Guardo los recortes en una bolsita. Más adelante, cuando tenga ánimo, reconstruiré con ellos esta historia. Por hoy fue suficiente.
Susana
Miércoles 20 de mayo del 2020
Brilla una gota diminuta. Mientras cae por el aire, yo la veo y la huelo. Huelo varias de ellas. Varias gotas que golpean las láminas claras que rodean mi casa robusta y cálida. El viento viene como amigo fresco y aburguesado. El viento soy yo y es esa niña a quien lastimaba la lluvia en sus honduras y en su futuro, mientras las gotas caían en láminas grises que cubrían una casa diminuta y mísera y no la dejaban escuchar nada más que a ellas. Y veía películas y sentía celos de los pies que tocaban una alfombra peluda y sentía celos de la ciudad elegante o del campo verde que se mostraba táctil únicamente para los ojos azules que lo miraban sin una pantalla de por medio.
Ahora el viento es azul pero le queda la envidia de lo que pueden sentir otros cuerpos, en otro lugar, siempre en otro momento. Queda la envidia que no deja al viento mirar ni su propio hogar. Queda la envidia de la que no se puede hablar nunca. Queda el viento que sólo piensa en otros cuerpos, en otras sonrisas y en otro tiempo y no se mira volar entre partículas PM2.5, tortolitas y gotas frías que caen, tranquilas y juguetonas, en las láminas claras de una casa robusta.
Melissa Damián
Miércoles 20 de mayo del 2020
Aún no sé si este tiempo me está acercando demasiado a la gente o es mi imaginación. Escribo sin parar mails cada mañana. Hago pausas para trabajar lecturas. Hago pausas para pasar un trapo en la cocina, para meter una lavadora. Hago pausas y en mi mente todo se llena de la gente que quiero cerca y la que no también.
Mi terapeuta está a 800 metros de mi casa,le ha entrado una paranoia. Le digo que saquemos la silla y que trabaje en el área verde de su casa. Y saca su compu y hacemos un skipe. Y terminamos jugando a que ella está en Grecia y yo en Turquía en la azotea de una casa al lado del Bósforo. Y hablamos de libros y de canciones y de cuando ella era estudiante y bordaba sus pantalones con flores y trabajaba en un café en la Roma donde Arreola se sentaba de vez en vez y hablaba sin parar.
Termina la llamada. Hago una pausa. Me siento a leer un cuento de Asimov Más tarde riego las plantas, recuerdo saludar los aguacates que germinan despacito en una caja húmeda. Sonrío mientras las mandarinas muestran sus brillantes hojitas. He doblado las sábanas nunca terminé del todo. Hago pausa. Vuelvo a recorrer todo el espacio. No puedo sentarme a trabajar; el jefe de la oficina escucha música y entra en trance. No puedo. Me muevo a mi espacio y me distrae un montón de botes que guardan material. Me pongo juiciosa, ordenada y pensativa. En esos momentos de lucidez que me atacan, hago la pausa de la comida. Discuto un rato pensamientos que me aquejan. revuelvo una ensalada. Nos encontramos en la cocina. Comemos en silencio o a veces diciendo tonterías que me hacen reír.
Sin querer ahora tengo minucias que resolver. Me salen por montones. Me he dado cuenta que voy resolviendo lo inmediato. De hecho en este momento tengo un cuento infantil que me enviaron la semana pasada que necesita de mi lectura. No sé cómo decirle a la autora que mejor haga música o cante que es lo que mejor hace. Bueno, el cuento también me hace reír, me consuela y eso lo agradezco enormemente.
Me siento en el balcón y hoy más que otros días, el ruido es como de costumbre y me parece extraño. Es miércoles. Los otros días me parecían domingo. Silenciosos, solo el andar de las hojas movidas por el viento y los pájaros que cantan a un tono moderado sin pelear con la ciudad. Pero afuera pasan cosas.
Hoy te escribo, como si hiciera las anotaciones de mi bitácora, ya te lo había dicho. Me gusta imaginar tu silencio o tu sonrisa. Saber que guardarás las palabras por ahí en un cajón de tu memoria. O no y es que he descubierto esta forma de abrazarte a la lejanía.
Me guardo. Tomo una bocanada de aire. Hoy como mañana haré cosas distintas, creo yo . Dormiré una siesta, cepillaré a un gato. Jugaré a tomar el té con mi amigo imaginario.
Lo extrañaré como si no lo hubiera visto siempre durante estos años y me reiré si dice algo ocurrente.
Descanso, a veces me asalta la duda y los miedos que logro olvidar por un par de días. No pienso. Es tarde. Se silencia la calle y mi cabeza.
Cierro los ojos mientras abrazo a mi amigo imaginario. Abro mi bitácora y anoto lo que falta para completar mi noche.
Ardilla Rabiosa
Lunes 25 de mayo del 2020
¿Libertad?
Estar apresada en el confinamiento de mi hogar es significativo para mí desarrollo personal.
He entendido que en estos momentos de contingencia se está salvaguardando la vida, ya que es lo más preciado que tenemos. Así como la libertad que es un derecho pero también es una elección.
Y me puse a cuestionarme, ¿Se puede vivir siendo libre?, ¿Acaso es posible esto entre lo que está sucediendo actualmente entre tanta tecnología, las ideologías impuestas por nuestra sociedad y los puntos de vista subjetivos y objetivos de cada persona como individuo?
libre , ¿Sobre quiénes ? ¿Uno mismo? ¿La política?
Para mí la libertad es el camino hacia tus decisiones, como uno escoge vivir y ser feliz con lo que te haga mejor.
Es un camino bastante complejo, tal vez llegue el momento en el que uno quiera arrepentirse y prefiera vivir encerrado.
Pero uno tiene la elección de vivir siendo consciente sobre uno mismo y de las repercusiones de las consecuencias de nuestros actos.
Vivir en libertad no es sencillo, pero creo que todos nos merecemos que nuestro mundo sea así.
Domingo 31 de mayo del 2020
¡Qué vueltas ha dado el mundo! ¡Qué cambios da la vida! Después de todo el movimiento visto en esta semana que termina, pensaba en la generación a la que pertenezco. Tengo sentimientos encontrados, muchas veces, cuando intento pensar de qué manera cambiar nuestras vidas, nuestras actitudes y lo que hacemos con quienes sufren más, sólo me lleno de ira y pienso que el cambio es una utopía difícil de conseguir.
Sin embargo, al mismo tiempo pienso que mi generación, por horrible y contradictoria que pueda llegar a ser, no se queda callada. No es que todos los temas por los que levantamos la voz sean igual de importantes, pero ciertamente es difícil mantenernos neutrales ante las injusticias (a veces, más abiertamente en tanto más lejano nos parece el problema).
Nos han llamado “generación de cristal” por querer seguir el camino de lo “políticamente correcto”, porque no estamos dispuestxs a acoplarnos al status quo, después de vivir toda la vida en la incertidumbre, ¿cómo podríamos temerle al cambio?
Cuando veo todas las manifestaciones alrededor del mundo, creo que lo podemos todo, que el cambio es gradual, pero que lo haremos. Emprendimos las acciones pequeñas, pero aún nos falta mucho para que lo comunitario no sea minoritario, aún nos falta comprendernos como una totalidad diversa, aún nos falta.
El otoño es naranja
Domingo 31 de mayo del 2020
Entre días que se escapan finalmente llegó mi cumpleaños. No es una fecha que particularmente me guste, siento que el último que pasé realmente feliz fue entre abrazos y palabras cálidas a pocos días de abandonar mi tierra adoptiva. El recuerdo de la alegría pasada se vuelve triste con el paso de los años.
No todo es melancolía en esta ciudad nublada. Todavía me emociono como niño con celebraciones sorpresa. Valoro los pequeños festejos en familia y me alegro de recibir felicitaciones de personas a las que hace mucho no veo. En los días inciertos que corren nunca sobra la felicidad de sentirse amado.
Semidesértico
Domingo 31 de mayo del 2020
El primer día del mes fue por el trabajo. Luego el 6 al ver a mi personaje favorito de una serie. El 10, por no ser aquella hija perfecta que mi madre desearía. El 12, mientras tecleaba palabras a una de mis amigas por wasap mis lágrimas comenzaron a correr. El 18 me sentí feliz porque mi título universitario, ese por el que me he desvelado, por el que he trabajado y estudiado, que creía perdido, se ve más cercano y chille de emoción, nostalgia y coraje.
El 24 se me formó un nudo en la garganta me pesó la cabeza y tuve que comenzar a llorar mientras hablaba con una de mis amigas y no sé exactamente porqué. El 29 me dolió ver a una mujer que gritaba frente al cuerpo de su padre. Más tarde el trabajo, mis actividades me saturaron y aventé todo. Grité y comencé a llorar de desesperación, de impotencia ante mi insignificancia y pobreza económica. Hoy estoy llorando porque mi papá lleva días sintiéndose mal, mientras que varios de sus compañeros de trabajo han muerto por COVID-19, me da miedo perderlo. Aunque tratamos de minimizar lo que sentimos el cuerpo siempre halla la forma de sacarlo.
Les abrazo mucho.
Senderepia