Este ocho de marzo el equipo de Revista Baladí, se aventuró a navegar por los sentires cotidianos de las mujeres que escribimos y formamos parte del equipo. Todo esto con dos propósitos: reconocernos en la otra y sabernos aliadas. Compartimos con ustedes este ejercicio con el propósito de detonar en más mentes interrogantes sobre el valor de la escritura y la compleja experiencia de escribir siendo mujer. Porque en un orden patriarcal, entender las desigualdades encarnadas en los distintos cuerpos, hombres y mujeres, es el primer paso para impulsar su derrumbe.

La historia de las mujeres escritoras se remonta a Enheduanna, princesa del imperio mesopotámico, siglo XXIV a. C, y sacerdotisa, autora de: “La exaltación de Inanna”, una composición religiosa de 153 versos escritos en honor a la diosa sumeria Inna, señora del amor y la guerra. Estos versos plasmados con caracteres cuneiformes sobre tablillas de barro dan cuenta que la primera persona conocida en la historia de la humanidad fue una mujer, ¿pero cuántos de nosotros conocíamos este dato?[1] . Regresando a la actualidad, 4320 años después de ese suceso encontramos que hoy en el país somos más las mujeres analfabetas que los hombres y que en más de cien años los Premios Nobel de literatura han sido otorgados sólo a 15 mujeres y de ellas únicamente una, Gabriela Mistral, ha sido latinoamericana.

No es casualidad sentir inseguridad y temor ante la escritura. El orden social en el que vivimos nos ha impulsado a creer que la escritura tampoco es un sitio para nosotras. Coloquemos en el buscador de imágenes de internet las palabras: “escritores reconocidos”, el lenguaje masculino, que muchos defienden de universal, arrojará principalmente las caras de aquellos hombres que nos han promovido que reconozcamos incluso sin haber leído antes: Gabriel García Márquez, William Shakespeare, Julio Cortázar, Octavio Paz o Edgar Allan Poe.

Ante esta realidad, las mujeres escribiendo aparecemos en un sitio marginal. Y a pesar de que hace muchos siglos las cosas no eran así, hoy ser mujer y escribir también es un acto político de resistencia. Por eso a lo largo de este texto nos preguntamos: ¿Qué me permite la escritura expresar diferente a otros medios? ¿Cómo ha sido mi experiencia como escritora de Revista Baladí ? Y¿ A qué retos y dificultades me he enfrentado escribiendo?

[1] BBC, La brújula verd, Enheduanna, la sacerdotisa acadia considerada la primera escritora conocida, Historia, noviembre 2017, Consultado en marzo 2020: https://www.bbc.com/mundo/noticias-53287581

 

María Fernanda López

Brenda Martínez

Mi experiencia desde que inicié a escribir para un medio es pensar que no sé escribir. Ha sido un proceso de aprendizaje, de correcciones, de lecturas en voz alta, de navegar por un mar de información y seleccionar solo unas cuantas partes. De la escritura en el mundo laboral he aprendido que hay ciertos temas que no debes tocar, a menos que seas una periodista importante, porque se te pueden salir de las manos. Que debo de cuidarme de la policía. Pero sobretodo que la escritura está al servicio del otro. En Revista Baladí encontré un refugio, un espacio para hablar de temas que me atraviesan, que hablan de mi propia intimidad. Aquí descubrí que la escritura no sólo es para el otro sino también es un arma, es un estado perpetuo de autoconocimiento.

Bárbara Eguiarte

Escribir es sin lugar a dudas la única cosa que me provoca terror y placer casi al mismo tiempo, trataré de explicarme: por un lado es una necesidad de la cual a veces no puedo escaparme, viene el sentimiento de escribir como la necesidad de vomitar o de ir al baño. Procuro tener siempre conmigo una libreta pequeña y una pluma, pero cuando no, escribo en el celular. Soy muy anticuada y disfruto el olor de la pluma, las manchas de tinta en los dedos, los callos y poder tachonear las palabras cuando me equivoco o se me ocurre algo más adecuado; pero antes de llegar a ese punto de alegría, antes de empezar a escribir, siempre me da miedo. Me acuerdo de la imagen de Jack Nicholson en “El resplandor” y pienso que no hay nada más terrorífico en esta vida que tener enfrente una página en blanco. Después de superado este reto, las cosas mejoran, las palabras fluyen. A veces lo que escribo tiene sentido, a veces ni yo misma le entiendo.

Escribo para no olvidar. Aunque a veces olvido lo que escribo y guardo en distintos rincones hojas sueltas y libretas. La mayoría de las veces escribo para mí, a veces para que me lean. Me gusta releer algo que había olvidado que había escrito. Me siento como pirata abriendo el cofre del tesoro, como niña con juguete nuevo.

Susana Colin

Muchos años creí que para ser escritora había que ser brillante al estilo de ellos: los “hombres de letras”, “conocedores del lenguaje rebuscado”, “sabedores de datos apantallantes”. Por eso desistí de entrada: yo escribo, sí, pero otras cosas…

Comencé, como muchas, en la parte trasera de mis libretas. Luego en un metroflog, un blog, algunos trabajos de universidad… hasta que llegué a Baladí.

Cuando empecé a escribir aquí me descubrí como en un espejo: lo que sueño, lo que pienso y por ende, lo que quiero transmitir. Encontré un lugar un poquitín más formal que en mi blog y menos restrictivo que en la academia, el espacio perfecto para experimentar. Una ventana abierta nunca antes vista.

No ha sido fácil, hay restricciones más sutiles que las cadenas que ataron a las mujeres que nos antecedieron, a quienes descalificaron, acallaron y robaron su trabajo. Pero aquí seguimos, en la lucha por continuar el camino de (d)escribirnos desde nuestras propias palabras, desde nuestra voz de mujeres.

María Fernanda López

Me he tardado muchos años en ser consciente de lo que escribo ¿ser una mujer escritora yo? Apenas me la estoy creyendo.

Y es que a lo largo de mi vida me he enfrentado con rotundas correcciones de mi trabajo, desde los dictados en la primaria donde siempre me atrasaba por no agarrar bien el lápiz, hasta mis clases en la preparatoria, donde comencé también a escribir en inglés y me tardaba horas en formar oraciones. Las redes sociales se volvieron un bálsamo para mi espíritu comunicativo, porque allí podía “EzcriBiir aZii” y nadie me decía nada (corrían los años de 2009-2010).

No obstante el verdadero reto llegó con Revista Baladí, donde me invitaron a vivir escribiendo. Y esto sólo se lograba pensando menos en la forma y más en el fondo, en los contenidos, en las ideas a transmitir. Me hice consciente del poder y el impacto que pueden generar las ideas plasmadas en un texto que además se transmite de manera masiva. Y entonces comencé a entender el papel político tan grande de los y las periodistas, entendí porqué México es un país muy peligroso para ejercer la profesión y entendí porqué lo es aún más para las mujeres. Luego a partir de ahí descubrí historias como la de Lydia Cacho o el asesinato de Miroslava Brech en manos de los narcopolíticos en Chihuahua y entonces me llené de rabia y de fuerza. Y aquí sigo con un nuevo reto: escribir sin importar si es el mejor momento o no para hacerlo, porque NUESTRO MOMENTO ES AHORA.

Daniela Vázquez

Cuando los medios focalizan sobre un problema social que muchas veces preocupa colectivamente -digamos por ejemplo, el caso de Fátima, la niña desaparecida y encontrada asesinada hace poco, por nombrar alguno de las decenas de feminicidios que ocurren diariamente en nuestro país- lo primero que pienso es la relación que existe en la satisfacción de los derechos humanos. Me preocupa que pensemos que es un problema ajeno que no nos involucra, me preocupa la manera en que terminamos opinando, a causa de la desinformación y el privilegio. Cuando escribo, me gusta dirigir las palabras hacia lo que no se nombra, me gusta traducir el lenguaje muchas veces indescifrable y complejo de las leyes a un lenguaje de derechos que a todos nos incumbe porque finalmente son derechos para todos. Escribir siendo mujer me reta y me motiva a reflejar las situaciones diferenciadas que atravesamos a pesar de una constitución que nos equipara, pero que en la práctica no nos alcanza.

Probablemente, la mejor experiencia de escribir es el encuentro con el otro a través de las palabras. Baladí me ha acompañado y me ha hecho coincidir con un pensamiento diferente al mío, pero que se asemeja en los objetivos. Después de todo, todos queremos contar nuestra historia, pero queremos escuchar, también la que los demás tienen que contar.