Fotografías: Bárbara Zepeda; collage: Susana Colin
Llegué a Francia en pleno fervor por las soldes, la temporada de sales, rebajas o como se le quiera nombrar. Como buena mexicana que soy, de las primeras cosas que hice fue investigar las mejores promociones disponibles. Tras reponerme de la desilusión al darme cuenta del alto costo de la vida, de que mi francés no era tan bueno como creía, y de que Alizée ya había pasado de moda; me enteré casi por casualidad, de una promoción en UGC, a.k.a el Cinépolis francés (hasta la fecha de publicación del presente artículo ningún francés me ha sabido decir qué significan las letras).
El boleto me costó 3.50€, o sea 73 pesos mexicanos dependiendo del tipo de cambio, comparados con los 12.10€ que cuesta normalmente ir al cine. Una ganga.
Ante semejante oportunidad, aproveché mi día libre para ir al cine. Y casi por casualidad, la película que me tocó ver fue Les Misérables. Ya había escuchado en las noticias sobre el filme, por ello, sabía que el título es un homenaje a la novela escrita por Víctor Hugo, y no porque realmente tuvieran algo en común; o al menos eso creía.
Les Misérables, nominada al Óscar en la categoría de mejor película extranjera, es la Ópera prima Ladj Ly en el género de ficción, cineasta con amplia experiencia en el documental. Retrata de manera coral poco más de un día en la vida de los habitantes de uno de los banlieue parisinos y de los policías asignados a estos barrios periféricos del París menos glamouroso y turístico.
De ese París donde la torre Eiffel no se ve desde las azoteas, el París de la clase media baja, de la gente trabajadora, de los multifamiliares y de los inmigrantes, de los hijos de nadie. Los policías en cuestión tienen métodos de trabajo poco ortodoxos, y hasta un poco fuera de la ley; conocen bien el barrio y a su gente, mantienen el control, pero bajo sus propios términos y condiciones, cuidando ante todo su imagen, incluso por encima de los derechos de terceros.
El día antes de que fuera al cine, recibí la noticia de la balacera ocurrida dentro de la escuela en Torreón, a través de un mensaje de WhatsApp.
Cuando salí del cine me pareció demasiada casualidad y para mí tuvo algún sentido relacionar la película, con la balacera. Quizá pueda parecer un poco tonto, podría parecer que no tienen nada que ver; pero no hace falta más que rascar un poco la epidermis para descubrir que tienen la misma materia prima.
De entre todos los hechos violentos que pasan día a día en nuestro país, la noticia de la balacera destacó tras saberse la edad de José Ángel: apenas 11 años. Probablemente sea la misma edad de Issa, uno de los personajes del filme.
La balacera fue un evento real que parece haber salido de una thriller terrorífico. Les Misérables es una película de ficción que bien puede ser el día a día de muchas personas en París.
La puesta en cámara es bastante sencilla y prescinde de los grandes artificios cinematográficos, de encuadres estilizados y bien compuestos, para dar más peso a la historia, a las acciones y a los personajes. El mayor “lujo” es quizá la serie de tomas filmadas por drone, que sirve como instrumento narrativo dentro de la historia.
Durante los últimos minutos de la cinta resulta imposible poder apartar la mirada de la pantalla. Ladj Ly realiza un excelente ejercicio de pulso y tiempo narrativo para tener al espectador al borde de la butaca, incluso a mí que no entendía todos los diálogos.
José Ángel tuvo la desgracia de tener a la mano dos pistolas. En la película los personajes no las tienen, y se fabrican sus propias armas. Las más poderosas son sin duda las nuevas tecnologías: los celulares y las cámaras con los que se puede grabar y evidenciar fácilmente lo que antes no había forma de probar, convierte los secretos a voces en gritos en medio de la nada, pero que resuenan en todos lados.
¿Quiénes son los verdaderos miserables?
El título le queda como anillo al dedo a la película. ¿Quiénes son los miserables? Lo pregunto de nuevo porque no lo sé. En la novela de Víctor Hugo los personajes sufren todo el tiempo y son víctimas de las injusticias sociales. Tanto Issa en la película, como José Ángel en la vida real, son víctimas, de eso no tengo duda; que pasan a convertirse en victimarios. Son como Cosette sin un Jean Valjean que los defienda y cuide de ellos.
¿Son los miserables los policías? Cuando trabajan en condiciones paupérrimas y son abandonados a su suerte por el propio sistema, caduco y obsoleto.
¿Es Javert el miserable? Obsesionado con la venganza, cegado por la ira, tal como el Issa de la película.
¿Son los “sin papeles” los miserables? Viviendo al día y sujetos a todo tipo de vejaciones.
En el libro, tanto Jean Valjean como Javert tienen la oportunidad de redimirse. En la vida real José Ángel no la tuvo, sus motivos seguirán siendo misteriosos y poco claros, aunque quizás hubiera tenido un final diferente de haber tenido más amor, más empatía.
En la película el final resulta un poco ambiguo, no se sabe la decisión que tomará Issa, si elegirá el perdón o el castigo, pero el resultado es de poca trascendencia para la película; lo que de verdad importa es cómo respondemos a esa pregunta en la vida real.
Si las autoridades deciden desviar el foco de atención hacia la predilección de José Ángel por los videojuegos, es en un esfuerzo poco más que patético por pasarse la papa caliente, lavarse las manos hasta con cloro y desinfectante, para deslindar responsabilidades y hacer lo que mejor saben hacer: pretender que aquí no ha pasado nada.
Al final de la cinta hay una cita de Victor Hugo:
Mis amigos, recuerden esto: no hay malas hierbas ni malos hombres, solo malos cultivadores.
O lo que viene siendo lo mismo: cuando nadie tiene la culpa, todos la tenemos.