La ciudad, enorme conjunto de calles asfaltadas, no sólo es escenario de la vida cotidiana de los millones de seres humanos que la habitamos, también moldea nuestras historias.
Las distancias, el diseño de los espacios, los sonidos, olores y paisajes, determinan, en gran medida, nuestras experiencias y las actividades que día a día realizamos.
Con motivo del tan trillado y a la vez esperado Día del Amor y la Amistad, hoy contaremos las historias de 3 parejas que viven, padecen, disfrutan y sobrellevan el amor dentro de esta gran ciudad monstruo.
Del (ex) lago de Texcoco hasta el Ajusco: Xóchitl y Jaqueline
Si hubiera una calle que pudiera unirlas de forma “casi” directa, ésta sería Periférico. De hecho, fue por estos rumbos que se conocieron Xóchitl y Jaqueline. Todo comenzó durante un festival feminista realizado en el Centro Cultural Tibiri, cerca del metro Periférico Oriente, en 2018.
Quien ya ha probado viajar desde el oriente hasta el sur usando esa vía, sabe la inoperatividad de esta acción. Es preferible, como hace Xóchitl, usar la bici hasta la Calzada Zaragoza, subir al tren férreo, llegar a Pantitlán, usar la línea café, transbordar en Centro Médico, bajar al sur hasta Miguel Ángel de Quevedo y de ahí tomar un camión que sube hasta la casa de Jaqueline, en el cerro del Ajusco, alcaldía Tlalpan.
Acostumbrada a hacer una ruta parecida para ir a Ciudad Universitaria, la novedad fue usar un camión que para llegar a su destino debe atravesar el cotidiano tráfico de Periférico. Estos traslados no suelen ser agradables; el calor, la cantidad de pasajeros y los acosos provocan un viaje muchas veces incómodo que es neutralizado con la anhelada presencia de Jaqueline.
“La primera vez que llegué me pareció curiosa su colonia: en lo alto”, cuenta Xóchitl al recordar el vértigo y el frío que sintió al estar en las faldas del Ajusco aquella vez.
El camino se desenvuelve al revés cuando Jaqueline visita la casa de su novia. Viajar del sur al oriente no le era ajeno, pues estudió sólo la primera semana de clases en la Facultad de Estudios Superiores de Zaragoza, cerca de metro Guelatao. La distancia le impidió continuar. “Era pesado para ella ir hasta allá y ahora tiene una novia en el rumbo”, comenta divertida Xóchitl.
Su punto de reunión es el metro Miguel Ángel de Quevedo, de ahí parten a un café, al cine o a alguna otra aventura planeada con anterioridad, porque al vivir lejos las salidas espontáneas son muy escasas.
El café, bebida importante para ambas, las condujo al que después sería recinto favorito, “café de cabecera”: Les-Gords, en el Pedregal de Santo Domingo. “No es caro, no es fresa como los de Coyo, Condesa o Narvarte, y además es vegetariano”, recomienda Xóchitl.
A la pregunta sobre los lugares para “echar novia”, es decir, para romancear, Xóchitl cuenta que son en general espacios que te permiten sentar y donde hay poca gente, como los jardines de CU y algunas veredas del parque ecológico del Ajusco. También algunos recovecos oscuros en el Centro, como el Monumento a la Revolución. Y si de oscuridad hablamos, el cine es importante para estas acciones.
Amor del norte, de San Juan de Aragón hasta las pirámides de Teotihuacán: Monserrat y Luis
Monserrat y Luis se conocieron estudiando en la Facultad de Arquitectura, en Ciudad Universitaria, hace 4 años. La primera semana de clases, en la cafetería de la facultad descubrieron que su historia ya se había entrelazado en un lugar del norte: “¿En qué prepa ibas?”, “En la prepa 9”, “¿En serio, yo también!”…
Comenzaron a salir por los alrededores de CU: las quesadillas de la Facultad de Ciencias, las Islas… el departamento que Luis rentaba cerca de Copilco para no llegar a la universidad desde Teotihuacán, donde viven sus padres.
La línea 3 del metro fue escenario de su primer beso (Etiopía) y de la formalización de su relación (Guerrero), ambos hechos con un mes de distancia. Del sur movieron sus caminatas amorosas al Centro: comenzaron a visitar exposiciones, parques y museos en esta zona de la Ciudad.
“Yo soy… bueno, era muy monótono” confiesa Luis: “si yo encontraba un lugar bueno, no nos movíamos de ahí”. En algún momento, recuerdan ambos, no salían de la Frikiplaza y del sushi que venden en su último piso.
Incluso, cuando ella comenzó a hacer sus prácticas profesionales en Chapultepec y luego su servicio social en la colonia San Rafael, Luis le llevaba ese sushi para comerlo en el Parque España o en el Monumento a la Madre… hasta que Monserrat se hartó.
La comida es uno de los elementos más importantes de sus citas; poco a poco van experimentando en diversos lugares, hasta que encuentran uno que les agrada. Luis se obsesiona, Monserrat se harta y comienzan a probar de nuevo.
Durante los 4 años y 5 meses que llevan de relación, los lugares de sus citas han cambiado. Lo que permanece es el punto indudable de encuentro: el metro y luego, el metrobús 18 de marzo.
Progresivamente fueron recorriendo y conociendo la ciudad juntos. Sobre todo Luis, quien sólo sabía viajar en metro y metrobús de la línea 1. Durante su infancia y adolescencia en Teotihuacán, se acostumbró a hacer traslados sólo en en automóvil. De hecho, no se animó a ir al hogar de su novia, en San Juan de Aragón, hasta que el metrobús llegó ahí.
Cuando Monserrat fue a la casa de Luis, tomaron el camión que sale de metro Potrero y ya en Teotihuacán pasaron por ellos en auto. Ella se sorprendió por el tamaño de los terrenos. Acostumbrada a los espacios reducidos de la ciudad, las casas de los familiares de Luis le parecieron mansiones.
Casi no romancean en público, apenas pocos besos en la Alameda Central mientras juegan Pokemon GO juntos. Los momentos más cariñosos llegan en el cine, cuando la película se torna aburrida y en algunas fiestas, cuando el alcohol hace su efecto.
De barrios pesados: Ecatepunk y la obrera, Fernando y David
Se conocieron en la tienda de ropa Sara de la calle Madero hace 3 años. David era comprador frecuente y Fernando vendedor. Poco a poco fueron interactuando, primero por una coincidencia, después por un creciente interés.
Los horarios de ambos hacían difícil un encuentro, por ello su primera cita fue cuando a Fernando, quien vive en Ecatepec, lo regresaron del trabajo. “¿Y si salimos?”, “Vamos a la Cineteca”.
Comenzaron a salir. Sus citas siempre fueron en el centro y sus alrededores. Aunque no es punto medio entre ambos, es un lugar recurrente pues Fernando ha trabajado en esa zona y es muy cerca de la colonia Obrera, donde vive David.
Las primeras citas fueron con amigos en antros como La Purísima, Terraza XX y Terraza Catedral. Después descubrieron restaurantes más tranquilos en la calle de Regina como “El Charal” (ahora es un local de chilaquiles) y “100 montaditos”.
La primera vez que el encuentro fue del otro lado de la ciudad, en Ecatepec, fue en la fiesta de la prima de Fernando. Tras 6 meses de sólo salir, ese día formalizaron su relación.
Aunque en aquella ocasión el viaje de la Obrera al municipio conurbado fue en coche, David ha vuelto un par de veces más en transporte público. Una de ellas fue en una combi desde el paradero de Indios Verdes. Como “salió en una hora que no debía”, encontró mucho tráfico, recuerda Fernando.
Otra forma de llegar es por metro: de la estación Obrera llegar a Garibaldi, transbordar a la línea B, viajar hasta Ciudad Azteca, salir del metro y entrar al Mexibús (el metrobús del Estado de México) y llegar hasta Las Américas.
Del otro lado de la moneda, Fernando también ha conocido más los rumbos de la colonia Obrera de la mano de su novio. Ejemplo de ello fue la primera vez que usó el trolebús de Eje Central.
Después de una noche de fiesta en Divina, un antro cerca de Garibaldi, abordaron un trole nocturno hacia el sur. “Fue muy horrible, yo tenía miedo y adentro había 4 borrachos y una chava que venía llore y llore. Sólo decía “me dejó, me dejó””, recuerda.
Los puntos de encuentro han cambiado durante los 3 años que llevan de relación. Por un tiempo fue la Iglesia de la Profesa, muy cerca de la tienda Sara, donde Fernando trabajaba. Después fue el metrobús Insurgentes y las bicicletas Ecobici de Reforma 222.
Aquello que hila sus encuentros durante estos años es la noche. Después de sus actividades cotidianas (trabajo, prácticas profesionales o servicio social), aprovechan las últimas horas del día para cenar, tomar una cerveza o para ir al cine.
Todo esto es posible por la confianza que tiene Fernando al volver a Ecatepec pasando la medianoche. “Yo les digo “el uber compartido”, son unas combis que llevan hasta sus casas a los pasajeros. Al subir te cobran entre 25 y 30 pesos y te revisan para que no tengas armas. Es un poco tardado porque espera hasta que se llene y va poco a poco dejando a todos pero es que a esa hora caminar por esas calles es muy peligroso”, describe el entrevistado al medio de transporte que hace posible sus citas nocturnas.
Aunque casi no “echan novio” en los espacios públicos ante la posibilidad de “hacerse virales” a causa de los impertinentes que lo graban todo, Fernando afirma que los parques como el Hundido, el España y la Alameda son buenos lugares para los besos, además, claro, de los hoteles, particularmente su preferido ubicado en los alrededores del Monumento a la Revolución.
¿La ciudad es un buen lugar para el amor?
Hay días que la ciudad parece un nido de desesperanza. El tráfico, la lluvia, la hostilidad y el gris del asfalto protagonizan el paisaje que ante los ojos parece una condena cotidiana. Sin embargo, dentro de ella se desenvuelven historias que la dotan de otro significado, anhelos que impulsan a atravesarla para encontrarse con la persona amada.
La distancia pesa, sobre todo en estados de mucha felicidad o de mucha tristeza, cuando desean estar juntas, comparte Xóchitl. El caos dificulta que las interacciones se lleven a cabo e impacta en los ritmos de las relaciones amorosas, afirma.
En la fantasía enarbolan un futuro juntas, quizá rentando algo en los alrededores de Six Flags o construyendo un segundo piso en la casa de Jaqueline. Mientras, ambas disfrutan de los planes que una ciudad tan grande puede ofrecer.
En el caso de Luis y Monserrat las distancias se hacen complicadas cuando los peregrinos de la Villa impiden el tránsito del metrobús o cuando en forma de protesta manifestantes cierran las carreteras. Ambos empezaron a ahorrar para comprar un departamento en la colonia Estrella o en algún otro lugar en el norte de la ciudad, comparten esperanzados.
Fernando considera que al final las distancias se acortan cuando, entre risas, se cuentan lo que tuvieron que atravesar para estar juntos. Por ahora disfrutan el momento que cada uno está viviendo. En un futuro, si se aventuran a vivir juntos, han pensado en el Centro: Santa María la Rivera o la Obrera.
“Hay lugares de la ciudad que se te quedan súper grabados, que guardan recuerdos… cada uno tiene sus propias historias”, cuenta Fernando, quien considera que esta ciudad está abierta a cualquier tipo de amor.
Consulta aquí el mapa completo de todas las rutas del amor.
Agradezco a Monserrat, Xóchitl, Luis y Fernando por compartir sus experiencias.
Realmente son distancias largas, pero ellos se las arreglan.