La revelación de nuestra condición es, asimismo, creación de nosotros mismos. Según se ha visto, esa revelación puede darse en muchas formas e incluso no recibir formulación verbal alguna. Pero aun entonces implica una creación de aquello mismo que revela: el hombre. Nuestra condición original es, por esencia, algo que siempre está haciéndose a sí mismo
Octavio Paz, El arco y la lira.
Más o menos superada la faceta inicial que, usualmente, le damos a las listas de promesas a incumplir para el año nuevo, podemos hacer un recuento de cómo vamos. La mayoría, dado que no podemos ver más allá de nuestro ombligo, tenemos como meta el ejercitarnos; y no es un secreto, la mayoría termina -¿terminamos?- por rendirse.
En mi caso, a la hora de correr o ejercitarme, me pasa como a los niños cuando en el trayecto no paran de preguntar “¿cuánto falta para llegar?”. Pregunta que –para siempre- generan sin saber que lo importante no es sólo el destino sino el viaje. El placer de la meta, por sí mismo, podría ser suficiente para ponernos en marcha, pero sabemos que en muchas ocasiones no es así. Para creernos las virtudes que nos da el camino, y sabiendo -teniendo la esperanza de- que la literatura puede ser más que una compleja distracción, traigo a la conversación dos libros que ayudarán a anular la voz del fracaso asumido por la posible falla, buscando encuentren la inspiración suficiente para levantarse de la cama cuando un comercial de nike no sea suficiente. Libros que espero les señalen la cara, griten como el sargento Hartman en Full Metal Jacket -o “Cara de Guerra” en su extraña traducción al español, del por siempre grande Stanley Kubrick-, y los hagan empezar a mover las piernas. Dos títulos que sobre todo van a disfrutar al hundirse en cada una de sus páginas. Dos libros muy distintos, pero que tienen como escenario principal el -en muchas ocasiones terrible, doloroso, y difícil- ejercicio.
El primero de estos es La Guerra de los Gimnasios (1993) del polémico César Aira. Escritor argentino que en cada publicación parece buscar cómo funciona la literatura.
Su libro inicia de manera majestuosa cuando Fredie Calvino se inscribe en el gimnasio Chin Fú:
“Lo que quería, le dijo a Mary, la recepcionista, después de llenar la ficha y pagar la matrícula, y lo que minutos después le repitió a Julio, el instructor de turno a esa hora, era perfeccionar su cuerpo de modo que provocara “miedo a los hombres y deseo a las mujeres”.
Con esta premisa que parece relativamente simple, Aira inicia una historia que pone en crisis el sentido común. A lo largo de cada párrafo vemos la inserción de una acción que se normaliza y al mismo tiempo produce extrañamiento, se vuelve un sueño; una guerra en la que miembros de dos gimnasios rivales luchan por algo que no terminamos de entender, y que, al parecer, no es necesario hacerlo.
“Todo lo que hago podría definirse como literatura de género con fallas calculadas” diría el autor en una de sus entrevistas para la sección cultural del medio chileno LA TERCERA (octubre, 2018). A César Aira parece no importarle nada cuando se trata de contar una historia, da la impresión de siempre estar jugando a los malabares con el orden de lo fantástico y con descripciones llenas de detalles. Detalles que jamás empalagan, sino al contrario, suman naturalmente a cada uno de sus relatos.
Fredie después de unos segundos de estar en el gimnasio y con lo repetitivo de los actos, empieza a sentir cada acto de forma tan natural como si no hubiera hecho otra cosa en su vida. Y sin darnos previo aviso, en medio del trance, el relato se convierte en una fantasía donde Aira empieza a jugar con el significado de la realidad. Otorgando la sensación de una grieta que se ensancha a placer, metiendo la imaginación a tal grado que se vuelve inevitablemente en otra realidad. Una guerra, LA GUERRA, llena de explosiones, de gigantes, demonios, cerebros carnívoros, y un largo y extrañísimo etcétera, empieza a tener lugar. Una guerra entre dos gimnasios, con un hombre que busca provocar miedo a los hombres y deseo a las mujeres, como espectador e involuntario protagonista.
Y así juega, entre líneas, con el límite de la tierra y el espacio; recordando a ese Bioy Casares de Dormir al Sol -novela corta donde Lucho Bordenave decide internar a su mujer en un Instituto Frenopático, y cuando ella sale del lugar duda si esa es realmente su mujer; de esa manera y jugando al sube y baja Casares nos trae de un lado a otro entre lo fantástico y lo real-, o al genio de Roberto Arlt –Aguafuertes Porteñas, Los siete locos, El juguete rabioso–. Pero más allá del humor y fantasía, la literatura de Aira es de ideas, y entre la deriva delirante por la que nos hace navegar, nos regala, también, una excelente historia.
El segundo título es una de las mejores guías para ponerse los tenis y salir a la calle. De qué hablo cuando hablo de correr (2007)de uno de los escritores vivos más queridos por el público en general, el japonés Haruki Murakami.
Este es un libro que desborda humildad y cercanía. Al contrario del libro de Aira, no es un relato, sino un cúmulo de experiencias, reflexiones y sentimientos. Nos muestra una faceta que pocas ocasiones alcanzamos a conocer de un escritor.
Para Murakami correr un maratón y escribir son dos cosas muy similares, llenas de pasión y sacrificios. “Ir consumiéndose a uno mismo, con cierta eficiencia y dentro de las limitaciones que nos han sido impuestas a cada uno, es la esencia del correr y, al mismo tiempo, una metáfora del vivir (y, para mí, también del escribir)”. También nos habla de las similitudes entre escribir y correr; sobre todo la principal: la soledad.
“Al correr no hacen falta compañeros ni contrincantes… uno puede correr cuando y cuanto le apetezca”.
Este relato pasional, inteligente y didáctico, es perfecto tanto para los que corren o quieren hacerlo, como para los que no tienen la más mínima intención de hacerlo. Al hablar de sus medios de inspiración, y distintas etapas como corredor, parece que descifra también al mundo entero. “Me concentro en mi cuerpo para que no se me escape ningún sonido, ninguna escena, y para no perder el rumbo”. “El acto de correr se hallaba ya en un ámbito que rozaba casi lo metafísico. Primero estaba el acto de correr y luego, como algo inherente a él, mi existencia. Corro, luego existo”.
Correr, vivir, escribir. Así es como pasa su tiempo Murakami.
Mientras tanto, en lo que deciden si irán hoy o no al gimnasio, y hasta entonces, espero no se vean conformados con añadidos o trucos o distracciones; y que agarren uno de estos dos títulos también -o solamente- por el placer de la lectura. Son dos libros que ayudan a entrar a ese mundo donde uno puede bajar la panza, pero que normalmente, o al menos así es para mí, nos es completamente extraño. Con su libro Aira nos ayuda a no tomarlo tan seriamente. Del otro lado de la balanza, Murakami nos regala disciplina. Con esto los libros demuestran que, entre tantas cosas, nos pueden dar equilibrio.
Alguna ocasión Epicteto afirmó que la literatura equivalía al entrenamiento de un atleta antes de entrar al estadio de la vida. Así que créanme, es posible que ganen algo valioso con la lectura de estos dos -muy distintos- autores.
Ya nos estaremos leyendo y pesando el próximo mes.