Nada dentro del cine es gratuito y menos dentro del cine industrializado
Si como yo fuiste niñx a finales de los años 90’s y principios de los 2000´s, de seguro no te libras de haber crecido bajo la guía de la factoría Disney.
La mega compañía estadounidense seguramente influenció a miles, sino es que a millones, de niñas en todos los rincones del mundo, quienes tenían al alcance de la mano un reproductor de VHS con la colección pirata (porque también había piratería análoga) de las princesas Disney.
En aquellos lejanos tiempos, lxs niñxs comenzaban a abandonar las calles, cada vez más inseguras, más violentas, para adueñarse del sillón más grande de la sala, o de la cama de los papás y entretenerse con lo que se podía. Cuesta trabajo imaginar ese mundo sin celulares, sin internet, sin Netflix.
La malla curricular para princesas Disney ha cambiado de forma radical, de las clases de economía del hogar, pulido de pisos y obediencia perfecta a las reglas del hogar, ya no queda nada. Ahora las princesas trabajan, usan armas, tienen obligaciones, sueñan y no precisamente con un príncipe azul que las rescate de la torre más alta. Las nuevas princesas viven bajo las leyes y comportamientos actuales. Lejos quedaron Blancanieves, Cenicienta, La bella durmiente, que apenas y se distinguían del decorado, y más que personajes eran entes pasivos en los que recaía inevitablemente la acción de los personajes masculinos de la historia.
Desde Blancanieves, primera incursión de Disney en el largometraje animado, la compañía se ha apropiado de famosos cuentos populares, leyendas urbanas o escritos. Los ha endulzado de más, cambiando locaciones, giros argumentales; haciéndolos un producto de alta calidad, eso sí, pero de fácil digestión y dulce sabor de boca, con final de boda y pasteles de tres pisos. El destino de las princesas estaba previsto desde antes de que empezara la película, y por más villanas o contratiempos que se encontraran, siempre eran rescatadas por su príncipe justo a tiempo para el y vivieron felices para siempre.
Ya se venía anunciando este cambio con princesas como Mulán, Pocahontas, o Bella, que aunque terminan encontrándose a su príncipe azul, éste viene como consecuencia de sus acciones. Son mujeres luchonas y decididas, siguen el viaje de la heroína, sin embargo, al fin y al cabo el amor entra a su vida para convertirse en la principal línea narrativa de la historia.
¿Es este un cambio hecho al azar? No, claro que no. La respuesta, aunque sea corta, incluye una razón más compleja de lo que parece. Nada dentro del cine es gratuito y menos dentro del cine industrializado de los grandes estudios, donde las decisiones creativas son avaladas por grandes ejecutivos que tienen como trasfondo intereses de índole económico y político.
Las mujeres han abandonado su viejo papel: sumisas que sueñan con casarse de blanco y vivir encerradas en castillos y palacios. Ahora protagonizan sus propias aventuras y sueños, lo cuestionan todo y actúan, dispuestas a sacrificar su estabilidad por un bien mayor para sí mismas o para su comunidad, convirtiéndose siempre en modelos a seguir en concordancia con los movimientos feministas en boga.
Los príncipes azules se fueron diluyendo poco a poco y parece cada vez más lejano su regreso. Las mismas franquicias hacen burla de los modelos de antaño y de las princesas que se enamoraban del primer desconocido que tocaba a su puerta.
Disney sigue creciendo, absorbiendo a su competencia, diversificando su mercado, y con ello su público. ¿Persiguen un interés social, el bien común como lo hacen sus protagonistas?¿O sus objetivos son movidos desde las altas esferas, sabiendo renovarse y adaptar$e al mundo cada vez más cambiante? ¿Habrá en el futuro una princesa lesbiana, una trans? Con mucha splenda a la Disney, seguro que sí.