Además del periodismo, el arte puede ser también una herramienta de comunicación
“Cada año 1.39 millones de personas en todo el mundo, en su gran mayoría mujeres y niñas, son sometidas a la esclavitud sexual. Son compradas, vendidas y revendidas como materia prima de una industria: la trata de personas con fines de explotación sexual”, dice Lydia Cacho en su investigación periodística titulada Esclavas del poder.
En dicha investigación, México es señalado como uno de los países clave para la red mundial de tratantes. Las ciudades de Cancún, Playa del Carmen, Tlaxcala y Tijuana aparecen en el mapa como puertos de enlace de una práctica comercial ilícita alrededor del mundo que crece y se establece principalmente en países donde la corrupción, la pobreza y la falta de democracia son una constante.
¿Cómo comunicar el horror, el dolor y la impunidad de un conflicto de tal magnitud? Además del periodismo, el arte puede ser también una herramienta de comunicación, tal es el caso de la exposición artística: “Una película de Dios”, de la artista española Núria Güell. Este trabajo artístico forma parte del programa de residencias artísticas “Temporal”, que se instala en el MUAC (Museo Universitario de Arte Contemporáneo) hasta el 31 de marzo del 2019.
La muestra deja atrás aquella clásica visita a una exposición donde como espectadores entramos a una sala para apreciar las obras plásticas, su técnica y estilo. Deja atrás la curaduría que nos muestra elementos históricos o biográficos de la vida del pintor para invitarnos a interpretar las obras a partir de nuevas lecturas. Lo que Núria Güell lleva a cabo es una ruptura. En su exposición utiliza diez lienzos de arte sacro de los siglos XII al XVII, no como piezas centrales, sino como el medio para lograr mostrar los relatos e interpretaciones que ocho niñas víctimas de trata y dos proxenetas hacen de la obra desde sus experiencias.
Si tuviera que describir este ejercicio con una palabra yo apostaría por estremecedor. Y es que resulta incómodo que un recurso como el storytelling o “narración de historias”, que frecuentemente es utilizado en la mercadotecnia o en los discursos persuasivos de políticos para “conectar con el público clave”, sea utilizado en esta ocasión para dar cuenta de las experiencias de vida de una niña que “por motivos de seguridad no puede estar presente”, o un proxeneta que se convirtió – hoy en día- en pastor de una iglesia cristiana.
Un ejemplo de esto es la narración que el o la visitante de la exposición puede escuchar cuando se acerca a la obra Santa Águeda de Andrea Vaccaro. Ahí dónde la ficha de la pintura nos diría que vemos un óleo sobre lienzo de 75×66 cm, el audio – en voz de una niña- nos cuenta que ese cuadro representa la historia de una pequeña de nueve años que deseaba ir a la escuela, pero le era imposible porque su madre la obligaba diariamente a prostituirse. Un día esa niña decidió huir de su casa, y cuando su madre se dio cuenta, la violentó físicamente hasta hacerla sangrar y lastimarle los pechos. Con este acto la madre le repetía una y otra vez, “entiende, si yo no soy tu dueña, nadie más lo va a ser”. En la narración la niña describe que la oscuridad del cuadro representa los profundos momentos de soledad y desesperanza que vivió la protagonista.
En diálogo con la artista, nos narró parte de su proceso creativo y apuesta artística. Para ella las obras de arte sacro tienen una carga de violencia hacia el cuerpo de las mujeres que la Iglesia como institución político-religiosa se ha encargado de hacer pasar desapercibida o normalizada.
Después de negociaciones con las autoridades de un albergue de niñas en la Ciudad de México y posterior a una primera selección de cincuenta cuadros de arte sacro de diferentes museos de la ciudad, “Una película de Dios” cobra vida. Una vez seleccionadas por la artista, las cincuenta obras se presentaron a las ocho niñas que participan en el proyecto para que eligieran aquellas que les recordaran algún episodio de su vida en la industria de la trata. El mismo ejercicio lo realiza la artista con una familia de proxenetas, la madre y los dos hijos, quienes afirman haber encontrado a Dios en la cárcel y haber redimido su camino al ser ambos, pastores cristianos en la actualidad.
Lydia Cacho en su ya mencionado trabajo periodístico Esclavas del poder se basa en los testimonios de tratantes, funcionarios y, sobre todo, mujeres y niñas víctimas del delito y sobrevivientes a las redes de mafia y esclavitud sexual. Para la periodista fue fundamental recopilar las historias personales de estas mujeres y niñas alrededor del mundo, ya que considera que la reconstrucción de este proceso es clave para combatir la normalización de la violencia que muchas de ellas han interiorizado, y dar cuenta -a quienes no hemos padecido tal grado de sufrimiento- la magnitud del daño que la trata ocasiona.
“Las historias personales resultan fundamentales para medir la magnitud del fenómeno social y criminal. Necesitamos entender a fondo cómo interioriza emocional y psíquicamente el sufrimiento y la supervivencia una niña salvadoreña que ha sido expuesta a varias violaciones al día en un prostíbulo; de la misma manera hace falta comprender cómo interioriza el miedo una pequeña de seis años de Brasil que ha sido utilizada desde los cuatro años para producir pornografía infantil y, aunque no le gusta lo que le hicieron, cree que eso es normal en todas las niñas porque así se los dijeron sus violadores” escribe Cacho en su libro.
Añade la periodista: “También, debemos reflexionar cómo vive y qué argumenta el hombre de negocios o el sacerdote que paga por mirar esos videos en México, España o Estados Unidos, sustrayéndose por completo de la idea de que detrás de esa niña hay un criminal que la esclaviza (…) Sólo así podremos armar el rompecabezas que nos permita ver el problema más serio de la normalización de la violencia que arrebata a las víctimas la posibilidad de reclamar su derecho a vivir fuera de un contexto de agresiones dirigidas”1.
El valor artístico de la exposición, sin duda son las narraciones de vida que las niñas comparten con cada visitante. Entre los comentarios de algunos asistentes el día de mi visita escuché expresiones de incomodidad, vacío en el estómago y mal sabor de boca. “Es cómo leer la primera plana de un periódico amarillista” dice una compañera. Pero me pregunto yo, ¿es posible transmitir las historias de mujeres esclavizadas sexualmente de una forma “más suave” o diferente?
“Aún, ciertas representaciones culturales siguen mostrándose como si fuesen neutrales, apolíticas, como si la violencia no fuese con ellas. Mi participación en esta exposición se la dedico a esas ocho adolescentes a las que les tocó nacer en un entorno demasiado hostil, demasiado cerrado y demasiado oscuro. Les agradezco todo el tiempo compartido, lo que me han enseñado y también lo que hemos gozado juntas. Y más allá de su contenido social, político y afectivo (que espero que de alguna forma interpele), con esta obra saldo mi deuda con el cura que, cuando era niña, me tuvo encerrada en un confesionario diez de los catorce días que duraron las colonias de verano, obligándome a confesar todos mis pecados si no quería que mis padres me abandonasen”2.
Aplaudo la apuesta de Núria Güell por intentar transmitir mensajes de temas poco hablados en espacios públicos desde el arte, y por supuesto, desde metodologías estéticas alternativas.
1. Cacho Lydia, Esclavas del Poder, Segunda reimpresión, Penguin Random House, México, Marzo 2018, p. 267
2. Núria Güell desde su muro de Facebook, publicado el 10 de noviembre de 2018: https://www.facebook.com/nuria.guell.9/videos/10156944027248395/